Mundo de ficçãoIniciar sessãoLo suyo no debía repetirse. Pero una chispa basta para incendiarlo todo. Se supone que la noche que pasaron Avelyne y el capitán Bastian Corven no debía significar nada… Pero pronto se vieron envueltos en un deseo prohibido que no podían controlar. Entre celos, provocaciones y una química imposible de ocultar, Avelyne y Bastian quedarán atrapados en un juego que ninguno puede ganar. Porque hay deseos que no pueden ignorarse. Y amores que nunca debieron existir.
Ler maisEl aire de Stonveil olía a tierra húmeda y pino recién cortado. Bastian estaba de pie junto a la entrada principal, con los brazos cruzados y la chaqueta semi abierta, dejando que la fresca brisa del atardecer jugueteara con los mechones castaños que caían sobre su frente.
A unos metros, los soldados que custodiaban las puertas intentaban mantener la compostura, aunque las miradas cómplices y los murmullos bajos los delataban.
—Dicen que viene de la capital —susurró uno.
—Que la emperatriz viuda las escogió personalmente —añadió otro, con una sonrisa mal disimulada.
—Una recompensa— añadió con un movimiento de cejas sugestivo.
Bastian arqueó una ceja en silencio, divertido por los chismes. Por supuesto que la noticia ya había corrido por todo el cuartel. En un lugar como Stoneveil, donde los días solían ser tan repetitivos como aburridos, la llegada de un carruaje era suficiente para que todos inventaran versiones distintas del mismo rumor.
Recompensa o no, lo cierto era que la ex emperatriz Selianne rara vez hacía algo sin un propósito detrás. Y, aunque nadie lo dijera en voz alta, todos lo sabían.
Apoyó un hombro contra el marco de madera, escuchando sin intención de interrumpir. Aquellos hombres trataban de hablar bajo, pero él alcanzaba a escuchar cada palabra con claridad, aunque no le molestaba.
Dudo mucho que Darian se deje cautivar por alguna de ellas, pensó sonriendo. Su amigo nunca ha dado señales de dejarse conmover por alguna mujer, por más hermosa que esta fuera. Pero aún así, Bastian no podía negar que un poco de belleza no le vendría mal al paisaje.
Mientras esperaba, su mirada se perdió entre el bosque circundante. El sol caía de lado, tiñendo de ámbar las hojas, y el aire traía consigo el murmullo de una fuente de agua cercana. En otro momento, habría sido una tarde perfecta para no hacer absolutamente nada.
Bueno, al menos algo interesante se aproxima, pensó, fijando la mirada en el camino.
Bastian nunca había sido un hombre paciente, pero sí observador. Le gustaba mirar a la gente, descifrar lo que estaban pensando. En eso era bueno, en leer gestos, en captar silencios. Tal vez por eso le divertía tanto imaginar las historias detrás de los rumores que escuchaba.
Y, aunque le hacía gracia la curiosidad de los demás, tenía que admitir que también quería saber qué clase de mujeres enviaría la emperatriz viuda. A quienes consideraba como "regalos dignos". ¿Damas refinadas de la corte? ¿Alguna noble en desgracia? ¿Una belleza exótica? ¿O alguna cabeza hueca lo suficientemente bonita como para adornar la residencia del hombre más temido del imperio?
Darian, sin embargo, no era alguien que se deje manipular por una cara bonita. Bastian reprimió una sonrisa, recordando la expresión de su amigo cuando llegó la carta imperial.
Ni una pizca de interés o curiosidad. Solo ese ceño fruncido y ese suspiro cansado como si solo se avecinaran futuros problemas.
Él, en cambio, lo encontraba divertido. Había algo en la idea de ver a su impasible amigo rodeado de mujeres tratando de ganar su atención que lo intrigaba. No por morbo, sino porque era casi imposible ver esa fachada suya romperse.
Una brisa más fuerte levantó polvo del camino. Él entrecerró los ojos, y entre los árboles vislumbró al carruaje acercándose.
Los murmullos se callaron de inmediato. Bastian enderezó la postura, dejó que la expresión perezosa se transformara en algo más cordial, casi encantador, y se apartó un paso de la entrada.
