Cuando sus padres fallecieron en un terrible accidente, Sarah quedó sola. Miguel Vicuña, de acuerdo con un pacto hecho con el padre de Sarah, decide ayudarla económicamente. Al no aceptar la joven la ayuda desinteresada de Miguel, la contrata como su secretaria personal. De eso, siete años. Hoy es el funeral de Miguel Vicuña, a primera vista es un suicidio, pero tanto su familia como la misma Sarah no creen en esa teoría. Sebastián el hijo de Miguel está convencido que fue la misma Sarah quien lo asesinó por celos, ya que él supone que ella y su padre eran amantes y hará todo lo posible por buscar las pruebas que la incriminen a pesar de la inocencia que declara la joven. Sebastián siente una mezcla de amor-odio por Sarah y tanto un día la acusa sin contemplaciones, al siguiente quiere protegerla y esconder todas las pruebas que la incriminan. Sarah no sabe qué hacer con él, ya que desde hace muchos años su corazón está completamente enamorado de ese hombre que le hace tanto daño. Mientras tanto Sarah conoce a Álvaro, un abogado dedicado a casos de violencia de género; éste se hace cargo de su caso, defendiéndola a pesar de que todas las pruebas la acusan, y no deja que pase ni una sola noche en la cárcel como es el deseo de Sebastián. Y contrario a este, aún con todo en contra, cree en la inocencia de ella. ¿Será condenada Sarah por un crimen que no cometió? ¿Sebastián creerá en ella lo suficiente para amarla con todo lo que ella es? ¿Podrá Álvaro demostrar su inocencia? ¿Quién, finalmente, es el verdadero asesino? Es una historia de amor e intriga donde cualquiera o ninguno puede ser culpable.
Leer másLa muerte repentina de Miguel Vicuña los pilló a todos desprevenidos. No estaba enfermo, no tenía problemas, todo en su vida parecía marchar a las mil maravillas.
¿Cómo entonces pudo suicidarse? Nadie lo entendía, no dio ninguna señal. Al contrario, amaba la vida, aún en los peores momentos, buscaba el lado amable a los problemas. ¿Qué lo había orillado a tomar tan drástica decisión? Nadie lo comprendía en lo absoluto.
Sarah, viendo a la familia de Miguel junto al féretro, desolados, lo entendía menos. Ella sabía que él no les haría algo así, los amaba demasiado para causarles tamaño sufrimiento.
Una vez terminada la ceremonia, la esposa de Miguel se acercó a ella.
—Dime una cosa, Sarah —le rogó con los ojos rojos por el llanto—, ¿por qué lo hizo?
Sarah la miró a los ojos, la tristeza en su mirada quebraba hasta el corazón más duro.
—No lo sé señora, no logro explicármelo, no sé…
—Tú llevabas trabajando con él casi siete años, compartía más tiempo contigo que conmigo, alguna idea debes tener.
Sarah se sintió culpable. Ella estaba segura del amor de Miguel hacia su esposa, la amaba más que a nada en el mundo y muchas veces renegaba con ella por no dedicarle a su esposa “el tiempo que merecía”, según sus propias palabras. Aunque ella y su hijo no lo creyeran así. Sarah tomó aire, necesitaba darse ánimos para enfrentar esta situación.
—Señora Lidia, por más que usted piense que yo tengo la respuesta, quíteselo de la cabeza, porque no tengo idea. Cada minuto que ha pasado desde que él… —no pudo pronunciar la palabra —, me he preguntado qué pudo ser tan grave que ni ustedes ni yo lo supimos, qué pudo ocurrir en su vida para querer acabar con ella, qué sucedió. Todavía no creo que haya sido así.
—¿No crees que se suicidó? —le preguntó la mujer interesada.
—No creo que haya sido capaz de eso, de provocarles, a sabiendas, ese dolor.
—Yo creo que lo asesinaron —confesó la mujer.
—¿Qué dice? —Sarah se extrañó oír, de otra boca, lo que ella ni siquiera se había atrevido a pensar en voz alta.
