Mundo ficciónIniciar sesiónCuando Elías desaparece, su amante, Sofía, solo encuentra una partitura misteriosa y una verdad devastadora: el hombre que amaba es un ladrón que la ha dejado en la mira de una organización implacable. Acorralada, Sofía se lanza a descifrar la partitura, sin saber que la verdadera clave está oculta a plena vista. Al descubrir el secreto de Elías, su amor se convierte en poder. Ahora, con un peligroso códice digital en sus manos, Sofía debe decidir si usar la verdad para salvarse o para vengarse, aunque eso signifique caminar lejos de su amor. Una intensa novela corta donde la fidelidad es el arma de doble filo.
Leer másEl café siempre olía a canela y nostalgia. Allí, en la mesa junto a la ventana, Sofía se enamoró de Elías. No por su sonrisa, sino por el silencio con el que elegía sus palabras. Elías era un hombre de secretos hermosos: leía a medianoche, coleccionaba relojes averiados y su pasado era una página en blanco. Un mes después de conocerse en la tienda de vinilos
El Pentagrama Perdido, compartían piso, el romance era una hoguera que crecía sin control, y Sofía ignoraba la quietud que a veces se posaba en los ojos de Elías.
Esa noche, sin embargo, el silencio de Elías era distinto: era ausencia. Sofía despertó a las tres de la mañana. Su lado de la cama estaba frío. La primera alarma no fue su desaparición, sino el orden. Elías era caótico, pero su mesa de noche estaba impecable. Sobre la madera pulida, un único objeto: una partitura antigua, amarillenta y sin título.No conocía esa caligrafía, apretada y elegante. El papel olía a biblioteca y a tierra.
Un nudo se le formó en el estómago. Elías le había dicho que era archivista. Nunca mencionó la música. Encontró una nota, escrita con su puño y letra, clavada en el papel. S. No me busques. Olvídame. Perdóname por el silencio. El corazón de Sofía se hundió. Elías no era un hombre de dejar cabos sueltos, sino de cortarlos limpiamente. Y este adiós sin explicación era un corte profundo.Sofía intentó ignorar la orden. Llamó a su teléfono. Apagado. Llamó a su trabajo. No había ido. La policía no podía hacer nada: un adulto tenía derecho a irse.
Se sentó en la sala, con la partitura en las manos. Era música para piano, compleja, pero lo más extraño no eran las notas, sino el grosor del papel. Lo sostuvo a contraluz. En el centro de la partitura, entre dos líneas de notación, había una marca tenue, casi invisible, como si el papel hubiese sido empalmado.
Con unas pinzas de depilar, comenzó a separar las capas con una delicadeza quirúrgica. La labor le tomó dos horas. Cuando la última capa cedió, no encontró nada. No, espera. Un sobre minúsculo, del tamaño de una moneda, había estado pegado con cera derretida.
Dentro, no había dinero ni un mapa. Había una fotografía.
Era una foto de Elías, de espaldas, entrando en un edificio que ella reconoció de inmediato:
La Galería de Arte Nacional. En la foto, un hombre de rostro afilado y traje oscuro lo seguía a diez metros, mirando directamente a la cámara. Un cazador mirando a su presa.
Elías no era archivista. Elías estaba siendo cazado.
Sofía sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Corrió a la computadora. Buscó la partitura por descripción, por notación, por caligrafía. Nada.
Entonces, tecleó el nombre del edificio en la foto y el término "robo".
El titular saltó a la vista: "Robo del Códice Bizantino en la Galería Nacional, Hace Seis Meses." Elías había desaparecido hace un día. El artículo mencionaba que el Códice, un manuscrito de valor incalculable que contenía secretos ancestrales de una organización sombría, nunca había sido recuperado. Su mente conectó los puntos con una velocidad aterradora.Elías era archivista de día de noche un ladrón.
Elías le había dicho que el Códice Bizantino era solo una leyenda. La partitura. El sobre. El Códice. El amor de Sofía se enfrentaba a una verdad brutal:Elías la había amado, sí, pero también la había utilizado como un escondite. ¿O como un cebo? Un golpe seco en la puerta la sacó de sus pensamientos. Eran las diez de la mañana. Nadie tocaba a su puerta con esa urgencia.