—Vaya, parece que por fin llegó el entretenimiento del día —murmuró para sí, mientras la sonrisa en sus labios se ampliaba, era hora del espectáculo.
El carruaje avanzaba lentamente, reluciente bajo la luz del sol cada vez más tenue. Y aunque Bastian no lo sabía aún, ese día en Stoneveil marcaría el inicio de algo que ni siquiera él pudo haber previsto.
Los caballos se detuvieron frente al portón, levantando una ligera nube de polvo que se deshacía en el viento.
Bastian se acercó con paso firme. Los soldados enderezaron su postura, tratando de mostrarse imponentes aunque el brillo en sus ojos los delataba. Todos estaban curiosos por conocer a las nuevas residentes.
Cuando el lacayo abrió la portezuela, el interior del carruaje se reveló en penumbra. Dentro, tres mujeres permanecían sentadas. La que estaba justo frente a él tenía el cabello castaño y ojos dorados, se le notaba un poco ansiosa, como si se debatiera entre los nervios y la expectación. Frente a ella, en el asiento delantero, una rubia de mirada dulce y ojos verdes sostenía las manos sobre su regazo, y a su lado, una joven de cabello negro y penetrante ojos azules, mantenía una expresión impasible y fría.
Se adelantó para saludarlas adecuadamente.
—Bienvenidas a la mansión Stoneveil —inclinó la cabeza en una muestra de cortesía casual—. Soy Bastian Corven, y a partir de ahora tendrán que soportar mi cara a menudo —dijo con un guiño coqueto a las tres bellezas.
Notó el parpadeo confundido de la castaña. Esperaba cierto grado de desdén de parte de ellas, quizá algo de recelo ya que no conocían su identidad. En cambio, aquella mirada confundida se le hizo más encantadora.
—No se preocupen, no muerdo —añadió con un brillo juguetón en la mirada, apenas conteniendo la risa—. Bueno, al menos no sin permiso.
Los soldados que estaban detrás suyo reprimieron una carcajada.
—Vengan —continuó, avanzó un paso hacia ellas—. El general Veylor las espera, pero antes de que lo conozcan, permítanme darles un consejo. No se dejen intimidar por su cara seria. En el fondo... bueno, sigue siendo serio, pero prometo que es más tolerable de lo que parece.
Dicho eso, extendió la mano para ofrecerle ayuda a la primera en bajar. La castaña de ojos claros apoyó una mano en la suya con delicadeza, pero apenas dio un paso, el borde de su falda se enganchó en el zapato.
El tropiezo fue tan rápido que apenas alcanzó a soltar un leve jadeo antes de caer directamente contra su pecho.
Avelyne eligió el sillón más grande, uno de tres plazas cubierto por una manta azul rey. Se acomodó entre los cojines, observando como Bastian empezaba a revisar los estantes, luego una cómoda y finalmente un pequeño aparador.—¿Estás seguro de que lo dejaste aquí? —preguntó, reprimiendo un bostezo.—Segurísimo... —respondió él, aunque su tono no coincidía del todo con sus palabras—. O al menos eso creo.Decidido a revisar el otro lado de la sala, cruzó entre los muebles. Pero la alfombra, traicionera, se arrugó justo bajo sus botas. Intentó corregir el paso para no estrellarse contra el suelo, pero el impulso no fue el adecuado y terminó cayendo de lleno sobre el sillón donde estaba Avelyne.Ambos soltaron una exclamación, seguida de una risa inevitable.—Esta vez no fuiste
—¿Cómo es que terminaste sirviendo en el palacio?Ella movió la copa entre las manos, sin mirarlo del todo.—Hubo una convocatoria —respondió al final, encogiéndose de hombros—. Y era mejor que quedarse en el campo. No hay mucho misterio.Bastian frunció los labios, divertido—Hmm... muy diplomática —intuía que esa no era la historia completa—. Tu turno.—¿Desde cuándo conoce al general Veylor?—Desde siempre —su respuesta salió sin pensarlo—. Nuestros padres eran amigos. Prácticamente crecimos juntos.Avelyne asintió en silencio, como si de repente entendiera por qué Darian lo toleraba tanto.—Tiene sentido.Bastian ladeó la cabeza, una chispa de curiosidad encendiéndose en sus ojos.—Entonces... ¿No hubo ninguna otra r
