Funeral III

Sebastián venía entrando con un vaso de Whisky en la mano, traía la corbata suelta y el primer botón de la camisa desabrochado, la miraba con odio, si de él dependiera la ahorcaría con sus propias manos en ese mismo momento. Sarah lo miró horrorizada, ¿de verdad él creía que ella había matado a su padre, por eso estaba así, peor que las otras veces que la veía?

—Contesta Sarah —urgió él.

—Yo jamás hubiera hecho una cosa así, don Miguel era como mi segundo padre, me ayudó y prácticamente se hizo cargo de mí cuando perdí a mis padres en ese horrible accidente —se defendió la joven.

—Mientes —la voz de Sebastián sonó amenazante.

—Sebastián, por favor —rogó su madre en tono conciliador.

—¿Acaso soy yo el único que ve las cosas claras aquí? —Preguntó molesto.

—No sé a qué te refieres —Sarah quería llorar, pero no lo haría.

—Mi padre se iba a jubilar para estar más tiempo con mi madre, “su esposa” —recalcó lo último con clara ironía.

—¿Y eso me convierte en asesina? —Preguntó ella en un hilo de voz.

—Se iba tu amante, ¿no? Y con él, tu banco particular.

—¡Jamás! Él… él y yo… ¡No!

Miró a Lidia espantada, ella sabía que él pensaba eso, pero jamás creyó que la dijera delante de su madre, la mujer negaba con la cabeza, al parecer ella no tenía la misma opinión que su hijo, o para ella no era un tema a discusión.

—¡Vamos, Sarah! Ustedes eran la comidilla de todo el mundo en la oficina.

—No, eso no es así…

—¿Me estás llamando mentiroso?

—Y tú me acusa de ser amante de su padre.

—¿Acaso no lo eras?

—¡No! —Ahora Sarah dejó caer las lágrimas libremente, ya no las podía retener más— Don Miguel era como mi padre, nunca lo vi de otro modo y estoy segura que él tampoco.

—¿Y no te molestaba que él se jubilara? —Preguntó Lidia.

—¡Por supuesto que no! Al contrario. El siempre se recriminaba por no pasar más tiempo con usted, su esposa, el amor de su vida… siempre decía que… —aunque intentaba mantener la calma, los sollozos no la dejaron continuar y por un rato, nadie dijo nada— Él decía que no le daba el tiempo que usted merecía y ahora que se jubilara, tendría todo el tiempo para compensar su falta de todos estos años. Por eso no entiendo que él se haya… —ahora sí no pudo seguir.

—Mi esposo siempre me repetía eso —asintió la mujer.

—Y es cierto, él la amaba muchísimo, señora Lidia, era muy lindo lo que él sentía por usted.

—El lunes voy a tomar el puesto de mi padre —intervino Sebastián—, no vayas a la oficina hasta ese día.

Sarah lo miró sorprendida.

—No quiero que alteres nada —agregó—, de todos modos no tienes autorización para entrar al edificio.

Sarah bajó la cabeza, él dudaba de ella, una punzada de dolor se instaló en su vientre. Una cosa es que dudara de sus sentimientos, que la acusara de ser amante de su padre, pero ¿asesina? Se sintió realmente mal, se levantó lentamente, casi sin fuerzas.

—Nos vemos el lunes, entonces, no tengo nada que esconder —dijo con voz ronca por el dolor—. Lamento mucho lo sucedido. Permiso.

Caminó hacia la puerta. Sebastián dejó su vaso en la mesita y la siguió con paso firme. Cuando ella iba a abrir la puerta, él la tomó del brazo y la volteó hacia él, pegándola a su cuerpo.

—¿Por qué te fijaste en él? —le reclamó.

—Sebastián… él y yo… jamás… —le dolía sentirlo tan cerca y a la vez tan lejano.

—Te amo, Sarah, te amo desde siempre y te juro que jamás te olvidé, pero tú eras de mi padre y yo no…

Parecía querer besarla y ella lo anhelaba. Ofreció sus labios al hombre que le juraba amor, mientras la acusaba de un crimen que no cometió. Ella tampoco lo olvidó, siempre esperó que él se volviera a fijar en ella, pero sabía que no lo haría, él conocía perfectamente su “defecto” y no le interesaba tener a su lado a una mujer de esas características teniendo tantas mujeres bellas a su alrededor. Y ahora que le confesaba su amor, estaba de por medio la muerte de su padre. Él tenía razones para dudar, pero ella quería que confiara en ella. Por eso le ofreció sus labios para demostrarle todo el amor que tenía guardado de hace tantos años… y su inocencia.

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