Sebastián, el hijo mayor de Miguel, se acercó a ellas.
—¿Vamos, mamá? —le preguntó tomándola del codo suavemente.
—Dime, Sarah —insistió la mujer sin contestar a su hijo—, ¿tú crees lo mismo que yo?
Sarah dejó caer las lágrimas que retuvo todo el sepelio. Ella quería mucho a Miguel Vicuña, desde que murieron sus padres él fue como un padre para ella.
—Ni siquiera me atrevía a admitirlo para mí misma, por lo terrible que suena, pero sí, señora Lidia, estoy segura de que él la amaba demasiado para dejarla sola, no creo que él se haya suicidado, a él lo mataron.
—¡Sarah! —La reprendió Sebastián en voz baja— Ni siquiera lo menciones, no aquí por lo menos.
Sebastián miró a su alrededor molesto, pendiente de quién pudiera haberla oído.
—Vamos a la casa —dijo Lidia con voz suave—, allá podremos conversar más tranquilamente.
Sarah miró a Sebastián que la miraba con furia. Ella se cohibió ante su mirada reprobatoria. Su corazón latía de amor por él, mientras que el de él sólo sentía odio y rencor. Volvió a mirar a Lidia, que la miraba suplicante. Miró a su alrededor, ya no quedaba casi nadie en el hermoso cementerio y los hombres que trabajaban allí habían empezado su labor de terminar con la sepultura de don Miguel, lo que no le daba chance a excusarse que quería estar un rato más con su antiguo jefe.
—No lo sé, ustedes tal vez quieran estar solos y yo… —intentó decir.
—¡No! Yo quiero saber qué le pasó a mi esposo.
—Señora Lidia…
—Ven con nosotros, si tienes algo que decir, lo dirás allá —ordenó Sebastián con dureza.
—¿Y si no tengo nada qué decir? —preguntó ella.
Él la miró con desaprobación y recelo.
—Está bien —accedió la joven finalmente. Sabía que el hijo de su jefe no le tenía ninguna simpatía y ahora, que sería él quien tomara el puesto de su padre, ella tendría que trabajar para él o quedar sin trabajo.
Álvaro se paseaba nervioso en su oficina, llevaba dos días sin saber de Sarah y hoy era el día que debía volver a control para empezar a pisar con su bota de yeso. ¿La llevaría Sebastián o no le importaría? Estaba preocupado. Ni siquiera sabía si estaban juntos. O si la había golpeado nuevamente.Tomó el teléfono y marcó el número de su mamá.—Mamá, ¿puedes hacerme un favor?—la mujer, por supuesto no se negó— Necesito que le hables al doctor Santillana para saber si fue Sarah a verlo… Le tocaba control hoy y no he podido hablar con ella… Gracias… Te amo.Álvaro esperó impaciente el llamado de su madre de vuelta, necesitaba estar seguro que Sarah se encontraba bien, con los cuidados que necesitaba, con lo que ella quisiera tener. Cerró los ojos. No podía quitár
Ella no había sido tocada ni por las explosiones ni por el fuego. Pero estaba aterrada. Una llama se movió rápidamente hacia ella, ella no le quitó la vista de encima, hasta que uno de los hombres que la quería fuera de allí, la agarró del brazo, diciendo algo en otro idioma y la echó hacia atrás. La llama no era llama, sino una persona quemándose viva. Cuando Sarah logró reaccionar, gritó histérica. Un poco antes, si ella se hubiera ido de allí unos segundos antes, sería ella la llama andante. Se sintió desfallecer. Todo allí era caos, la gente corría, gritaba, lloraba. Pero Sarah se mantenía estática. No podía moverse, aunque quisiera no podía hacerlo. Miraba todo a su alrededor, no había dónde ir, donde huir, ningún escape posible a esa pesadilla que estaba viviendo. Y estaba sola, sus padres no estaban
