Mundo ficciónIniciar sesiónSofía parpadeó, confundida, como si esas palabras no tuvieran ningún sentido juntas.
Eduard la miró de reojo, muy despacio, como quien observa una bomba a punto de estallar. Ethan, en cambio, parecía disfrutar del momento. —¿Robinson? —repitió Sofía, tragando saliva—. No, nunca. No sé ni dónde está. Ethan no le creyó. No tenía por qué… pero no le creyó. Su sonrisa fue leve, educada… y cargada de intención. —Hmm —murmuró—. Pues te juro que tu rostro me resulta familiar. Mucho. Eduard tensó la mandíbula. —Ethan —dijo con un tono que ya no pretendía sonar amable—. ¿Terminaste? —Por ahora —respondió él, dándose el gusto de mantener la mirada en Sofía un segundo más—. Disculpa si te he incomodado, querida. El “querida” era un atrevimiento calculado. Eduard apretó los dientes. No le gustó nada. Ethan sacó una tarjeta y la dejó en la mesa, justo delante de Sofía. —Por si… recuerdas algo —añadió. Ella apenas la miró. Y Ethan, satisfecho con el efecto que había provocado, se marchó sin mirar atrás. Eduard no dijo nada durante unos segundos. Pero Sofía podía sentir cómo hervía debajo de esa fachada fría. —No vuelvas a hablar con él —soltó al fin. Ella levantó la vista. —Si ni lo conozco… —No importa —respondió él con dureza—. No quiero que tengas contacto con gente así. “Gente así”. No “él”. “Gente así”. Sofía no sabía qué significaba exactamente, pero entendió la advertencia. —Solo hacía preguntas —susurró. —Preguntas que no tenía derecho a hacer. El camarero pasó cerca. Eduard pagó sin permitir que Sofía tocara la cartera. Después se levantó y salió del local sin mirar atrás, obligándola a seguirlo casi corriendo. ⸻ CAMINO A CASA El coche avanzaba por la carretera mientras la tensión se podía cortar con un cuchillo. —¿De verdad no conoces a los Robinson? —preguntó Eduard finalmente, sin apartar la vista del camino. —No —respondió Sofía—. Nunca he oído ese nombre. Eduard reflexionó unos segundos, tamborileando los dedos en el volante. No parecía desconfiar de ella… pero tampoco parecía creerla del todo. —Entonces mantente alejada de Ethan —concluyó. Sofía se abrazó a sí misma, sintiendo que había hecho algo mal sin saber qué. Cuando llegaron a la mansión Becker, Melisa ya estaba en la entrada. Qué casualidad. O más bien: qué conveniente. —Oh —dijo con su sonrisa preferida, la venenosa—, pensé que Sofía habría tardado más. O que tú, Eduard, te habrías aburrido antes de traerla de vuelta. Eduard la fulminó con una mirada. —Pensé que tendrías cosas mejores que hacer que comentar cada movimiento mío —respondió con frialdad. Melisa abrió la boca, indignada, pero no logró decir nada. Eduard rodeó el coche y abrió la puerta del acompañante para Sofía. Un gesto simple. Pero para Sofía… fue como una caricia inesperada. Para Melisa, en cambio, fue una puñalada. —La fiesta de anuncio será el sábado —dijo Eduard a Sofía sin mirar a Melisa siquiera—. Procura descansar estos días. Sofía asintió, aún nerviosa por todo lo ocurrido. —Gracias… por hoy. —Mañana también debo verte, tenemos que buscarte un vestido para el sábado —añadió Eduard con naturalidad. Melisa casi se cae de espaldas. —¿Un vestido?- dijo, burlándose—. Todos sabemos que por mucho que se arregle, seguirá teniendo menos elegancia que un zapo. Eduard se limitó a cerrar la puerta del coche, como si Melisa no existiera. —Buenas noches, Sofía. El motor rugió y se alejó por la calle. Melisa volteó hacia Sofía con una sonrisa cargada de odio disimulado. —No sé qué le has hecho —murmuró—, pero no te ilusiones. Esto no durará. Sofía no respondió. No tenía fuerzas. Pero lo que no vio fue quién estaba realmente fijándose en ella. ⸻ A UNA CUADRA DE DISTANCIA… Ethan observaba desde la sombra de un edificio cercano. Las manos en los bolsillos. La expresión tranquila. Demasiado tranquila. —Sofía Becker… —susurró. Sacó su móvil y marcó un número. Una voz respondió al instante. —¿Sí? Ethan miró hacia la mansión Becker una vez más. —La encontré señor. Silencio. —Sí… estoy seguro de que es ella. -El sábado volveré a verla, ¿la llevo conmigo?






