Los días se habían deslizado suavemente entre risas, planes y caricias, como si el tiempo quisiera regalarles un respiro antes de enfrentar lo inevitable. Julia y Sebastián habían construido su pequeño mundo al borde del río, un refugio donde el amor parecía crecer con cada instante compartido. Pero el destino, siempre imprevisible, estaba a punto de recordarles que no todo es tan simple como un sueño.
Una tarde gris, el silencio habitual de la posada se vio interrumpido por el sonido insistente del teléfono. Sebastián contestó con una expresión que poco a poco fue endureciéndose. El aire se cargó de una tensión que Julia sintió inmediatamente, aunque no comprendía su origen.
Después de unos minutos, él colgó, y el peso de la noticia cayó sobre ambos como una losa invisible. Sebastián evitaba mirarla directamente, como si las palabras que iban a decirle no tuvieran forma aún.
—¿Qué pasa? —preguntó Julia con voz baja, temiendo la respuesta.
Sebastián respiró profundo, tratando de orden