Álvaro se paró del sofá molesto, necesitaba calmarse. Se paró frente al gran ventanal, daba a un parque del mismo edificio, donde había algunos niños jugando. Se volvió a mirar a la joven que miraba la nada. El departamento no era muy grande, pero sí muy cómodo, Sarah estaba sentada en el sofá en forma de L color marfil que llenaba casi toda la sala. De pronto, se volvió a mirarlo.—Sarah —tomó aire—, Sarah, por favor, ese hombre no te quiere, no sigas…El celular de Sarah sonó en ese momento. Ella lo miró y sus ojos brillaron por un momento.—Sarah ¿cómo estás? —La inconfundible voz autoritaria de Sebastián hizo sonreír a la joven.—Bien.—¿Segura?—Bueno, tengo una bota de yeso.—¿¡Qué?! Oh, por Dios, Sarah, mi amor, perdóname, iré a verte enseguida, bebé, no te preocupes.—No hace falta, Sebastián —contestó incómoda.—Quiero verte y sé que tú también a mí, perdóname.—Sebastián…—¿No quieres? —La decepción se reflejó en su voz.—Sí, claro que sí, sí.—Te amo —dijo Sebastián antes
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