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La mansión Wood dormía.
O eso parecía. Sofía cruzaba el jardín descalza, con el corazón latiéndole tan rápido que le dolía. El césped húmedo enfriaba sus pies, pero no más que el miedo que llevaba en el pecho. Se aferró a la pequeña mochila —lo único que podía llamar suyo— y avanzó hacia el portón. Allí, oculto entre los árboles, un coche negro esperaba con el motor encendido. La puerta trasera estaba entreabierta. —Señorita… —susurró el conductor—. Vámonos. Sofía subió sin mirar atrás… hasta que lo hizo. La ventana del dormitorio de Eduard seguía a oscuras. Tan indiferente como siempre. Tan inalcanzable como desde que llegó a esa casa. El coche arrancó. La mansión Wood quedó atrás, tragada por la noche. Sacó el móvil con manos temblorosas y marcó un número que había memorizado sin querer. La voz al otro lado respondió al instante. —¿Ya vienes? Cálida. Serena. Esperándola. —Sí —susurró ella—. Estoy en camino. —Bien —respondió la voz—. Aquí te espero. Colgó. Cerró los ojos. Por primera vez en tanto tiempo, sintió que tenía un futuro. ⸻ Pero en la mansión, nada seguía dormido. Lucas, el mayordomo, golpeó la puerta de la habitación principal. —Señor Wood… Señor Wood, es urgente. Eduard gruñó medio dormido. —¿Qué pasa? ¿Qué hora es? —Las 00:42, señor —dijo Lucas, tenso—. Sofía… no está en su habitación. Eduard abrió los ojos de golpe. Se incorporó con el ceño fruncido. —¿Cómo que no está? —La ventana del pasillo estaba abierta. Hay marcas en el césped. Creo que… se ha marchado. Un silencio cargado cayó entre los dos. Luego, Eduard se levantó de la cama de un salto. Ni siquiera se puso ropa normal: salió en camiseta y pantalón de pijama, calzándose a medias mientras avanzaba. —Prepara el coche. Ahora. —Su voz era una mezcla de furia y algo que no quería reconocer—. Y despierta a todos. No voy a perderla. Lucas asintió sin hacer preguntas. Eduard bajó las escaleras casi corriendo, con el cabello despeinado y los ojos ardiendo. —La voy a encontrar —murmuró entre dientes—. Aunque tenga que recorrer toda la ciudad. ⸻ Mientras tanto, en el coche que se alejaba: El conductor observó el retrovisor. —Señorita… hay un coche detrás. Sofía no hizo caso al principio. Pero cuando giró la cabeza, su corazón se encogió. —Es… —trató de respirar—. ¡Es Eduard! El coche del señor Wood venía detrás, ganando velocidad. No era casualidad. No era una coincidencia. Venía por ella. El conductor tensó la mandíbula. —Sujétese. Aceleró. Pero antes de que Sofía pudiera procesarlo… Un segundo coche apareció por una calle lateral. Negro. Sin matrícula. Como si hubiera estado esperándolos. —¿Qué…? —balbuceó ella—. ¿Quién es ese? —No lo sé —dijo el conductor, ahora pálido—. Pero esto no es de Eduard. Y entonces— ¡BAM! El coche enemigo embistió su vehículo lateralmente. Sofía gritó, agarrándose al asiento mientras el coche se tambaleaba. —¡Dios mío! El conductor intentó estabilizar el volante. —Señorita, agáchese. VAN A— ¡BAM! Otro golpe. Más fuerte. El coche de Sofía derrapó, pero aún se mantenía en la carretera. Detrás, el coche de Eduard seguía intentando alcanzarlos, esquivando escombros, acelerando más y más. —¡Eduard va a alcanzarnos! —gritó Sofía, desesperada—. ¡Por favor, deténgase! ¡Tengo que…! —No puedo —dijo el conductor—. Mi orden es llevarla a salvo. ¡Ese coche quiere sacarnos del camino! Y como si la escuchara, el coche enemigo dejó de golpearles a ellos… para centrarse en el coche de Eduard. —¡No! —soltó Sofía, horrorizada. El vehículo negro se desplazó bruscamente hacia la izquierda, aceleró… y embistió el coche de Eduard con una fuerza brutal. CRAAASH El impacto resonó por toda la carretera. El coche de Eduard chocó contra la barrera metálica, giró, y quedó atravesado entre chispas. —¡EDUARD! —gritó Sofía, llevándose ambas manos a la boca. —Señorita, agáchese —dijo el conductor, rojo de tensión—. Aún no hemos salido de esto. Porque el coche enemigo regresó hacia ellos. A toda velocidad. Con intención clara: terminar el trabajo. —¡No! ¡Por favor, pare el coche! ¡No quiero esto! —suplicó Sofía, temblando. —No puedo parar —gruñó él—. Si paro, nos— BANG Un disparo. El cristal trasero explotó. Los vidrios cayeron sobre Sofía como lluvia helada. Ella gritó, cubriéndose la cabeza. —¡SEÑORITA, ABAJO! ¡ABAJO! El conductor intentó mantener la línea… Pero no vio el segundo disparo. BANG El proyectil atravesó la ventanilla delantera y lo alcanzó. —Ah… —balbuceó él—. Señorita… avise a… El coche perdió control. Sofía gritó mientras el vehículo zigzagueaba, chocaba contra una señal, derrapaba y finalmente quedó detenido en medio de la carretera. Ella se incorporó lentamente. —¿Señor? —susurró, tocando el hombro del conductor. Pero él no respiraba. Y entonces lo oyó. Pasos. Afuera. Acercándose. Una sombra se detuvo frente a la puerta trasera. Sofía tragó saliva. El corazón bombeando tan fuerte que le hacía daño. La manilla de la puerta se movió. Despacito. Como si quien estuviera fuera disfrutara de la tensión. Y antes de que ella pudiera reaccionar… la puerta se abrió. Sofía ahogó un grito. —No… no… —susurró, retrocediendo dentro del coche destrozado. Una figura se inclinó hacia ella. Una voz baja, desconocida, peligrosa: —Te encontré.






