—¡Sarah! —gritó Sebastián detrás de ella— ¡¡Sarah, detente!!
Sarah no obedeció, miró hacia atrás sin dejar de correr, para saber a qué distancia venía Sebastián. No quería que la atrapara. Un golpe seco la tiró al piso con un dolor agudo en su pierna. Un automóvil la atropelló sin querer. No alcanzó a detenerse por completo antes de que ella cruzara, imprudentemente a la calle. El chofer del automóvil bajó inmediatamente a verla. Ella lloraba desconsolada.
—Tranquila, dígame, ¿dónde se golpeó?
—Mi pierna —se quejó.
—Sarah, mi amor —Sebastián intentó tomarla para levantarla pero Sarah lo rechazó—. Déjame ayudarte, cariño.
—¡No! déjame…
—Pero…
—Ya oíste a la señorita, Sebastián, déjala.
Por primera vez Sebastián miró al hombre, era Álvaro Cantero, abogado especialista en violencia de género, muy bueno por lo demás en su rubro y enemigos desde hacía mucho tiempo.
—El protector de las mujeres débiles —se burló Sebastián.
—Por lo menos no un patán como tú.
—Sarah, vámonos —ordenó Sebastián furioso nuevamente con Sarah.
—¿Qué es tuyo si se puede saber? ¿Es tu novia?
—Es mi secretaria.
—Ya no —rebatió Sarah—, me despediste.
—Vamos Sarah —insistió molesto.
—Ella no se va a ninguna parte contigo, no quiere. La tocas y te vas a la cárcel por acoso y tendrás que pagar una jugosa cantidad, para que no tenga que volver a trabajar con idiotas como tú.
Sebastián lo miró furibundo y se fue de allí apretando los puños. Álvaro ayudó a Sarah a levantarse.
—¿Quiere que la lleve a un hospital?
—No hace falta, gracias.
—La golpeó —acotó él, tocándole la nariz y la mejilla que las tenía enrojecidas e hinchadas—, debería ir a un médico, poner la denuncia, él no puede golpearla.
—¿Y de qué serviría? Si después él pondrá un montón de abogados y yo con suerte, tendré uno de oficio. Salgo perdiendo.
—Yo puedo defenderla.
—No, gracias, además tengo asuntos mucho más graves que resolver, que una simple bofetada.
—Una simple bofetada… —sonrió con decepción— si usted lo dice.
—Sebastián me acusa de haber sido amante de su papá y de haberlo matado… eso hace que esto —se mostró la cara— sea una simple bofetada.
—¿Y usted lo hizo?
—No —contestó mirándolo a los ojos con profunda tristeza—, por supuesto que no.
—¿Él ya la acusó formalmente?
—No lo sé, con él nunca se sabe.
—Suba a mi auto, la llevo a su casa.
—No se preocupe.
—Suba —rogó con firmeza.
Sarah dio un paso y el dolor en su tobillo le impidió seguir. Álvaro la tomó en sus brazos y la llevó al otro lado del auto para que se subiera. Dio la vuelta y se puso al volante.
—La llevaré a un médico, es lo primero. Y necesito que me cuente todo como ocurrieron los hechos —le dijo Álvaro echando a andar su auto.
—No es necesario —contestó ella.
—Sí lo es, porque yo seré su abogado, tanto si la acusa formalmente como si no.
—Y si no, ¿para qué quiero abogado?
—Para demandarlo por acoso, maltrato, daños y perjuicios —miró su rostro lastimado.
—Yo no tengo dinero…
—¿Usted es inocente de ese crimen?
—Ya le dije que yo no lo hice.
—Entonces, una vez terminado el juicio, usted tendrá tanto dinero que podrá pagarme tres veces mis honorarios y usted va a quedar como si nada.
—Yo no quiero el dinero de ellos —replicó mirando por la ventana hacia afuera.
—Pero lo tendrá porque se lo merece. Y yo haré que se lo den.
—¿Y si pierdo y me acusan?
—Entonces yo habré fallado como abogado y le aseguro que nunca he perdido un caso —contestó con orgullo.
—¿Por qué lo hace?
Él la miró dudando unos segundos y tomó aire antes de hablar.
—Porque mi hermana conoció a un tipo, se fue a vivir con él y cuando él comenzó a golpearla, no le dijo a nadie. Cuando nos enteramos era demasiado tarde. Yo estaba recién egresado de abogado y mi padre había fallecido hacía poco tiempo, los abogados que conocíamos no pudieron hacer mucho. El abogado que lo defendió ganaba el caso. Mi hermana volvió con él y poco después murió a manos de ese desgraciado. En cuanto me licencié, me dediqué a la violencia de género, al acoso en los trabajos, al maltrato. Y Sebastián te maltrata. Aunque estés enamorada de él, Sarah, debes alejarte, él te hará daño, no mide consecuencias.
—¡Yo no estoy enamorada de él! —protestó la joven.
—Y yo soy el Príncipe Carlos —dijo con ironía—. Se te nota, Sarah y si me dejas, él no volverá a tocarte.
Sarah bajó la cabeza. No estaba segura de querer alejar de esa manera a Sebastián, si lo hubiera sabido, lo hubiese seguido a la oficina, en realidad, parecía arrepentido, fue un momento de ira, eso no significaba que volviera a hacerlo. Nunca antes había hecho una cosa así, lo de hoy había sido un error… un lamentable error.
—Volverá a hacerlo, te lo aseguro.
Sarah lo miró sin comprender. ¿Acaso le había leído la mente?
—Es el pensamiento de todas: “No lo volverá a hacer”. “Está arrepentido”, “Me ama, por eso lo hizo” y nada de eso es verdad, Sarah, él no está ni arrepentido y cuando pueda, lo volverá a hacer. ¿Quieres que te ayude o no?
—Sí, Sebastián está convencido que soy yo la asesina de su papá y si me acusa no podré defenderme.
—¿Y aun así lo amas? —Preguntó sorprendido.
—Llevo diez años enamorada de él —confesó.
—No necesitas un abogado —dijo bajándose del auto, dio la vuelta, abrió la puerta de Sarah y la ayudó a bajar—, necesitas un siquiatra —concluyó mirándola con lástima.