Verónica no esperó a Alexander para entrar juntos a casa. Se estaba sintiendo demasiado presionada, como si muchos sentimientos quisieras salir de su cabeza.
— Estás sobre pensando las cosas, esto es un matrimonio de contrato, faltan treinta días para que esto se termine —se dijo a si misma cuándo llegó a su habitación. Estaba tan agotada que se tiró en su cama y sintió todos sus músculos tomar un respiro. Su trabajo había sido agotador desde hace unas semanas atrás, había demasiado estrés de por medio. — ¡Eso es! El estrés está haciendo esto, no soy yo. Por eso me siento así. Imágenes de lo que fue este año de casada con Alexander Dixon pasaron por su cabeza como si fuera una película. Cada detalle que habían mantenido ahora parecía tan natural. Recordó que cuando cumplieron seis meses de casados, su padre falleció. Alexander se encontraba en un viaje en el extranjero y había tomado un vuelo en cuanto se enteró, solo para acompañarla en su funeral, aunque un funeral fue algo familiar y sin terceros de por medio; Alexander le dió consuelo. Alexander se había encargado de todos los arreglos funerarios con la precisión que lo caracteriza. Esa noche, cuando su corazón lloraba la muerte de su padre... en los brazos de su esposo, tuvo que recordarse que eso no era real, solo una transacción. [...] Al día siguiente, Verónica disfrutaría de un raro día libre. Se despertó tarde y, al salir de su habitación, encontró que Alexander ya se había ido a trabajar. Sin embargo, sobre la mesa esperaban el desayuno y su habitual café con leche. Era un pequeño ritual que habían establecido durante ese año: quien despertara primero preparaba algo para el otro. Decidida a planificar su futuro, Verónica fue al banco para formalizar los trámites. Ahora que sus deudas estaban saldadas, quería solicitar un préstamo y comprar un pequeño apartamento. Su antigua casa la había vendido para pagar algunas de las deudas, no quería aprovecharse del dinero de su esposo. Pero, ahora que eso cambiaría, sería momento de empezar a buscar un nuevo hogar. Había quedado en verse con su única y mejor amiga; Sonia. Era un plan genial para pasar el rato fuera de casa y seguir planeando sus próximos pasos. Se encontraron en una cafetería por la tarde. Verónica revolvía distraídamente su café con leche, cuyas espumas ya casi habían desaparecido. Sonia le tomó suavemente la muñeca: —Cariño, si sigues revolviendo así, se enfriará por completo. – Perdón, me he distraído. ¿Qué me decías? Sonia notó que su amiga estaba mintiendo con facilidad. —¿Sigues con lo del apartamento? —Sonia inclinó la cabeza, estudiándola—. Dime, ¿por qué tanta prisa? ¿Realmente no hay vuelta atrás con tu matrimonio? La luz del sol se filtraba por la ventana, iluminando el perfil de Isa, que entrecerró los ojos: —Desde el principio quedó claro que esto era solo un contrato. Ahora las deudas están pagadas, y mi padre... descansa en paz. Es momento de terminar con esto. —Pero en este año, él ha... —Solo cumplía lo acordado —la interrumpió Verónica, con voz tensa—. Sonia, lo sabes. No puedo permitirme falsas esperanzas. Lo del funeral... fue solo caballerosidad por su parte. —Entonces debería darte esto —Sonia alargó la mano dándole a Verónica una carta de presentación de un abogado— Es el mejor en el campo, dijo mamá. Verónica lo tomó entre sus manos y suspiró— Gracias, Sonia. De hecho, ya había investigado sobre el abogado Martínez. Ya he estado en contacto con él. Sonia suspiró y sacó un sobre elegante de su bolso, deslizándolo hacia ella: —Está bien, si es tu decisión. Estas son las llaves del apartamento en el centro. Ya está amueblado. Puedes mudarte cuando quieras. Verónica abrió los ojos, sorprendida: —¡No puedo aceptar algo tan valioso! —Considéralo un regalo de cumpleaños adelantado —Sonia guiñó un ojo—. Además, ¿olvidas que en la universidad me acogiste cuando no tenía dónde quedarme? Y quién sabe... quizá algún día yo necesite escapar de una discusión con mi padre. Los ojos de Verónica humedecieron. Bebió un sorbo del café ya frío para disimular su emoción. —Aunque... —Sonia bajó la voz—, ¿estás segura de que Alexander no siente nada por ti? Dicen que no se acerca a otras mujeres. —Es solo que está ocupado —murmuró Verónica, aunque recordó el café con leche que él había dejado preparado esa mañana, a la temperatura perfecta. A pesar de su distancia, esos pequeños gestos demostraban que, en el fondo, se conocían mejor de lo que parecía. Mientras tanto, en la sala de juntas de la sede del Grupo Dixon, el ambiente era tenso. —El informe del tercer trimestre muestra una caída del 2.3% en nuestra cuota de mercado en Asia-Pacífico —explicó el director de marketing con voz temblorosa—. La razón principal es... Alexander frunció levemente el ceño antes de recuperar su compostura. Sus dedos golpeaban ligeramente la mesa mientras recordaba el correo cifrado de Ana que había visto la noche anterior: una propuesta de colaboración sobre cierta tecnología médica. Su mirada se desvió hacia su teléfono, en silencio. Su asistente, Jorge, se acercó y susurró: —Sobre los movimientos de la señora Dixon... Hoy fue al banco, luego se reunió con su amiga y después visitó al abogado Luis Martínez. Es la tercera vez este mes. La expresión de Alexander se tornó gélida. Luis Martínez era un conocido abogado de divorcios, famoso por maximizar las compensaciones para sus clientes. Asintió levemente, pero sus dedos, casi por inercia, abrieron el borrador del acuerdo de divorcio que había eliminado horas antes. Jorge añadió en voz baja: —La señorita Ana quiere reunirse con usted mañana a las 7 p.m., en el café del Hotel Grand. Alexander regresó a altas horas de la noche y encontró la luz del estudio encendida. Al asomarse, vio a Verónica marcando una tabla de cuenta regresiva que él, equivocadamente, asumió eran datos médicos. Su conversación fue cortés pero distante, mostrando la dinámica de "compañeros de cuarto perfectos" que habían mantenido durante un año. Con cierta vacilación, Alexander le preguntó: —¿Qué hiciste hoy en tu día libre? Verónica, sorprendida por su repentino interés, respondió con evasivas: —Fui al banco a resolver unos trámites de la tarjeta de crédito y luego tomé un café con Sonia. Omitió deliberadamente mencionar la compra del apartamento y su visita al abogado. Para ella, no era necesario compartir esos detalles. El abogado era amigo de su padre, y sospechaba que el colapso financiero de su familia escondía algo más. Pero dado que pronto se divorciarían, no quería involucrar a Alexander ni sentirse como una carga. Alexander, sin embargo, malinterpretó su silencio. Pensó que ocultaba algo, quizás planes para divorciarse y reclamar parte de su fortuna. Al retirarse a su habitación, recibió una llamada de su asistente: —¿Debo reservar tiempo mañana para ver a la Srta. Ana? —Sí —respondió en voz baja—. Organízalo después de las 5 y compra un regalo. Verónica, que pasaba por el pasillo, escuchó la conversación. Al llegar a su cuarto, pensó: "Claro, es por ella. Por eso apartó tanto tiempo y pidió un regalo especial". Miró las llaves del apartamento y el contrato de compra sobre la mesa, recordando las pistas del abogado: la quiebra de su familia podría estar relacionada con el Grupo Dixon. Con determinación, marcó mentalmente: "Día 29. Hay que acelerar el divorcio".