Mundo ficciónIniciar sesiónSofía fue adoptada cuando tenía cinco años, pero su nueva familia nunca la trató como una hija. A los dieciocho, la prometieron con Eduard Wood, uno de los hombres más ricos de la ciudad, pensando que así se librarían de ella. Sofía creyó que el matrimonio sería una salida… pero en la mansión Wood solo encontró desprecio, frialdad y un prometido que la usaba como sirvienta mientras otra mujer ocupaba su atención. El único que le ofrecía amabilidad era Sebastián, un joven sirviente que la llenaba de pequeñas flores y esperanza. Hasta que un día, Sofía desapareció sin dejar rastro. Eduard movió cielo y tierra para encontrarla… y descubrió algo que jamás imaginó: Sofía huyó con el señor Theodor, el magnate más poderoso del país. ¿Pero por qué un hombre así la protegería? ¿Y qué hará Eduard cuando descubra quién es realmente Sofía?
Leer másLa mansión Wood dormía.
O eso parecía. Sofía cruzaba el jardín descalza, con el corazón latiéndole tan rápido que le dolía. El césped húmedo enfriaba sus pies, pero no más que el miedo que llevaba en el pecho. Se aferró a la pequeña mochila —lo único que podía llamar suyo— y avanzó hacia el portón. Allí, oculto entre los árboles, un coche negro esperaba con el motor encendido. La puerta trasera estaba entreabierta. —Señorita… —susurró el conductor—. Vámonos. Sofía subió sin mirar atrás… hasta que lo hizo. La ventana del dormitorio de Eduard seguía a oscuras. Tan indiferente como siempre. Tan inalcanzable como desde que llegó a esa casa. El coche arrancó. La mansión Wood quedó atrás, tragada por la noche. Sacó el móvil con manos temblorosas y marcó un número que había memorizado sin querer. La voz al otro lado respondió al instante. —¿Ya vienes? Cálida. Serena. Esperándola. —Sí —susurró ella—. Estoy en camino. —Bien —respondió la voz—. Aquí te espero. Colgó. Cerró los ojos. Por primera vez en tanto tiempo, sintió que tenía un futuro. ⸻ Pero en la mansión, nada seguía dormido. Lucas, el mayordomo, golpeó la puerta de la habitación principal. —Señor Wood… Señor Wood, es urgente. Eduard gruñó medio dormido. —¿Qué pasa? ¿Qué hora es? —Las 00:42, señor —dijo Lucas, tenso—. Sofía… no está en su habitación. Eduard abrió los ojos de golpe. Se incorporó con el ceño fruncido. —¿Cómo que no está? —La ventana del pasillo estaba abierta. Hay marcas en el césped. Creo que… se ha marchado. Un silencio cargado cayó entre los dos. Luego, Eduard se levantó de la cama de un salto. Ni siquiera se puso ropa normal: salió en camiseta y pantalón de pijama, calzándose a medias mientras avanzaba. —Prepara el coche. Ahora. —Su voz era una mezcla de furia y algo que no quería reconocer—. Y despierta a todos. No voy a perderla. Lucas asintió sin hacer preguntas. Eduard bajó las escaleras casi corriendo, con el cabello despeinado y los ojos ardiendo. —La voy a encontrar —murmuró entre dientes—. Aunque tenga que recorrer toda la ciudad. ⸻ Mientras tanto, en el coche que se alejaba: El conductor observó el retrovisor. —Señorita… hay un coche detrás. Sofía no hizo caso al principio. Pero cuando giró la cabeza, su corazón se encogió. —Es… —trató de respirar—. ¡Es Eduard! El coche del señor Wood venía detrás, ganando velocidad. No era casualidad. No era una coincidencia. Venía por ella. El conductor tensó la mandíbula. —Sujétese. Aceleró. Pero antes de que Sofía pudiera procesarlo… Un segundo coche apareció por una calle lateral. Negro. Sin matrícula. Como si hubiera estado esperándolos. —¿Qué…? —balbuceó ella—. ¿Quién es ese? —No lo sé —dijo el conductor, ahora pálido—. Pero esto no es de Eduard. Y entonces— ¡BAM! El coche enemigo embistió su vehículo lateralmente. Sofía gritó, agarrándose al asiento mientras el coche se tambaleaba. —¡Dios mío! El conductor intentó estabilizar el volante. —Señorita, agáchese. VAN A— ¡BAM! Otro golpe. Más fuerte. El coche de Sofía derrapó, pero aún se mantenía en la carretera. Detrás, el coche de Eduard seguía intentando