Funeral II

David, el hijo menor de Miguel ya estaba en el auto cuando ellos llegaron, él conduciría, Lidia se sentó a su lado, por lo que Sarah y Sebastián se sentaron en el asiento trasero. Sarah miró brevemente a Sebastián y se volvió hacia la ventana con lágrimas en los ojos, por la postura de él, parecía que él creía que ella tenía una enfermedad contagiosa, estaba pegado a la ventana, mirándola con asco y eso le dolió.

Pensar que hasta hace ocho años eran inseparables, una sola familia. Entre Sarah y Sebastián surgió el amor como algo natural, eran el uno para el otro. Sin embargo, todo cambió cuando ella tenía 18 años, sus padres murieron en un accidente en las costas de Francia y ella quedó muy mal herida, el dinero heredado de sus padres lo gastó casi todo en la búsqueda de los cuerpos de sus padres y en su propio tratamiento. Miguel Vicuña fue un puntal para ella en esos momentos de angustia, fue como el padre que perdió, a pesar de las desconfianzas y el rencor que generaba en su familia su apoyo incondicional después de ese horrible accidente.

Sarah recordó esos angustiantes momentos. Iban en un crucero por las costas de Francia, se suponía que llegarían a La Provenza, pero eso no ocurrió. El barco hizo una explosión tras otra, nadie supo bien lo que ocurrió, una atentado, una falla en los motores, un choque contra algo, nunca se supo qué ocurrió, aunque las conjeturas siempre dieron como resultado la teoría del atentado. Sus padres no fueron encontrados por el servicio del país, por lo que ella contrató su propia gente para encontrarlos. Luego, el traslado de ella, en muy mal estado, sus piernas se quemaron gravemente, además de múltiples fracturas en las mismas, dejando marcas en ellas hasta el día de hoy, además de dolorosos implantes de platino en sus piernas, lo que la hacía una chica tímida y retraída. No se atrevía a salir a la calle con ropa corta, mucho menos ir a la playa o piscina. Por la misma razón no salía con chicos. Temía que la vieran y se espantaran por las cicatrices.

Cuando volvió de Francia ya casi no quedaba dinero en sus arcas, Miguel quiso hacerse cargo de ella, pero ella no se lo permitió, no quería dinero, no era una mantenida y nunca lo sería, por el mismo tiempo, la secretaría personal de Miguel renunció después de haber tenido a su primer bebé y éste le ofreció ese puesto a Sarah, a lo que ella accedió con agrado. De eso hacía 6 años. Hoy con 26 años, sentía que había perdido a su padre, eso era lo que Miguel representaba para ella, él era como un padre protector y amoroso que la cuidaba y quería como a su propia hija, y ahora que se había ido…

—¡Sarah! —El grito de Sebastián la volvió a la realidad, tenía la puerta del auto abierta para que ella bajara de él.

—Lo siento —se disculpó la joven apretando su cartera. 

—Baja —ordenó él, ofreciéndole su mano.

Ella se tomó de él, sintiendo un escalofrío recorrer su columna vertebral. Aún tenía sentimientos para él, su primer amor, su primer hombre, aunque para él sólo fuera una cualquiera. Cuando salió del auto él la mantuvo muy cerca de él.

—¿Por qué fuiste su amante?  —le preguntó él en voz baja.

—Sebastián… —Rogó ella, no era un tema nuevo para ella, aun así, no se acostumbraba a ser tratada como la amante de don Miguel.

—A mí no me engañas, lo que no entiendo es por qué, después de todo lo que esta familia ha hecho por ti.

—Yo jamás… nunca…

—Un paso en falso, sólo uno, y te pudriré en la cárcel.

Sarah sólo fue capaz de mirarlo con los ojos muy abiertos, una cosa es que ella no le agradara y otra, muy distinta es que él la amenazara de esa forma. Sebastián la soltó y, dando la media vuelta, entró  a la casa, dejándola allí, confundida y desolada. Finalmente, ella lo siguió, como un cordero que va al matadero, sabiendo lo que le esperaba allí dentro y lo que él pensaba de ella. La casa se sentía fría y vacía sin Miguel, él era un hombre muy alegre, simpático y agradable.

Lidia y ella se sentaron en la sala de estar, David fue directamente a su cuarto y Sebastián no estaba allí. Sarah se sentó en un sillón pequeño frente a Lidia, la casa era grande y bonita, la sala de estar estaba bellamente decorada, sin adornos recargados, aún así, se veía acogedor.

Ocho años que no pisaba esa casa y la recordó perfectamente, parecía oír las risas de David y Sebastián burlándose de ella, buscaban motivos para hacerlo; también le parecía oír el chocar de copas y la conversación de sus padres con Miguel y Lidia. Tantos recuerdos…

—Tú tampoco crees en el suicidio de mi esposo —Lidia la sacó de sus pensamientos a tiempo, antes de ponerse a llorar como una idiota.

—Aparte de ti, ¿quién crees que pudo asesinarlo?

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