El amanecer se filtraba suavemente por las cortinas, iluminando la habitación con tonos dorados que parecían pintar un nuevo comienzo. La noche anterior había estado marcada por confesiones y silencios cargados de deseo, por promesas no dichas que flotaban entre sus cuerpos aún entrelazados.
El multimillonario la observaba dormir. En la quietud de aquel instante, Julia —su refugio y su tormenta— parecía más vulnerable que nunca. Su respiración pausada, la serenidad de su rostro, contrastaban con la agitación de los sentimientos que hervían dentro de él. Había luchado durante años para que nadie tuviera poder sobre su corazón, y ahora, sin darse cuenta, lo había depositado en sus manos.
Cuando Julia abrió los ojos, lo primero que vio fue su mirada fija, intensa, casi devoradora.
—¿Llevas mucho mirándome así? —preguntó con una sonrisa adormecida.
—El tiempo suficiente para entender que mi vida ya no me pertenece —respondió él, con una sinceridad que la dejó sin palabras.
Julia se incorp