Un contrato falso. Un peligro real. Un amor que no estaba en los planes... Daniela, una astuta corredora informal de propiedades en la Cuba actual, sabe que su belleza es su único capital en un país donde la supervivencia es más fuerte que el orgullo. Se ve forzada a ponerle precio a su dignidad para poder sobrevivir. Alexander Rascov, un misterioso empresario ruso con negocios oscuros, le ofrece un trato irresistible: matrimonio de conveniencia a cambio de una fortuna. Su única condición: "Sin sentimientos de por medio" En una Cuba de apagones y necesidades, Daniela descubrirá que algunos acuerdos se rompen, que las personas traicionan y que la lealtad vale mucho... Un romance donde cada mentira tiene consecuencias... y el mayor peligro es enamorarse. ¿Hasta dónde llegarías por dinero? ¿Y hasta dónde por amor?
Leer másEl desesperante sol hacía que las gotas de sudor bajasen por su frente hasta rodar por el menton. A pesar de la brisa marina el calor era desesperante. Estaba terminando de limpiar la última mesa cuando su teléfono sonó. Un mensaje de messenger, alguien estaba interesado en el Chalet de la calle 40.
Sus ojos se abrieron de par en par, era la propiedad más caras de las que tenía en venta.. —Si logro vender esta, mi comisión me dará para vivir tres meses sin preocupaciones— pensó, mientras revisaba su teléfono para confirmar la hora de la cita. —¿ Puede ser ahora? —solicitó el cliente. Su turno estaba por terminarse, y realmente no estaba muy lejos del lugar. —Mejor ahora antes que se arrepienta — dijo para sus adentros y confirmó la reunión. Mientras ajustaba su ropa, peinado y maquillaje en el espejo de la sala vio por la ventana como un auto negro, con chapa de alquiler de turismo, se detuvo frente a ella. De él bajó un hombre alto , blanco como una hoja de papel, de ojos claros y pelo rubio cenizo, vestido con un traje que delataba su procedencia extranjera. —¿Daniela? —preguntó con un acento marcadamente ruso. —Sí, Alexander, supongo —respondió ella, forzando una sonrisa profesional. "Un buen cliente al fin"— Bienvenido. Mientras Daniela lo guiaba por la propiedad los ojos claros del hombre de mediana edad atendian más el movimiento de los vuelos de su vestido que el color de las cortinas. Su pelo rizado y rojo, su figura esbelta, llamaban más su atención que la cantidad de metros cuadrados en contra de su voluntad. —¿Y que le parece? —Es , hermosa —comentó él sin referirse solo a la casa para reincorporarse a la conversación. Se habían detenido frente a la vista al mar de uno de los balcones .Daniela contuvo un suspiro, había notado la forma en que sus ojos la recorrían. —Tiene muy buen gusto. —Soy solo la gestora, el equivalente en su pais a un corredor o agente inmobiliario. Si le interesa la casa, podemos discutir números yo garantizaré que su oferta le llegue a mi cliente. —Estoy algo indesiso —disimuló para llamar su atención —Quisiera escuchar que opina usted. —No encontrará estas vistas por este precio en ningún lugar del mundo. — He venido muy poco aquí, me gustaría recorrer la zona para saber los beneficios de estas vistas ¿Qué tal si cenamos esta noche? —preguntó discreto— Un buen restaurante, algo de vino… y puede convencerme —Lo siento, tengo planes —mintió, al ver el rumbo que tomaba la conversación, era bastante normal que algunos clientes intentasen sobrepasarse. Alexander no insistió, tomó el rechazo de forma cordial, pero con la esperanza de tener la oportunidad de volver a verse. —Espero noticias suyas —se despidió en la entrada, no sin antes entenderle su tarjeta de presentación. —¿Entonces le interesa la propiedad? —Aun no estoy seguro si es lo que busco, tengo otras propiedades por ver. —¿Y entonces? —no pudo disimular la confusión. —Varadero no solo tiene lindas playas. —finalizó entrando en su auto. (...) El trayecto en guagua hasta Matanzas fue agotador, todo el tiempo parada y apretujada entre extraños, pero al menos le había salido casi gratis llegar a su casa. El ruido de las plantas y la oscuridad posandose sobre las casas delató lo predecible. Otro apagón. —¿En serio?