Mundo ficciónIniciar sesiónLa luz de la mañana entraba por la ventana de la habitación de invitados como si intentara empujarla fuera de la cama.
Sofía abrió los ojos con la sensación de no haber dormido nada. “Mañana vas a saber exactamente qué esperan los Wood de su futura esposa.” Las palabras de Eduard seguían clavadas bajo su piel. Se vistió con un vestido claro —lo único que le pareció “neutral”— y salió al pasillo. Se perdió dos veces antes de que Lucas la encontrara. —El señor Wood la espera en el comedor —dijo con una sonrisa discreta. El estómago de Sofía se retorció. ⸻ EL COMEDOR WOOD La mesa era tan grande que ella se sentía aún más pequeña. Eduard estaba en la cabecera, camisa blanca, reloj caro, expresión impenetrable. Pero lo que más la tensó fue ver a la mujer sentada a su derecha. Isabel Wood. Elegante. Perfecta. Peligrosa. —Buenos días, Sofía —dijo Isabel con una suavidad que no combinaba con sus ojos afilados. —Buenos días, señora Wood —respondió ella, sentándose sin saber si debía hacerlo. El café fue servido. Nadie tocó nada. Hasta que Isabel habló: —Me comentaron que ayer te cruzaste con Arthur Robinson —dijo, como si hablara de un inconveniente doméstico. Sofía tragó saliva. —Yo… no lo planeé. Solo ocurrió. Isabel ladeó la cabeza, evaluándola. —Arthur jamás aparece “por casualidad”. Eduard dejó caer la cuchara contra el platito, un sonido que cortó el aire. —Hoy hablaremos de eso —dijo él sin mirar a Sofía—. Antes del acuerdo. Acuerdo. La palabra le congeló las manos. —Él… dijo que hay cosas que debería saber —murmuró ella. Isabel la miró fijamente. —Arthur vive para manipular. No escuches sus insinuaciones. —Pero dijo que mi nombre… no es realmente mío. Solo quería intentar contarme algo. Puede que sea realmente importante lo que sabe. El silencio que siguió fue pequeño pero afilado. Eduard cerró la mano sobre la mesa. Isabel mantuvo la calma, pero sus ojos cambiaron apenas un milímetro. —Tu nombre es el de tus documentos —respondió ella—. Arthur no puede saber nada distinto a lo que ya saben tus padres adoptivos. Solo está jugando para llamar tu atención. Sofía sintió un escalofrío. Papeles. Todo se reducía a papeles. Eduard finalmente la miró. —A partir de hoy, todo lo que Robinson te diga viene primero a mí. ¿Entendido? Ella bajó la mirada. —Eduard… ¿y si tiene razón? Isabel se levantó sin perder la sonrisa. —Esa conversación no corresponde al desayuno. Esta noche cenarás con nosotros. Habrá invitados… y quiero ver cómo te desenvuelves como futura Wood. Sofía se quedó sin aire. Cuando Isabel salió, Eduard ni siquiera esperó a que ella hablara. —Termina de comer —dijo—. Te espero en mi despacho. ⸻ EL DESPACHO Eduard estaba de espaldas, mirando por la ventana. Sobre el escritorio, una carpeta negra esperaba abierta. —Algunos puntos del contrato no son míos —dijo sin girarse—. Son de mi madre. Sofía se quedó quieta. Eduard la miró entonces. —Escucha. Abrió la carpeta. —Los primeros puntos ya los conoces. Te recuerdo el de las habitaciones separadas y ahora lo entenderás. Ella asintió. Dolió igual que la primera vez. —Punto cuatro: apariciones públicas. Deberás asistir a eventos, entrevistas, cenas… lo que mi madre considere necesario. La garganta se le apretó. —Punto cinco: comportamiento social impecable. Nada de impulsos. Nada de situaciones incómodas para el apellido Wood. “Impulsos”. Como si ella fuera la problemática. —Punto seis… —Eduard dudó un segundo antes de continuar—: descendencia. Lo añadió mi madre. No hay fechas ni presión inmediata, pero… está ahí. El mundo se le dio la vuelta. —¿Hijos? —su voz se quebró—. ¿Y aun así dormiríamos en habitaciones separadas? —No es decisión mía —resaltó él, molesto. Ella soltó una risa amarga. —Eso ya lo sé… nada aquí es decisión mía. Tampoco tuya, ¿no? Todo para ti es decisión de tu madre. Pero para mí… son decisiones de mis padres adoptivos y ahora también tuyas y las de tú madre… ¿Sabes? Me estáis empezando a recordar mucho a los Becker. Eduard cerró la carpeta de golpe. —No me compares con los Becker. —¿Por qué no? Ellos decidieron todo por mí. Y tú también. Él dio un paso hacia ella. Ella retrocedió hasta que la mesa le cortó el movimiento. —Estoy intentando protegernos —dijo él, cerca, demasiado cerca—. Aunque lo odies. —Parece poco —susurró ella. La tensión era tan fuerte que casi quemaba. Eduard levantó la mano. Como si fuera a tocarle la cara. Sofía contuvo la respiración. Pero un golpe en la puerta rompió el momento. —Señor Wood —dijo Lucas desde afuera—. Llegó un sobre urgente de las oficinas de Robinson. Eduard se tensó. —Déjalo ahí. Lucas entró, dejó el sobre blanco con una elegante “R” en la solapa, y salió. Eduard lo abrió. Sofía vio cómo le cambiaba el rostro. —¿Qué es…? —preguntó ella, acercándose. Eduard le mostró la foto. Una imagen antigua, descolorida. Una niña de dos años, con las mejillas sucias de pintura y la mitad de la cara bajo sombra. Solo se distinguía un ojo y una pequeña marca en la ceja izquierda. El corazón de Sofía se apretó. —¿Soy yo? —susurró. —No lo sé —dijo Eduard en un tono que la asustó más que si hubiera gritado—. Podría ser cualquiera. O podrías ser tú. Sofía sintió vértigo. Eduard volteó la foto. Había una frase escrita con tinta presionada: “No puedes ocultar lo que no te pertenece.” Sofía retrocedió dos pasos. —¿Qué significa eso? Eduard no alcanzó a contestar. Un segundo sobre cayó por debajo de la puerta con un sonido seco. Negro. Sin sello. Sin remitente. Solo una frase escrita a mano en el frente: “PARA CUANDO ELLA RECUERDE.” Eduard lo abrió con el ceño fruncido. Dentro solo había un papel doblado. Lo desplegó. Sofía sintió que el aire desaparecía cuando leyó las palabras: “Faltan 7 días.” Ni nombre. Ni firma. Ni explicación. Solo una cuenta atrás. —¿Siete días para qué? —murmuró, sintiendo un temblor recorrerle los dedos. Eduard la sostuvo por el brazo con firmeza. —Sofía… —sus ojos grises ardían de una forma que nunca le había visto— creo que alguien viene por ti. Y no sé si es Robinson, o si hay alguien más, pero queda totalmente prohibido que salgas estos días sola de la mansión.






