En un pequeño pueblo a orillas de un río sereno, Julia y Sebastián descubren que el amor verdadero no es solo un fuego que arde con intensidad, sino una corriente constante que fluye entre heridas, promesas y nuevos comienzos. Entre recuerdos dolorosos y sueños compartidos, ambos se enfrentan a sus miedos, renacen juntos y construyen un refugio para quienes buscan sanar. Una historia íntima, donde la pasión se vuelve madurez y el deseo se transforma en un compromiso profundo. “A orillas del deseo” es un viaje de emociones que celebra la capacidad de amar, caer y volver a levantarse.
Leer másLa madrugada trajo consigo un silencio inquietante. Julia se despertó con la sensación de que algo estaba por suceder. El aire dentro de la mansión estaba cargado de tensión, y el instinto del multimillonario no fallaba: sus sentidos estaban alerta, listos para cualquier movimiento inesperado.—Algo se acerca —susurró él, mientras caminaba de un lado a otro, sin poder quedarse quieto.Julia lo observó, comprendiendo que no era paranoia. La amenaza que se cernía sobre ellos era real y tangible. Los documentos de la oficina, las llamadas sospechosas, la información filtrada… todo apuntaba a un enemigo que conocía demasiado sus vidas, y que estaba dispuesto a atacarlos en su punto más débil: su amor.La confrontaciónAl mediodía, llegaron noticias inquietantes: uno de los socios más cercanos había sido contactado por la competencia, ofreciéndole un trato que pondría en riesgo toda la empresa. El multimillonario reaccionó de inmediato, reuniendo a Julia y a su equipo para diseñar un plan
El día amaneció gris, con nubes bajas que parecían presagiar lo que estaba por venir. Julia y él habían pasado la noche sumidos en un sueño compartido, donde la cercanía y la pasión habían borrado cualquier rastro de miedo. Pero el mundo exterior no entendía de sus promesas ni de su deseo; tenía sus propias reglas, y esta vez, se acercaba con fuerza.Al llegar a la oficina del imperio familiar, el multimillonario notó de inmediato la tensión en el aire. Los empleados caminaban con pasos apresurados, miradas furtivas y susurros que no pasaban inadvertidos para alguien acostumbrado a leer los gestos de todos a su alrededor. Julia lo seguía de cerca, percibiendo la inquietud que comenzaba a apoderarse de él.—Algo no está bien —murmuró, apenas audible mientras avanzaban por el pasillo principal.En su despacho, los informes confirmaron sus sospechas: un proyecto clave estaba en peligro. Competidores inescrupulosos habían conseguido información confidencial y la estaban usando para intent
El amanecer se filtraba suavemente por las cortinas, iluminando la habitación con tonos dorados que parecían pintar un nuevo comienzo. La noche anterior había estado marcada por confesiones y silencios cargados de deseo, por promesas no dichas que flotaban entre sus cuerpos aún entrelazados.El multimillonario la observaba dormir. En la quietud de aquel instante, Julia —su refugio y su tormenta— parecía más vulnerable que nunca. Su respiración pausada, la serenidad de su rostro, contrastaban con la agitación de los sentimientos que hervían dentro de él. Había luchado durante años para que nadie tuviera poder sobre su corazón, y ahora, sin darse cuenta, lo había depositado en sus manos.Cuando Julia abrió los ojos, lo primero que vio fue su mirada fija, intensa, casi devoradora.—¿Llevas mucho mirándome así? —preguntó con una sonrisa adormecida.—El tiempo suficiente para entender que mi vida ya no me pertenece —respondió él, con una sinceridad que la dejó sin palabras.Julia se incorp
La noche había caído con una fuerza serena sobre la posada. El viento soplaba suave, trayendo consigo el murmullo del río y el aroma húmedo de la tierra recién bañada por una breve llovizna. Dentro, en el salón principal, crepitaba un fuego encendido en la chimenea. Las llamas danzaban, iluminando las paredes de madera y tiñendo el ambiente con un resplandor cálido.Julia estaba sentada en un sillón frente al fuego, envuelta en una manta ligera. Observaba las brasas consumirse poco a poco, como si en ellas pudiera leer su propio destino. El silencio de la noche era profundo, pero a diferencia de otras veces, no la sofocaba. Esta vez, el silencio era compañía.Sebastián entró sin hacer ruido. Se detuvo un instante en la puerta, contemplándola con una ternura que rara vez dejaba ver. Había en sus ojos algo más que deseo: había respeto, una devoción silenciosa que lo sorprendía incluso a él.—¿Puedo sentarme? —preguntó con suavidad.Julia levantó la mirada y asintió. Sebastián tomó asien
La mañana avanzaba lentamente en la posada, bañada por la luz suave del sol que se filtraba entre las cortinas de lino. Julia se había refugiado en su habitación después del encuentro con Sebastián. El beso de aquella mañana aún ardía en sus labios, pero también en su corazón. Había encontrado en él la paz que tanto necesitaba, y sin embargo, la duda volvía como una sombra insistente.Sobre la mesa de madera había un cuaderno abierto, y en la primera página, un inicio de carta escrito con su pulso tembloroso. Julia sostenía la pluma entre sus dedos, pero no encontraba el valor para continuar.“Querida mamá…”Así había empezado, como si aún existiera un puente posible hacia esa voz del pasado que le enseñó a desconfiar del amor, a temer los abrazos y a convertir el silencio en escudo. Julia había querido contarle que había encontrado a alguien, que por primera vez en años sentía que podía respirar sin miedo. Pero las palabras se habían detenido. No podía.Cada letra era un peso, cada f
El amanecer llegó con un resplandor tenue, bañando el río en tonos dorados y rosados. Julia despertó en su habitación, con los ojos aún húmedos por la noche anterior. Había sentido el peso del deseo, la fuerza de la confesión y, al mismo tiempo, el filo cortante de sus propios miedos.Se levantó despacio, caminando hacia la ventana. Afuera, el mundo parecía intacto: los pájaros cantaban, las hojas de los árboles bailaban con la brisa, y el río seguía su curso como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, dentro de ella todo era distinto. El silencio había ardido, y de sus cenizas emergía una verdad imposible de ignorar: amaba a Sebastián con la misma intensidad con la que lo temía.Sebastián, por su parte, estaba en la terraza de la posada, con una taza de café intacta en la mesa. Miraba el horizonte, pero su mente estaba atrapada en el instante en que la había besado, en la manera en que Julia se había rendido y luego apartado. Había probado el paraíso y el infierno en un solo suspiro.
Último capítulo