alcanzarlos, esquivando escombros, acelerando más y más. —¡Eduard va a alcanzarnos! —gritó Sofía, desesperada—. ¡Por favor, deténgase! ¡Tengo que…! —No puedo —dijo el conductor—. Mi orden es llevarla a salvo. ¡Ese coche quiere sacarnos del camino! Y como si la escuchara, el coche enemigo dejó de golpearles a ellos… para centrarse en el coche de Eduard. —¡No! —soltó Sofía, horrorizada. El vehículo negro se desplazó bruscamente hacia la izquierda, aceleró… y embistió el coche de Eduard con una fuerza brutal. CRAAASH El impacto resonó por toda la carretera. El coche de Eduard chocó contra la barrera metálica, giró, y quedó atravesado entre chispas. —¡EDUARD! —gritó Sofía, llevándose ambas manos a la boca. —Señorita, agáchese —dijo el conductor, rojo de tensión—. Aún no hemos salido de esto. Porque el coche enemigo regresó hacia ellos. A toda velocidad. Con intención clara: terminar el trabajo. —¡No! ¡Por favor, pare el coche! ¡No quiero esto! —suplicó Sofía, temblando. —No puedo parar —gruñó él—. Si paro, nos— BANG Un disparo. El cristal trasero explotó. Los vidrios cayeron sobre Sofía como lluvia helada. Ella gritó, cubriéndose la cabeza. —¡SEÑORITA, ABAJO! ¡ABAJO! El conductor intentó mantener la línea… Pero no vio el segundo disparo. BANG El proyectil atravesó la ventanilla delantera y lo alcanzó. —Ah… —balbuceó él—. Señorita… avise a… El coche perdió control. Sofía gritó mientras el vehículo zigzagueaba, chocaba contra una señal, derrapaba y finalmente quedó detenido en medio de la carretera. Ella se incorporó lentamente. —¿Señor? —susurró, tocando el hombro del conductor. Pero él no respiraba. Y entonces lo oyó. Pasos. Afuera. Acercándose. Una sombra se detuvo frente a la puerta trasera. Sofía tragó saliva. El corazón bombeando tan fuerte que le hacía daño. La manilla de la puerta se movió. Despacito. Como si quien estuviera fuera disfrutara de la tensión. Y antes de que ella pudiera reaccionar… la puerta se abrió. Sofía ahogó un grito. —No… no… —susurró, retrocediendo dentro del coche destrozado. Una figura se inclinó hacia ella. Una voz baja, desconocida, peligrosa: —Te encontré.El silencio en la habitación era tan espeso que Sofía casi podía tocarlo.Seguía mirando la puerta por la que Eduard había salido segundos antes.Sus palabras resonaban como golpes suaves, constantes:“No voy a permitir que juegue contigo…No vas a acercarte a él…Robinson no volverá a entrar en esta casa.”Sofía apretó los puños.No sabía qué dolía más:La posibilidad de que Arthur Robinson dijera la verdad……o el hecho de que Eduard no le permitiera averiguarla.Se dejó caer en el borde de la cama.Eso era lo más duro:No estaba segura de si Eduard quería protegerla……o protegerse a sí mismo.El picaporte giró de golpe.Sofía se tensó.Eduard entró otra vez.Cerró la puerta detrás de sí.No parecía calmado.Pero tampoco furioso.Parecía… roto.—No puedo dejarte sola —dijo, sin rodeos.Ella frunció el ceño.—Eduard, n
—¿Está diciendo que… cree que soy yo?La pregunta quedó suspendida entre ambos, pesada, dolorosa, imposible de ignorar.Arthur no respondió enseguida.No podía.Sofía sintió que él la observaba como si cada gesto suyo fuera una pista, un fragmento olvidado de un rompecabezas demasiado antiguo.La mirada de Arthur se detuvo en la pequeña marca de su ceja.La misma que Sofía nunca supo cómo se hizo realmente.La misma que los Becker jamás explicaron.Finalmente, Arthur inhaló profundamente.—No puedo afirmarlo —dijo, y su voz estaba levemente rota—. Pero tampoco puedo descartarlo.Sofía sintió un vértigo extraño.—Entonces… ¿por qué me lo dices?—Porque ya no puedo cargar solo con esta duda —respondió Arthur—. Porque si tú no eres… —cerró los ojos un instante— si no eres mi hija, entonces llevo veinte años persiguiendo sombras.Y si sí lo eres…Abrió los ojos.—…entonces has vivido una vida que jamás debiste vivir.Las piernas de Sofía temblaron.—Yo… yo no recuerdo nada.—A esa edad na
