La ciudad no dormía, pero Valentina sí quería hacerlo. Dormir profundamente y no despertar más en medio del ruido, las mentiras y el vacío que le había dejado su última despedida. Había dejado su vida en una maleta: unos cuantos vestidos, una caja con pinceles viejos, y el retrato roto de un amor que ya no tenía lugar en su alma.No se llevó más que lo esencial, aunque lo esencial, para ella, ya no eran las cosas. Era el silencio, la ausencia, y la posibilidad de reconstruirse en algún lugar donde nadie supiera su nombre.El tren avanzaba por campos que apenas conocía, pero algo en aquel paisaje le hablaba. La Toscana rural parecía un mundo completamente diferente, como si fuera un lienzo en tonos cálidos pintado solo para ella. Le habían dicho que la casa de su abuela, olvidada junto al río Armonía, aún seguía en pie. Y allí iría. No por nostalgia, sino por necesidad. Necesitaba aire. Necesitaba olvidar.El trayecto fue largo, pero el silencio era su mejor compañía. Por la ventana, l
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