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Capítulo 7: Secretos en la sombra

El amanecer se filtraba tímidamente a través de las cortinas de lino, dibujando líneas doradas sobre la piel de Julia. Sus párpados se abrieron despacio, dejando entrar la luz suave de la mañana y con ella, el recuerdo cálido y vibrante de la noche anterior. La cercanía de Sebastián seguía palpable en cada rincón de su cuerpo, como un eco latente que se negaba a apagarse.

Sin embargo, una sombra ligera cruzaba su mente, un pensamiento insistente que se negaba a desaparecer. Sebastián, aquel hombre tan enigmático y cautivador, parecía guardar secretos profundos que ni siquiera el río, con toda su sabiduría y confidencia, había querido revelar.

Se levantó de la cama y se asomó a la terraza. El aire fresco de la mañana, mezclado con el aroma del café recién hecho, le dio una sensación de calma, pero también la invitó a buscar respuestas que seguían ocultas.

Cuando Sebastián apareció con dos tazas humeantes, la sonrisa serena y los ojos profundos, Julia sintió que debía romper el silencio que crecía entre ellos.

—Sebastián —comenzó ella con suavidad, su voz un susurro casi temeroso—, siento que hay algo que no me has contado. Algo que pesa en ti, y no es solo la distancia que a veces nos separa.

Él la miró fijo, y por un instante, la máscara de seguridad que siempre había mostrado pareció resquebrajarse. Sus manos temblaron apenas, y su voz bajó a un susurro, como si estuviera confesando un secreto demasiado pesado para llevarlo solo.

—Hay cosas, Julia… cosas que no son fáciles de compartir. No porque no confíe en ti, sino porque temo hacerte daño.

Ella acercó su mano y la posó sobre la suya, transmitiéndole una calma y una confianza que esperaba fueran suficientes para abrir la puerta del silencio que lo mantenía cautivo.

—Confía en mí, Sebastián. No importa lo que sea, lo enfrentaremos juntos.

Un profundo respiro llenó el espacio entre ellos, y entonces, él comenzó a relatar. Habló de un pasado complicado, lleno de promesas rotas y decisiones difíciles que lo habían marcado más de lo que había dejado ver. Reveló un amor que se había perdido en la niebla de la ambición y las circunstancias, un lazo que aún latía débilmente en su corazón.

Cada palabra era un ladrillo que construía un muro entre ellos, pero también, paradójicamente, una llave que abría el camino hacia una verdad compartida.

Julia escuchó sin juzgar, con el corazón abierto y dispuesto a entender. Sabía que la confianza no era un regalo fácil de entregar, pero ese instante los unió más allá de las palabras.

Cuando Sebastián terminó, la miró con mezcla de alivio y esperanza.

—Ahora que sabes todo esto, ¿qué hacemos con este peso que nos une y nos separa a la vez?

Ella sonrió, esa sonrisa que había aprendido a ser su refugio, su fuerza.

—Lo convertimos en fuerza. Juntos.

El río seguía su curso, eterno y silencioso, como testigo invisible de un amor que, a pesar de las sombras y los secretos, empezaba a brillar con una luz más intensa y verdadera.

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