— murmuró, encendiendo la linterna de su teléfono para encontrar las llaves en el bolso. Soltó el bolso en el sofá, y dejó caer el vestido al piso para ir a encender la lámpara recargable. Semidesnuda se desplomó unos segundos sobre su cama, sus pies latían del dolor, pero los mosquitos eran peores. «Mejor me pongo a cocinar que sino me comen» Lleno una olla con agua para cocinar un muslo de pollo. Y al encender el gas... —¡Mierda! —gritó, golpeando el aparato con frustración —Esta pinga vino a acabarse ahora. Pasó entonces al plan de respaldo, el fogón de carbón que guardaba en el balcón, un salvavidas, que le llenaba la casa de humo y las manos de tisne. M ientras lo encendía, abrió la nevera, solo para encontrar un olor nauseabundo. El pollo que había comprado la semana pasada estaba nadando en su propia sangre y agua descongelada. —Todo… todo perdido— las ganas de llorar inundaron sus ojos. Solo pensar en veinte mil pesos por una nueva bala de gas, más la comida que tendría que comprar de nuevo. No vendía una casa hace meses, el restaurante donde servía cada vez tenía menos clientes y su título universitario dormía tranquilamente en una gaveta. El mundo se le desplomado y cada vez más y más problemas, todo era más y más dinero que no tenía de donde sacar. En ese momento, su teléfono vibró. Una videollamada de su prima Laura, desde Punta Cana. Se limpió las lágrimas de los ojos antes de contestar. —¡Dani! ¿Cómo estás? —la voz alegre de Laura resonó en la oscuridad. —Como siempre —respondió Daniela, aun con la voz cortada—. Sobreviviendo. Pero no pudo mantener la fachada por mucho tiempo. Entre cortes de conexión, le contó a Laura sobre el gas, la comida, el trabajo que no rendía. Mientras su prima estaba en un todo incluido en Punta cana. —Mira, nena, tienes que ser realista —dijo Laura, bajando la voz—. Tú eres inteligente, bonita… ¿por qué no buscas un extranjero que te saque de ahí? —¿Qué? ¿Como una jinetera? —replicó Daniela, ofendida. «Como tú » quizo decir pero se mordió la lengua. —No, nada de eso. Alguien serio. Como mi esposo. Él me quiere, me da una buena vida… Tú mereces lo mismo. Solo hay que saber escoger. —un poco más disimulado pero puterismo igual. Daniela colgó poco después, pero las palabras de Laura quedaron resonando en su mente. «Al final para estar con un feo sin dinero ppr amor, me enamoro de alguien que me de comodidad» Se acosto en el piso de la sala para huir de los mosquitos , con un hueco en el estómago y mirando el techo agrietado. «Si total, todos son iguales, mejor que me engañe alguien con quien vivir tranquila» —¿En serio estoy considerando esto? Aun si en el hipotético caso lo hiciera ¿Quien? Entonces, como un relámpago, la idea llegó. Extranjero, con dinero, mayor pero no mal parecido. Interesado en ella. —¿Qué tan malo puede ser? O consigo un voleto a la comodidad o al menos lo convenzo de vender la casa. Y si sale bien, no sería un matrimonio por amor, pero… ¿y si era por supervivencia? Con manos temblorosas, tomó la tarjeta que él le había dado. —Qué va no puedo hacer esto, esta en contra de como me educaron mis padres. Yo nunca he sido una mujer interesada, no puedo estar con alguien solo por dinero. ¿Pero y si a lo mejor me gusta y me enamoro de verdad? No estaría con el por dinero, solo habría conocido a la persona correcta. Indecisa aún dio vueltas por la habitación. —Solo una cena, si de verdad no me gusta olvido todo esto.—sacó la tarjeta de su bolso para mandarle un W******p. Pero en el fondo, sabía que era el primer paso hacia algo mucho más grande. —Hola. ¿Qué tal un recorrido por la zona mañana? Para que termine de decidir sobre la compra. Conozco un buen lugar para cenar.La luna adornaba las olas con un sutil tono plateado cuando el maître guió a Alexander y Daniela a través de la pasarela de polímero que imitaba madera noble. El gazebo, emplazado estratégicamente junto al camino, resplandecía con docenas de velas en candelabros de cristal, sus cortinas blancas ondeando sensuales con la brisa marina. El conjunto parecía sacado de una película romántica, demasiado perfecto para ser real.—Demasiado romántico para un ruso —murmuró Daniela, aunque no pudo evitar admirar cómo la luz de las velas jugaba con las sombras del rostro de Alexander. Permitió que la guiara hasta la mesa, sorprendida cuando él apartó personalmente su silla. El gesto caballeroso contrastaba con la personalidad fría que había mostrado hasta ahora. Alexander, sin decir palabra, le colocó su chaqueta de lino sobre los hombros antes de sentarse frente a ella.—El viento nocturno engaña —comentó mientras ajustaba el cuello de su camisa—. En Rusia aprendí que las apariencias más inocent