Bastian soltó un suspiro profundo, apoyando el hombro contra el marco de la ventana del pasillo mientras observaba la luna en lo alto del cielo. El altercado con Darian había sido tan irrelevante que ya ni siquiera recordaba por qué había empezado. Probablemente algo sobre el deber y la disciplina, esas dos palabras que parecían perseguir a su amigo como una sombra persistente.No entendía por qué Darian se empeñaba en llevar el peso del mundo sobre los hombros incluso en tiempos de paz. Si no estaba revisando informes de la frontera, estaba entrenando, y si no, planeando estrategias de batalla para los escenarios hipotéticos que se inventaba. Desde la muerte del antiguo general Veylor había cargado con ese manto como si fuera una obligación sagrada, pero Bastian sabía que ese ritmo no podía ser sano. Nadie podía vivir siempre en alerta. Y, aun así, Darian lo intentaba... y eso lo frustraba más de lo que quería admitir.—Bah —murmuró, llevándose una mano al cuello para
No parece creerme ni por un segundo, notó él. Y tenía razón: podía ver en sus ojos que lo clasificaba como un casanova con demasiado tiempo libre. Otra señal de que no tenía entrenamiento para manejar conversaciones con dobles intenciones.Demasiado torpe para ser enviada con fines políticos, pensó con un toque de alivio. Sería una lástima tener que deshacerse de ella si hubiese resultado ser una espía.—Debería usar esas palabras para conquistar a alguien más —sugirió ella, volviendo a su maceta.—¿Y arruinar la diversión? —replicó con tono ligero—. Prefiero seguir intentándolo contigo, no vaya ser que otra se lo tome demasiado en serio.Ella negó con la cabeza riendo suavemente, mientras él se apoyaba en una de las columnas de la glorieta, observándola con interés. Había algo curioso en su forma de ser, como si realmente no creyera que él estuviese coqueteándole de verdad. Tenía un aura de serenidad a su alrededor que
Bastian avanzaba con paso relajado por el sendero que bordeaba los jardines, las manos entrelazadas tras la espalda y el rostro ligeramente alzado hacia el sol tibio de la mañana, disfrutando de su calidez. El aire estaba impregnado del aroma de las flores en plena floración, un aroma tan relajante que casi le hacían olvidar que, desde hace días, él también había asumido un pequeño trabajo personal: vigilar a las enviadas de la capital.Porque Darian podía confiar en sus mayordomos para que las controlen, pero él prefería observar por su propia cuenta.Por lo que había podido observar, Lady Ceryth parecía aceptar con gracia sus quehaceres, pero bastaba un par de minutos observándola para notar que aquello no era más que una fachada bien pulida. Bajo su actitud dulce y cortés, se escondía un brillo ambicioso, uno que no apuntaba precisamente al espionaje sino más bien al ascenso social. Bastian reconocía esa chispa, la había visto en más de una joven noble, deseosas de
El sol de la mañana caía sobre los jardines de Stoneveil, filtrándose entre las ramas de los árboles y dejando motas de luz sobre los senderos empedrados. Bastian caminaba junto a Darian con las manos en los bolsillos y una sonrisa despreocupada en el rostro. La brisa era fresca, y el perfume de las flores terminaba de borrar cualquier rastro del entrenamiento anterior.—Hermano —empezó con su habitual tono burlón—, si sigues tan tenso todo el tiempo, vas a envejecer prematuramente. No puedes andar en modo centinela todo el tiempo.Darian no apartó la vista del camino.—No es tensión —replicó con calma—. Es disciplina.—Llámalo como quieras —respondió con un gesto divertido—, pero necesitas aprender a relajarte. Tal vez aprovechar el regalo que te enviaron. Es un desperdicio ponerlas a sacudir candelabros.—No se










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