Un año y medio después de la caída de Varelli, Sofía había terminado de testificar. El mundo, aunque imperfecto, era un poco más justo. La policía la había vigilado discretamente por meses, pero con el tiempo, el sistema la dejó ir, convencido de que ella era solo una víctima que había ayudado a la justicia.Sofía había vuelto al mismo apartamento junto al mar, el que había elegido para su "nueva vida" antes del reencuentro en la cripta. Era un ancla para ella. Una tarde de otoño, mientras escuchaba la Sinfonía del Nuevo Mundo en su tocadiscos, la melodía se interrumpió abruptamente.La puerta se abrió.Allí estaba él. Elías. No llevaba traje caro ni heridas frescas. Llevaba una chaqueta de cuero desgastada y la fatiga de un hombre que había vivido bajo un cielo sin estrellas. Había envejecido en el tiempo que ella había crecido.—La sinfonía no puede terminar con un solo instrumento —dijo él, y sus palabras fueron la única verdad que ella necesitaba.Ella no corrió. Caminó hacia
La confrontación final comenzó. Varelli activó la cuenta regresiva del virus: 00:05:00.—Elías, tú tienes la llave de Kael. Sofía tiene el antídoto (la USB). Pero solo si el antídoto se inyecta en el servidor central antes de que yo termine la secuencia. Si lo intentan, mueren. Si no lo hacen, toda Europa cae en el caos digital.Elías no dudó. Sacó la llave que llevaba oculta en el tacón de su zapato. Corrió hacia Kael, desbloqueando las cadenas. El Fantasma disparó, y la bala rozó el hombro de Elías.Mientras Kael (herido pero libre) se arrastraba hacia la consola para intentar sabotear el sistema, Sofía se movió.—No a la consola, Kael. ¡Al servidor principal! —gritó Sofía.Ella corrió hacia el pedestal central, donde estaba la unidad de disco duro masiva. Varelli la enfrentó.—No eres más que un peón, Sofía. Tu amor es tu perdición.—Mi amor me enseñó a no confiar en el silencio —dijo ella, con el arma en la mano.Elías, sangrando, luchaba cuerpo a cuerpo contra el Fantasm
El reencuentro no fue en Roma, sino en una pequeña ciudad costera a las afueras. Elías la esperaba en el muelle al amanecer. Iba vestido con un traje caro, el uniforme de un hombre de negocios de alto nivel, pero sus ojos estaban cansados.—Te ves diferente —dijo Sofía, sin emoción. Ella llevaba su arma oculta en el forro de su chaqueta.—Tú también. El silencio te sienta bien.—El silencio es una protección. El amor era una distracción —replicó ella, y la tensión entre ellos se hizo visible, más densa que la niebla marina.Elías ignoró el golpe y se centró en la misión. El plan era suicida: Infiltrarse en la Galería, acceder al laberinto de túneles secretos de servicio, y llegar a la sub-cripta Bizantina, donde Varelli planeaba ejecutar el golpe final del virus.—Estoy dentro del equipo de seguridad de Varelli —explicó Elías, mostrando una tarjeta de acceso que brillaba en la luz gris—. Te conseguiré la entrada, pero a partir de ahí, estamos solos. El Arquitecto ha hecho de la c
Sofía se esconde y ve las noticias, la explosión. La policía afirma que se trató de un accidente. No hay mención del Fantasma o de Elías.El virus que inyectó paraliza toda la red de la organización por 72 horas. La verdad no sale a la luz, pero la red ha sido herida de muerte.Dos días después, Sofía recibe un paquete de una mensajería anónima. Dentro, un único objeto: el reloj de bolsillo sin manecillas, con una nueva inscripción grabada:La Partitura ha terminado. La sinfonía continúa.Y debajo, un número de teléfono.Elías no está muerto. Él permitió que el chalet explotara (quizás el Fantasma también sobrevivió) para convencer a la organización de que la amenaza había sido neutralizada.Sofía llama al número.—Estoy dentro –dice la voz de Elías.—¿Y yo? –pregunta ella.—Tú eres la razón por la que estoy dentro.Habían pasado tres meses desde la explosión del chalet Suizo. Para el mundo, Sofía estaba muerta, y Elías era un operativo recuperado, ascend
Elías se acercó, la distancia entre ellos un campo minado.—Cuando te fuiste, no me quitaste solo la USB. Me quitaste mi último acto de redención.—Me quitaste mi fe –replicó ella, retrocediendo–. ¿Cómo sé que esto no es otra trampa?Elías tomó su mano y colocó el reloj de bolsillo averiado en su palma.—Porque el Fantasma es el hombre que intentaste contactar. El que estaba en el tren. Es un topo infiltrado en la policía europea. Él sabe que la USB está en ti. Y él sabe que yo soy tu única salvación.Elías respiró hondo.—El algoritmo de anulación no está en mi cabeza. Está en un lugar al que solo yo puedo acceder: la antigua caja fuerte de Kael, en Suiza. Necesitamos ir juntos. Tú tienes el Códice, yo tengo el acceso. Es la única forma de desvincularte del rastreo y usar los datos para exponerlos a nivel global.Sofía miró el reloj sin agujas. Un futuro sin tiempo.—Si vamos, ¿somos amantes o somos socios? –preguntó ella.—Somos dos personas muertas, Sofía –dijo él, con una
Seis meses después....El café con canela había sido reemplazado por el amargo sabor del metal y el ozono. Sofía no era la misma. Llevaba el pelo corto, otra identidad y una vida anclada en la vigilancia constante. Vivía en Bruselas, en un piso de seguridad, trabajando como traductora freelance, pero su trabajo real era la USB.El Códice Digital era una hidra. Por cada cabecilla que Sofía exponía discretamente (enviando datos anónimos a periodistas de países pequeños), diez nuevos aparecían.Esa noche, mientras intentaba descifrar un archivo protegido por una clave de 256 bits, un temporizador parpadeó en la esquina de la pantalla: 07:05:12.No era un error del sistema, Elías había programado una trampa.Un mensaje de texto apareció de una línea desconocida:La Partitura nunca fue el único engaño. Tienes 7 horas para actualizar el código maestro, o la USB se borra y emite un ping de ubicación. Confía en el miedo, no en mí.Sofía sintió un escalofrío. Elías no la había traicionad
Último capítulo