Natalia no soltó la manija de la puerta.Ni parpadeó.Solo observó a Eduard y Sofía en la cama como si hubiera encontrado la prueba final de una traición personal.—Vaya… —susurró, su voz fina como un cuchillo—. Qué escena tan… íntima.Eduard despertó sobresaltado.Le bastó un vistazo a Sofía a su lado, y luego a Natalia en la puerta para entender el caos.—Natalia —gruñó—. Sal de aquí.—¿Oh? —ella sonrió, venenosa—. Así que ahora sí sabes que tengo que salir. Qué curioso, porque la otra noche… no me necesitabas fuera. ¿Verdad?Sofía sintió el rostro arder.—No es lo que parece —dijo, sin saber ni siquiera qué significaba esa frase y por qué la decía… era ella la prometida, no la amante.Natalia soltó una risa suave, pero sin humor.—Cariño, yo sé exactamente lo que parece.Eduard se levantó de la cama, irritado, despeinado, con la camisa medio abierta.La escena no ayudaba.—Tú y yo ya hablamos de esto —dijo él, más tenso que nunca—. Esto es solo un compromiso negociado por intereses
El salón quedó en silencio absoluto.Ethan acababa de pronunciarlo:—Solo he venido a hablar con Sofía.Ni una risa.Ni un murmullo.Ni un cubierto chocando.Nada.Sofía sintió cómo cien ojos se clavaban en ella… y cómo los de Eduard ardían justo a su lado.Él avanzó un paso, colocándose delante de Sofía, como un muro entre ella y Ethan.—No tienes nada que hablar con mi prometida —escupió Eduard, con la voz cortada y tensa.Ethan sonrió apenas, con el descaro de quien sabe que está apretando una herida sensible.—No te pongas nervioso, Eduard. Solo era una conversación profesional.Eduard no parpadeó.—Lárgate.—No hasta que Sofía me diga que no quiere hablar conmigo.Todos miraron a Sofía como si el mundo se hubiese detenido.Sofía sintió la presión de las miradas de políticos, socios, empresarios…Y la más pesada: la de Isabel Wood.—Yo… —ella tragó saliva.Ethan la miraba como si ya supiera la respuesta.Eduard… como si temiera escucharla.Sofía respiró hondo.—Ahora mismo no pued
La tarde cayó sobre la mansión Wood con una elegancia casi intimidante.Sofía estaba de pie frente al espejo de la habitación de invitados, mientras una asistente —elegida por Isabel Wood— ajustaba el vestido azul marino que había sido “seleccionado para ella”.—No te muevas —ordenó la mujer sin levantar la voz.Sofía obedeció.Nunca había llevado algo así: suave, ajustado en la cintura, con una caída tan perfecta que hacía que sus piernas parecieran más largas de lo que eran.No se reconocía.Cuando la asistente terminó, dio un paso atrás.—La señora Wood dijo que debías parecer… pulida —comentó, con una sonrisa profesional—. Creo que lo hemos logrado.“Pulida”.Como si fuera un objeto.Un trofeo.Sofía respiró hondo, intentando ignorar el nudo en el estómago.—Gracias —susurró.Cuando la asistente se marchó, Sofía quedó sola.Se miró en el espejo otra vez.“Futura Wood”, había dicho Isabel esa mañana.Pero lo que veía frente a ella no era una Wood.Seguía siendo la misma chica que l
La luz de la mañana entraba por la ventana de la habitación de invitados como si intentara empujarla fuera de la cama.Sofía abrió los ojos con la sensación de no haber dormido nada.“Mañana vas a saber exactamente qué esperan los Wood de su futura esposa.”Las palabras de Eduard seguían clavadas bajo su piel.Se vistió con un vestido claro —lo único que le pareció “neutral”— y salió al pasillo. Se perdió dos veces antes de que Lucas la encontrara.—El señor Wood la espera en el comedor —dijo con una sonrisa discreta.El estómago de Sofía se retorció.⸻EL COMEDOR WOODLa mesa era tan grande que ella se sentía aún más pequeña.Eduard estaba en la cabecera, camisa blanca, reloj caro, expresión impenetrable.Pero lo que más la tensó fue ver a la mujer sentada a su derecha.Isabel Wood.Elegante. Perfecta. Peligrosa.—Buenos días, Sofía —dijo Isabel con una suavidad que no combinaba con sus ojos afilados.—Buenos días, señora Wood —respondió ella, sentándose sin saber si debía hacerlo.E










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