Tres días más tarde, Sebastián salió temprano a trabajar. Fueron días de calma y tranquilidad. Sarah se sentía feliz de estar nuevamente con el amor de su vida. Ella se quedó pensando en Sebastián, en sus besos, en sus palabras. Ahora estaba preocupado de ella, como lo hacía al principio, como cuando eran muy jóvenes. Y recordó…Miguel Vicuña y su padre eran muy amigos uno del otro, desde niños, se criaron juntos, por lo que, al casarse y tener familia, compartieron mucho tiempo juntos. David, Sebastián y ella eran como hermanos, reían y se divertían haciendo travesuras diferentes cada día. A medida que fueron creciendo Sarah comenzó a sentir diferente y a mirar con otros ojos a Sebastián. Y él también lo hizo, porque poco tiempo después, él se le declaró. De eso hacía 10 años. Él la
Álvaro salió de edificio donde estaba su oficina y se encontró a boca jarro con su madre que venía entrando.—Te estuve llamando, no contestaste mis llamadas —lo reprendió suavemente, mientras le daba un beso en la mejilla.Álvaro hizo un gesto instintivo buscando su celular y no lo encontró en sus pantalones ni en su saco.—No tengo mi celular —dijo pensativo— no sé dónde lo dejé. Debo volver, se me ha de haber quedado en la oficina.—Te he llamado desde hace más de una hora.—Lo siento, me olvidé completamente de mi celular, ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que lo tuve.—Te acompaño, quiero hablar contigo y pensaba que podíamos almorzar juntos, ¿puedes?—Me encantaría —sonrió Álvaro—, sabes que para ti siempre estoy disponible.Subieron al ascensor, la mujer se tomó del brazo de su hijo y este acarició suavemente su mano. Sonrió.—Hoy te vi en la clínica —le dijo la mujer mirando el rostro de su hijo para ver su reacción.—No sabía que estabas allí —contestó sin expresi
Álvaro subió a su auto preguntándose qué quiso decir Sebastián con aquello. ¿Qué podría ocurrirle a Sarah para sentirse tan mal? ¿Alguna discapacidad? ¿Cicatrices? De cualquier modo y fuera lo que fuera, Sebastián no podía creer o hacer creer a Sarah que nadie la amaría. Él podría amarla…Sacudió la cabeza para quitarse ese pensamiento estúpido. No debería ver a esa chica de ningún modo más que el estrictamente profesional, si ella lo necesitara como abogado no podía involucrar sus emociones. Menos el que se estaba gestando en él en este momento. Echó a andar el auto y salió rumbo a su oficina.Sebastián tocó el timbre y Sarah saltó para ir a abrirle, él entró al departamento y la abrazó con fuerza.—¿Cómo te sientes?—Bien, estoy con un calmante. Por lo menos no tuvieron que operarme.—Sería otra cicatriz —murmuró él.El rostro de ella se ensombreció.—Te conozco y esas feas cicatrices no son problema para mí —le dijo tomándole la cara entre sus manos. —Lo sé —contestó ella en voz b
Álvaro se paró del sofá molesto, necesitaba calmarse. Se paró frente al gran ventanal, daba a un parque del mismo edificio, donde había algunos niños jugando. Se volvió a mirar a la joven que miraba la nada. El departamento no era muy grande, pero sí muy cómodo, Sarah estaba sentada en el sofá en forma de L color marfil que llenaba casi toda la sala. De pronto, se volvió a mirarlo.—Sarah —tomó aire—, Sarah, por favor, ese hombre no te quiere, no sigas…El celular de Sarah sonó en ese momento. Ella lo miró y sus ojos brillaron por un momento.—Sarah ¿cómo estás? —La inconfundible voz autoritaria de Sebastián hizo sonreír a la joven.—Bien.—¿Segura?—Bueno, tengo una bota de yeso.—¿¡Qué?! Oh, por Dios, Sarah, mi amor, perdóname, iré a verte enseguida, bebé, no te preocupes.—No hace falta, Sebastián —contestó incómoda.—Quiero verte y sé que tú también a mí, perdóname.—Sebastián…—¿No quieres? —La decepción se reflejó en su voz.—Sí, claro que sí, sí.—Te amo —dijo Sebastián antes
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