Mundo ficciónIniciar sesiónLos murmullos en la sala se apagaron de golpe.
Un hombre acababa de entrar por las puertas principales, vestido con traje negro, expresión seria y la mirada clavada en Sofía como si el resto del mundo no existiera. Sebastián dio un paso dentro del salón, y Sofía sintió que todo el aire desaparecía de repente. Cada cabeza giró hacia él. Cada murmullo se apagó. Y Sofía, por un instante muy breve, sintió esperanza. Un deseo egoísta. Un “¿y si…?” Pero cuando miró a Eduard… …esa esperanza se desmoronó. Él no solo estaba tenso. Estaba herido… de una manera que ella no lograba entender… y que tal vez él tampoco quería admitir. —Sofía —dijo Sebastián cuando llegó frente a ella—. Tenía que venir. Su voz… esa voz que le había hablado con tanta ternura en el hospital… le recorrió la piel como un rayo. Eduard se endureció más. Victoria Becker, sin perder la sonrisa social, apretó la copa con tanta fuerza que estuvo a punto de romperla. —No deberías estar aquí —dijo Eduard, frío como una hoja afilada. Sebastián lo ignoró por completo. Miraba a Sofía como si fuera imposible mirar otra cosa. —No podía quedarme callado. No después de lo que pasó hace dos semanas. Sofía tragó saliva. Su pecho se apretó. Su respiración se volvió pequeña. Ella sabía lo que venía. Lo sintió antes de que él hablara. Pero aun así… el recuerdo la golpeó como una ola. ⸻ El chirrido del freno. El aire escapando de sus pulmones. El mundo girando. Su cuerpo en el suelo frío. Un brazo fuerte sosteniéndola como si fuera de cristal. —Mírame, Sofía —susurró Sebastián, temblando—. Respira. Estoy aquí. Ella no podía. Le dolía todo. El miedo la ahogaba. Y entonces escuchó la voz de Leonardo Becker entrando en urgencias: —¡Estás fingiendo! Si puedes llorar, puedes trabajar. Levántate de una vez. El corazón de Sofía se rompió un poco más. Pero Sebastián… él se puso entre ella y ese hombre. —Si intenta sacarla de aquí antes de que el médico lo permita —dijo, firme—, juro que llamo a seguridad. Sofía sintió sus propios ojos llenarse de lágrimas. No por el dolor físico. Por lo otro. Por el tipo de protección que nunca había tenido. Sebastián secó sus lágrimas con sus dedos cálidos. —Nadie tiene derecho a tratarte así —murmuró con una ternura casi dolorosa. Y ella… ella lloró contra su pecho durante minutos. ⸻ Volvió al presente con un sobresalto. Sebastián seguía ahí. Mirándola como si lo único que importara fuera ella. —Vine porque no quiero que te cases obligada —continuó él, con la voz llena de algo que dolía escuchar—. Porque mereces algo mejor. Porque puedo darte algo mejor. Sofía sintió un nudo subirle por la garganta. La vulnerabilidad de sus palabras la desarmó. La hizo pequeña. La hizo frágil. Eduard soltó un suspiro tenso, casi imperceptible. Pero sus ojos… Sus ojos estaban fijos en Sofía. Inmóviles. Duros. Heridos. Como si la acusara sin decirlo. —¿Qué decides? —preguntó Sebastián. El mundo dejó de moverse. Sofía sintió cada mirada, cada respiración, cada juicio sobre sus hombros. Victoria. Eduard. Los invitados. El futuro. Y el miedo. Siempre el miedo. —Sebastián… —susurró ella, con la voz rota—. No puedo irme contigo. Él cerró los ojos, como si esas palabras fueran un golpe. Sofía sintió su propio corazón romperse al verlo. —Entiendo —dijo Sebastián, echando el aire lentamente—. Algún día… ojalá puedas elegirte a ti misma. Se dio la vuelta, y Sofía sintió que algo dentro de ella se desplomaba. Entonces… Melisa salió disparada detrás de él. —¡Por Dios, nadie me dijo que el director de Novaelectra era tan guapo! —chilló—. ¡Espérame! Ridícula. Desesperada. Incapaz de ver lo que Sofía había sentido. Eduard soltó una risa seca, oscura. Su pecho subía y bajaba con furia contenida. —Genial —murmuró sin mirarla—. Primero el tipo de la cafetería. Luego Robinson. Ahora el héroe del atropello. Sofía se encogió un poco. —¿Habrá algún otro hombre que quiera interrumpir nuestro compromiso? —añadió, con veneno en cada palabra. Ese comentario… …le dolió. Más de lo que debería. Más de lo que quería admitir. ⸻ MANSIÓN WOOD — HORAS DESPUÉS El viaje fue silencio absoluto. Ni un reproche. Ni una palabra. Pero el aire ardía de tensión. La mansión Wood se veía aún más gigante esa noche. Más fría. Más imposible. Eduard entró sin esperarla, sin mirarla. Ella lo siguió. Cada paso era un recordatorio de que ese no era su mundo. —Dormirás aquí —dijo él finalmente, abriendo una puerta en el ala este. Sofía dio un paso dentro. La habitación era hermosa. Impecable. Perfecta. Y completamente ajena. Se quedó apoyado en el escritorio, observándola como si evaluara un objeto frágil que no sabía si quería cuidar o destruir. Eduard caminó hacia la puerta de la habitación de invitados después de indicarle a Sofía dónde dormiría. No se despidió, no mencionó nada más sobre lo ocurrido, solo la dejó allí, dentro de un silencio espeso que a Sofía le oprimía el pecho. Cuando ya iba a cerrar, se detuvo un segundo. —Por cierto —dijo con esa voz firme e impenetrable—. Mañana hablaremos de la negociación prematrimonial. Sofía, que intentaba calmarse y ordenar su respiración, parpadeó confundida. —¿Nego… qué? Eduard la miró como si fuera obvio. —La negociación prematrimonial. Antes de anunciar fecha de boda, hay que dejarlo todo atado. Derechos, obligaciones, acuerdos… cosas importantes. Sofía sintió un nudo formarse en su estómago. ¿Obligaciones? ¿Derechos? ¿Acuerdos? Ella nunca había tenido voz en nada. ¿Ahora también tendría que firmar un trato para casarse? Eduard dio un paso atrás, preparándose para marcharse. —Descansa —ordenó—. Mañana será un día largo. Y antes de que Sofía pudiera preguntar nada más, antes de que pudiera pedir una explicación, él cerró la puerta. Click. El sonido resonó en toda la habitación. Demasiado fuerte. Demasiado definitivo. Sofía se quedó de pie, con el collar que él le había regalado brillando débilmente frente al espejo… y la mente llena de un único pensamiento que no la dejaba respirar: “¿Qué… demonios voy a tener que firmar?”






