Sarah lo miró consternada, molesta, verdaderamente molesta.
—¿Me está diciendo loca?
—No —contestó el hombre con tranquilidad, mientras le hacía una seña al guardia de la puerta de Urgencias para que acercara una silla de ruedas.
—¿Entonces?
Él la miró con una expresión extraña.
—Entonces creo que tienes tu autoestima demasiada baja para seguir enamorada de ese tipo después de todo lo que te ha hecho.
La silla de ruedas llegó y Álvaro, después de ayudarla a sentarse, la guió hacia adentro.
—Usted no entiende —dijo ella al entrar al edificio, no había mucha gente, en esa clínica eran bastante expeditos en su atención, por eso Álvaro escogió ese lugar para llevar a Sarah.
—Tienes razón, no entiendo. No entiendo cómo es posible que las mujeres acepten ese tipo de trato y lo defiendan en nombre del amor.
Sarah bajó la cabeza sin contestar. Él no entendía. Desde que eran una niña se enamoró de Sebastián, fue su primer y único amor, vivieron un amor sincero, él siempre preocupado de ella, siendo amable… Después del accidente todo cambió. Él no volvió a ser el mismo. Parecía odiarla. En cambio ella seguía enamorada y sufría con cada nueva conquista de él, que no eran pocas. Era un mujeriego de primera. Y ahora que le confesó su amor asegurándole que no la había olvidado, estaba el tema de su padre. Estaba enojado, cualquiera lo estaría en su caso. Su padre fue asesinado, eso descompone a cualquiera. Eso era lo que Álvaro Cantero no entendía. Y ella no le explicaría nada. No por el momento.
—Dame tu cédula y tu previsión —le pidió él.
Ella sacó de la cartera sus documentos y una tarjeta de crédito.
—3642 —dijo ella, extendiéndole los papeles.
—Y esto? —preguntó extrañado.
—Esto cuesta dinero y hay que pagar, ¿no? —Sarah estaba muy molesta y no aceptaría más de lo necesario de parte de él.
—Tú sabes que no debes dar tu clave secreta a nadie ¿verdad?
—Me está ofreciendo sus servicios gratis, me trajo hasta acá en su auto y seguramente no se va a ir hasta estar seguro que no me voy a morir, supongo que no lo ha hecho para robarme ¿o sí?
—Por supuesto que no —contestó él mirándola con un dejo de comprensión.
—Entonces no tengo nada que temer —contestó ella encogiéndose de hombros. Él se agachó frente a ella.
—Yo te atropellé, yo corro con los gastos —su voz fue suave y cálida.
—No, la culpa fue mía —replicó ella.
—Si es por culpas…
—No meta a Sebastián en esto —cortó ella volviendo a enojarse.
—Eso es lo que te molesta, ¿verdad?
—Es que usted no entiende, él está pasando por un mal momento y…
—Se desquita contigo.
—¡No es así! Yo lo hice enojar.
Álvaro sonrió frustrado y cerró los ojos, tomó aire para calmarse y la volvió a mirar.
—No fue tu culpa, Sarah.
—Claro que sí lo fue, si yo no hubiera…
—Los “si yo” no son verdad —le acarició el rostro—, ninguna mujer se merece que la golpeen. Ninguna. Por ninguna razón. No debes dejar que lo haga nunca más.
—No lo hará, estoy segura de eso. Sé que en cuanto lo hizo, se arrepintió.
—Claro.
Se levantó y fue a llenar el formulario de atención. ¡Cuántas veces oyó en su oficina las mismas excusas, las mismas palabras! ¡Cuántas veces su propia hermana las pronunció! Y ahora esa chica de ojos marrones, piel canela y cabello suave y sedoso, con el dolor a flor de piel, las volvía a repetir, defendiendo a un tipo como Sebastián que no merecía ser defendido por nadie.