Álvaro se paró del sofá molesto, necesitaba calmarse. Se paró frente al gran ventanal, daba a un parque del mismo edificio, donde había algunos niños jugando. Se volvió a mirar a la joven que miraba la nada. El departamento no era muy grande, pero sí muy cómodo, Sarah estaba sentada en el sofá en forma de L color marfil que llenaba casi toda la sala. De pronto, se volvió a mirarlo.
—Sarah —tomó aire—, Sarah, por favor, ese hombre no te quiere, no sigas…
El celular de Sarah sonó en ese momento. Ella lo miró y sus ojos brillaron por un momento.
—Sarah ¿cómo estás? —La inconfundible voz autoritaria de Sebastián hizo sonreír a la joven.
—Bien.
—¿Segura?
—Bueno, tengo una bota de yeso.
—¿¡Qué?! Oh, por Dios, Sarah, mi amor, perdóname, iré a verte enseguida, bebé, no te preocupes.
—No hace falta, Sebastián —contestó incómoda.
—Quiero verte y sé que tú también a mí, perdóname.
—Sebastián…
—¿No quieres? —La decepción se reflejó en su voz.
—Sí, claro que sí, sí.
—Te amo —dijo Sebastián antes de cortar.
Sarah miró a Álvaro sintiéndose culpable, pero él no entendía el sentimiento tan fuerte que los ataba a ambos desde muy jóvenes.
—Viene para acá, viene a verme —le dijo ella con un tono de culpa y molestia a la vez.
—¿Él se hará cargo de ti?
—Sí, está muy arrepentido, se lo dije, ¿no? El quiere arreglar las cosas.
—Entonces salgo sobrando.
—Gracias por todo.
—No dejes que te vuelva a golpear.
—No lo hará, está realmente arrepentido.
—Eso dicen todos —sonrió decepcionado.
—Él es diferente, no es como todos.
“Es peor”, pensó Álvaro para sus adentros, pero era algo para lo cual no estaba preparado para confesar.
—Llámame —le extendió su tarjeta—, necesitarás un abogado.
—Gracias —contestó ella recibiéndola y guardándola en su bolsillo.
Álvaro salió a toda prisa y cuando llegó a su auto se apoyó con ambas manos en el techo. No entendía cómo ella le seguía creyendo y lo seguía aceptando. En sus 11 años como abogado y en los años de estudio, defendió y trató con muchas mujeres abusadas y golpeadas, aunque nunca le ocurrió con ninguna lo que le pasaba con Sarah. Su deseo de protegerla era demasiado intenso, demasiado fuerte. Esa chica de ojos furiosos, de mirada hiriente, siempre a la defensiva; su soledad, su cólera y su ira contenida, eran sólo la cáscara de lo que realmente ella era en su interior. Él sabía que dentro había una mujer inocente, temerosa, deseosa de amor y comprensión, que buscaba protección y calor. Todo lo opuesto a lo que demostraba y quería ser él quien botara todas esas paredes que la hacían desdichada. Pero claro, ella sólo tenía ojos para Sebastián. En cierto modo lo entendía, Sebastián era casi tan joven como Sarah, apuesto según el criterio femenino, si no, no estaría rodeado siempre de bellas mujeres (aunque eso lo lograba también el dinero), en cambio él… debía tener al menos 10 años de diferencia con ella. Además que conociendo a las mujeres lo que las conocía, sabía que el hombre que peor las trata lleva las de ganar, porque el que las trata bien y las cuida, ese, ese sólo sirve de “amigo”, como le ocurrió con Viviana. Tal vez eso le llamaba la atención de Sarah, las similitudes entre ella y su ex esposa eran muchas. Además, estaba de por medio Sebastián, él le arrebataría de los brazos a Sarah…
Antes de subir a su auto, Álvaro vio venir a Sebastián. Esperó que se bajara y se acercó.
—La vuelves a tocar y tendrás que vértelas conmigo —lo amenazó.
—Miren quién lo dice: el mismo que la atropelló.
—Sebastián, no vuelvas a golpearla.
—¿Qué? ¿También se acostó contigo que la defiendes tanto?
—No seas ridículo.
—Déjala en paz, está conmigo y tú no tienes nada que hacer aquí, ¿cuándo te convencerás que no tienes chance? Ella está enamorada de mí, jamás se fijará en ti, sólo serás su paño de lágrimas —Sebastián sonrió con suficiencia.
—¿Hasta cuándo estarás con ella? —Álvaro sabía que lo que él decía era cierto.
—Siempre.
—Y la golpearás.
—Sólo si ella me da motivos.
—Eres un imbécil.
—Vete de aquí, Álvaro, si no quieres que piense que hubo algo entre los dos y ella deba pagar las consecuencias —amenazó.
—No te atrevas.
—No me provoques.
—La tocas y te pudro en la cárcel.
—Inténtalo.
Álvaro estaba frustrado, si tan sólo Sarah se diera cuenta de la clase de hombre que era Sebastián, si pudiera verlo…
—Ella me ama a mí y siempre seguirá siendo así, porque ningún otro hombre querrá amarla y ella lo sabe perfectamente. Tú no la conoces, no sabes quién o qué es y no querrás saberlo tampoco.
—¿A qué te refieres? ¿De eso la tienes convencida? ¿De que nadie la va a amar?
—Yo no la tengo convencida de eso. Ella se convence sola cada mañana al mirarse al espejo.
Sin decir nada más, Sebastián caminó a toda prisa al ascensor, dejando a Álvaro totalmente confundido.