En un pequeño pueblo a orillas de un río sereno, Julia y Sebastián descubren que el amor verdadero no es solo un fuego que arde con intensidad, sino una corriente constante que fluye entre heridas, promesas y nuevos comienzos. Entre recuerdos dolorosos y sueños compartidos, ambos se enfrentan a sus miedos, renacen juntos y construyen un refugio para quienes buscan sanar. Una historia íntima, donde la pasión se vuelve madurez y el deseo se transforma en un compromiso profundo. “A orillas del deseo” es un viaje de emociones que celebra la capacidad de amar, caer y volver a levantarse.
Leer másLos días que siguieron al regreso de Sebastián parecían como un renacer para ambos. La posada, que hasta entonces había sido solo un refugio, empezó a transformarse en un hogar lleno de vida, risas y esperanza. Ya no había secretos, ni distancias, ni silencios incómodos que los separaran; solo quedaban ellos dos, libres de máscaras, reconstruyendo su historia desde un amor más maduro, más fuerte.Julia le mostró a Sebastián cada rincón que había hecho suyo en su ausencia: el puente de madera que cruzaba el río, el claro entre los árboles donde se habían besado por primera vez, la pequeña cabaña junto al agua donde se entregaron a la pasión. Todo seguía igual, y sin embargo todo había cambiado. Cada espacio estaba cargado ahora de memorias nuevas, de promesas renovadas y de una complicidad que solo crece cuando dos almas deciden quedarse juntas.Una mañana, mientras el sol iluminaba la habitación con su luz dorada, Sebastián se sentó junto a Julia en la cama, mirándola a los ojos con u
El día que Julia había imaginado tantas veces finalmente llegó. Una mañana clara, con el cielo pintado de un azul intenso y el sol acariciando suavemente cada hoja, el aroma familiar del río parecía anticipar la llegada de Sebastián. Julia estaba en el porche de la posada, con el corazón latiendo a mil por hora y una mezcla de nervios y alegría que le hacía sonreír sin poder contenerse. Cada instante que pasaba, cada paso que se escuchaba en el camino, aumentaba su emoción.El sonido de un motor lejano interrumpió la quietud matinal. Julia se levantó rápidamente, conteniendo la respiración mientras su mirada se perdía en el sendero. Una figura apareció a lo lejos, caminando con pasos firmes pero con una sonrisa que iluminaba su rostro. Era él. Sebastián.Sus ojos se encontraron y, por un momento, el tiempo pareció detenerse. Las distancias y las ausencias se desvanecieron en un solo instante. Sebastián abrió los brazos y Julia corrió hacia él, fundiéndose en un abrazo que parecía borr
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Julia sentía la ausencia de Sebastián como un vacío profundo que el río mismo parecía susurrarle en sus noches solitarias. Cada amanecer era una mezcla de esperanza y dolor, una lucha constante entre rendirse y seguir creyendo. A veces, la brisa suave que acariciaba las hojas le recordaba su voz, mientras que el murmullo del agua le traía la sensación de su presencia, aunque estuviera lejos.Durante esas semanas, Julia intentó mantenerse ocupada, sumergiéndose en los pequeños detalles de la posada, atendiendo a los huéspedes y explorando nuevas ideas para mejorar el lugar. Pintaba las paredes con tonos cálidos, renovaba los jardines y planificaba nuevas rutas para que los visitantes se adentraran en la naturaleza, intentando llenar cada rincón de vida y esperanza. Pero en las noches, cuando el silencio la envolvía, la melancolía se colaba en su pecho, recordándole la distancia que ahora los separaba. Sus manos solían buscar
Los días se habían deslizado suavemente entre risas, planes y caricias, como si el tiempo quisiera regalarles un respiro antes de enfrentar lo inevitable. Julia y Sebastián habían construido su pequeño mundo al borde del río, un refugio donde el amor parecía crecer con cada instante compartido. Pero el destino, siempre imprevisible, estaba a punto de recordarles que no todo es tan simple como un sueño.Una tarde gris, el silencio habitual de la posada se vio interrumpido por el sonido insistente del teléfono. Sebastián contestó con una expresión que poco a poco fue endureciéndose. El aire se cargó de una tensión que Julia sintió inmediatamente, aunque no comprendía su origen.Después de unos minutos, él colgó, y el peso de la noticia cayó sobre ambos como una losa invisible. Sebastián evitaba mirarla directamente, como si las palabras que iban a decirle no tuvieran forma aún.—¿Qué pasa? —preguntó Julia con voz baja, temiendo la respuesta.Sebastián respiró profundo, tratando de orden
La tarde se había transformado en un lienzo gris que anunciaba lluvia, y pronto las primeras gotas comenzaron a caer, suaves y constantes, impregnando el aire con ese aroma fresco a tierra mojada que tanto amaba Julia. Caminaban despacio, sin prisa, por el sendero que bordeaba el río, bajo el tenue resguardo de un viejo paraguas rojo que Sebastián sostenía con firmeza.El mundo parecía haberse detenido solo para ellos, envuelto en el murmullo del agua y el sonido lejano de la lluvia golpeando las hojas. Julia sentía cada gota como un pequeño latido, una caricia fría que contrastaba con el calor que Sebastián le transmitía con su presencia cercana.—¿Sabes? —dijo ella mientras levantaba la mirada hacia el cielo encapotado—. La lluvia siempre me ha parecido mágica. Es como si el cielo nos diera una oportunidad para empezar de nuevo, para limpiar todo lo que pesa en el alma.Sebastián asintió, mirándola con esos ojos profundos donde ella veía reflejados sus propios anhelos y miedos.—Es
El amanecer se filtraba tímidamente a través de las cortinas de lino, dibujando líneas doradas sobre la piel de Julia. Sus párpados se abrieron despacio, dejando entrar la luz suave de la mañana y con ella, el recuerdo cálido y vibrante de la noche anterior. La cercanía de Sebastián seguía palpable en cada rincón de su cuerpo, como un eco latente que se negaba a apagarse.Sin embargo, una sombra ligera cruzaba su mente, un pensamiento insistente que se negaba a desaparecer. Sebastián, aquel hombre tan enigmático y cautivador, parecía guardar secretos profundos que ni siquiera el río, con toda su sabiduría y confidencia, había querido revelar.Se levantó de la cama y se asomó a la terraza. El aire fresco de la mañana, mezclado con el aroma del café recién hecho, le dio una sensación de calma, pero también la invitó a buscar respuestas que seguían ocultas.Cuando Sebastián apareció con dos tazas humeantes, la sonrisa serena y los ojos profundos, Julia sintió que debía romper el silencio
Último capítulo