Cuando la noche llegó, Alexander se encontraba en su despacho. Su mal humor, lo había calmado con unos tragos de su más caro whisky. El mal sabor de boca, aún lo podía saborear. Las escenas de aquella tarde, aún pasaban por su cabeza.
Jamás habia imaginado que todos los días de trabajo de Verónica, fueran así. Jamás había imaginado que Verónica no tomará descansos. Jamás había imaginando lo increíble que se veía haciendo su trabajo. Alexander odiaba al doctor que llevó acabo la cirugía de su madre. Su odio era tal, que se habia prohibido buscar responsables, porque sabía que arruinaría su carrera. Pero, al ver a Verónica así, se estaba planteando buscar la verdad. Tomó su teléfono y el primer número que le apareció registrado fue el de Ana. Ignoró la punzada y siguió buscando el número de Verónica, necesitaba contactarla; solo entonces se dió cuenta que no lo tenía. El número de su esposa, no lo tenía registrado. Sintió como si alguien le hubiese echado un valde de agua fría. "¿Es posible que en un año, ninguna vez haya pensado en registrar a Verónica?" – Maldita sea —gruñó perdiendo la paciencia— Maldita sea. Con muchas de ganas de tirar el celular al suelo, controlándose lo mejor que puso, tomando algunas cuantas respiraciones, tomó su laptop para enviarle un correo; Una nostalgia surgió al ver que los correos mas viejos, marcaban "más de un año" y eran los correos cuándo la contactó para persuadirla de hacer este matrimonio. "¿Tienes tiempo para hablar mañana?" Envió el correo y se quedó esperando, sin paciencia la respuesta. Sabía que ella estaba despierta aún, asi que su pecho se arrugó al pensar que Verónica lo estaba ignorando. Algo le estaba pasando, pero no le agradaba sentirse así, ni mucho pensar que Verónica estaba aún enojada por lo de esta tarde. Mientras tanto, Verónica se encontraba en su habitación, sentada en un viejo escritorio qué tenía. Una notificación la alarmó de un nuevo correo, más sin embargo no era Alexander, era el abogado. — Creo que esto se me está saliendo de las manos —susurró con cansancio Verónica. El correo de Alexander habia sido marcado como spam, así que Verónica nunca lo vió. El abogado que lleva el caso de su padre, era Fidel Camp. Un prestigioso abogado de una gran firma, el cuál su amiga Sonia, también le había recomendado anteriormente. Verónica no dudó mas, concretando la cita para el día siguiente, aprovechando que estaría cerca, tambien haría la cita con el abogado de matrimonio. [...] Al día siguiente, Alexander se levantó más temprano de lo normal. Quería aprovechar el desayuno para hablar con Verónica, así que hablaba con su asistente para mover las citas a mas tarde; — Después, deja a Ana para después —dijo Alexander con cansancio— Explícale a Ana que tengo proyectos más importantes ahora entre mis manos, no puedo darle todo mi tiempo a ella. Jorge suspiró aún mas cansado— Ella no entiende, se lo he explicado muchas veces. Creo que esto es por tu atención, casi podría jurar que regresó por ti. — Un poco, demasiado tarde —dijo Alexander saliendo de su habitación— Llegaré a las diez, así que ten listo todo. — Claro, jefe. Tendré todo listo. Alexander colgó la llamada y se fue directo a la cocina. Haría la habitual rutina, por lo regular siempre es él el que se levanta antes. Pero, ahora había algo diferente... el desayuno ya estaba servido. Alexander miró el teléfono asegurándose que día era; Miércoles. Los miércoles Verónica no trabaja en el hospital, por lo que ese día suele levantarse casi a medio día, para después irse a su empresa. — ¿Verónica? —habló mientras caminaba a su habitación— ¿Verónica, estás alli? necesito solo un momento. Tocó cuatro veces, pero su única respuesta fue el silencio sepulcral. Alexander revisó si aún no tenía respuesta su correo, enojándose con el resultado. — ¡Maldición! —gritó dando un último golpe a la puerta. Mientras tanto, Verónica estaba a punto de entrar al despacho de el abogado Camp. — Pase, señora Cox —indicó el abogado— Tenemos mucho que hablar. — Buenos días, abogado Camp. Me gustaría agradecer que me haya podido dar cita, con tan poca antelación. — La señorita Sonia es una gran amiga, así que ha sido solo un favor del que no debería preocuparse —el abogado le dió una carpeta a Verónica— Su caso es el que necesita atención. Su padre le debe legalmente dinero a una empresa de dudosa procedencia. Verónica tomó entre sus manos las pruebas. — La empresa Gast era nueva, transparente, hasta que no había mas pagos. Cuando eso sucedía, la deuda pasaba a la empresas fantasmas de cobros. Creo que deberíamos presentar una denuncia y después negociar la deuda, esta gente es peligrosa, señora Cox. — ¿Cree que la amenaza era real? —la voz de Verónica se tambaleó. — Totalmente, señora Cox. Esta gente es peligrosa, de hecho ya hay otras denuncias, pero aún no han demostrado la e****a. Desde luego, esto sería mas sencillo si su padre estuviera vivo. Tendríamos un caso asegurado, de ser así. Verónica tragó saliva, tratando de mantener la calma. Su padre habia caído en una e****a después de la quiebra, él quería salvar su empresa, pero ni eso fue suficiente, ahora todo está peor. Aún así, Verónica no podía pedirle ayuda a Alexander, no si en pocos días ellos ya no serían marido y mujer. No cuando él ha demostrado que Ana es el amor de su vida y ella solo un reemplazo para salvarle el cuello. Un mensaje llegó a su teléfono cuando al fin salió de la oficina de Camp; "Lo siento, Jorge me ha conseguido tú número. ¿Tienes tiempo para hablar?" - Alexander Dixon. Al contrario de Alexander, Verónica tuvo su celular desde el día uno. Su asistente, Jorge, lo había agregado en la copia del contrato que se le habia dado a firmar. "No te preocupes, Alexander. ¿Tienes tiempo después de la hora de la comida?" - Verónica La respuesta llegó inmediatamente; "Tengo tiempo" La siguiente cita de Verónica, seria la de su abogado de divorcio. Así que no podía perdería, después de eso, podría hacerle un tiempo a Alexander. Verónica recordó porque había salido tan temprano ese día, es que después de las fotos que le había enviado Sonia y Levi, despues de verlo el día anterior con Ana, no tenía ganas de verlo. Un enojo creciente se había plantado en su mente, al igual que una pizca de celos.