Daniela se ajustó el vestido blanco de tirantes mientras avanzaba hacia el local donde había cendado con el ruso dos noches atrás. No tenía claro como comportarse, estaba claro que en ella surgían dudas sobre su plan de conquista. Necesitaba saber si la compra era real o solo lo hacía para acercarse a ella. Tal vez debería mostrar esta vez su lado más fuerte, para que él entendiera que ella no era un juego. Esta vez no llegaría con sonrisas coquetas, sino con cifras concretas, así que se recogió El pelo em una coleta para parecer un poco más profesional. Si el negocio era real, y si Alexander Rascov tenía el dinero que decía, su vida podía cambiar sin necesidad de intercambiarse por ello. Él ya la esperaba, en una de las mesas al aire libre, con dos copas de vino tinto sobre el mantel blanco. Lucía bien, como siempre, chaqueta y pantalones negros. Camisa blanca. Más quenun outfit parecería un uniforme reglamentario para hacer negocios. El auto negro estaba aparcado en la esquina
Los fuertes golpes en la puerta despertaron a Daniela como un machetazo a las siete de la mañana. Abrió los ojos para ver el ventilador a su izquierda apagado. «No hay escampe» volvió a sentir los golpes en la madera.—¿Quién repinga es?— masculló, arrastrándose de la cama con el pelo revuelto, el maquillaje corrido y solo un piyama corto.Al abrir, el corazón le dio un vuelco, Roberto,«¿Qué hace este tipo aqui?» Su ex, el mismo que la había cambiado por una contadora del Ministerio de Agricultura dos años atrás, ahora estaba en su umbral, con una mochila de explorador y esos ojos lambiscones.«A esta hora y con este recado» Una de esas malas decisiones que había tomado en su vida. La prueba viviente de que el amor estaba sobrevalorado. Le dio una vida de mierda y a penas tubo la oportunidad se perdió con una piruja a malcriarle los hijos de otro. —¿Qué pinga tu haces aquí? ¿Yo no te dije que cogieras un monte y te perdieras? Pues coge el monte y piérdete —escupió dejando salir
Daniela se miró por última vez en el espejo del baño, ajustando el escote de su vestido negro. Había otros cinco sobre la casa. La tela, ajustada y elegante, caía en pliegues suaves hasta el suelo, dejando al descubierto su espalda desnuda hasta la cintura. ¿Este era ideal o se decidia por alguno de los otros? Se tocó el moño alto que recogía su melena, preguntándose si estaba mostrando demasiado. Cada elección anterior tenía algo que no le gustaba.—¿Pareceré desesperada?— pensó, viéndose en distintas poses. Pero no podía llegar vestida como una calquiera. Alexander parecía un hombre de mundo, acostumbrado a mujeres sofisticadas, a gente de mucho nivel. Tenía que impresionarlo, pero sin dar la idea incorrecta de que caería en sus brazos solo por ser extranjero. La línea entre ser irresistible y parecer una puta era delgada, y no podía permitirse cruzarla. Sacó de su bolso los últimos billetes que le quedaban —lo justo para un taxi ida y vuelta— y respiró hondo. No podía llegar
El desesperante sol hacía que las gotas de sudor bajasen por su frente hasta rodar por el menton. A pesar de la brisa marina el calor era desesperante. Estaba terminando de limpiar la última mesa cuando su teléfono sonó. Un mensaje de messenger, alguien estaba interesado en el Chalet de la calle 40. Sus ojos se abrieron de par en par, era la propiedad más caras de las que tenía en venta.. —Si logro vender esta, mi comisión me dará para vivir tres meses sin preocupaciones— pensó, mientras revisaba su teléfono para confirmar la hora de la cita. —¿ Puede ser ahora? —solicitó el cliente. Su turno estaba por terminarse, y realmente no estaba muy lejos del lugar.—Mejor ahora antes que se arrepienta — dijo para sus adentros y confirmó la reunión. Mientras ajustaba su ropa, peinado y maquillaje en el espejo de la sala vio por la ventana como un auto negro, con chapa de alquiler de turismo, se detuvo frente a ella. De él bajó un hombre alto , blanco como una hoja de papel, de ojos cl
Último capítulo