Mundo ficciónIniciar sesiónTras romper el compromiso, Sofía salió corriendo hacia la casa, entró llorando y desapareció escaleras arriba.
Eduard seguía ahí, paralizado, sin saber si estaba más sorprendido… o más irritado. Nadie rompía acuerdos con los Wood. Mucho menos alguien como Sofía Becker. Finalmente, cerró la puerta del coche y la siguió hasta el interior de la mansión Becker. La encontró subiendo las escaleras. Iba a detenerla. Iba a exigirle una explicación. Pero antes de que pudiera pronunciar su nombre— —Eduard, querido, ¿qué ocurre aquí? —la voz filosa de Victoria Becker cortó el pasillo como un cuchillo. Estaba al pie de las escaleras con los brazos cruzados, observándolo todo con expresión de dueña absoluta del lugar. Eduard respiró hondo. —Su hija —dijo con frialdad— acaba de anunciar que rompe el compromiso. Victoria abrió los ojos… no por sorpresa, sino por puro enfado. —¿Cómo? ¿Qué tonterías son esas ahora? —Exactamente eso quiero saber —respondió Eduard, tenso. Victoria suspiró como si estuviera lidiando con una niña malcriada. —Ya me imaginaba que Sofía intentaría llamar la atención de alguna manera… Él la miró sin expresión, esperando una explicación real. —No se preocupe —continuó ella, sonriendo de forma elegante y falsa—. Yo me encargaré de ese pequeño arrebato. No tiene que perder su tiempo con esto. —Pero— —Eduard —interrumpió ella suavemente, poniéndole una mano en el brazo—. Ve a casa. Descansa. Mañana es el anuncio oficial. Necesitamos que estés perfecto. Él no estaba acostumbrado a que alguien lo “despachara”, pero tampoco quería entrar en discusiones absurdas. Asintió. —Bien. —Y por favor… —añadió Victoria, con una mirada significativa— asegúrate de venir más… presentable. —Sus ojos bajaron, sin disimulo, a la ligera marca rosada en su cuello, resto de su amante de la noche anterior. Eduard apretó la mandíbula. Y se marchó sin mirar atrás. ⸻ Victoria sube al cuarto de Sofía En cuanto la puerta de la casa se cerró, Victoria perdió la sonrisa. Subió las escaleras con paso militar y entró directamente a la habitación de Sofía sin llamar. Sofía estaba sentada en la cama, con las manos temblorosas y la mirada perdida. —Explícate —ordenó Victoria, cerrando la puerta con fuerza. Sofía tragó saliva. —Señora, yo… no quiero seguir adelante con esto. No creo que Eduard me quiera. Y no—. —¿Querer? —Victoria soltó una carcajada seca—. ¿Qué clase de tontería es esa? ¿Desde cuándo en esta familia se toman decisiones por sentimientos? Sofía bajó la cabeza. Victoria dio un paso adelante, imponente. —Escucha bien, Sofía. Ese compromiso es lo único útil que has hecho desde que entraste en esta casa. Lo único. Sofía apretó las manos sobre las rodillas. —Victoria, yo… —Si no anuncias el compromiso mañana —continuó la mujer, bajando la voz con una frialdad de hielo—, te largas de aquí. Sin dinero. Sin apellido. Sin nada. Sofía sintió cómo el mundo se le cerraba encima. —¿Lo entiendes? Ella asintió, incapaz de hablar. —Perfecto —dijo Victoria, recuperando su sonrisa social—. Mañana temprano te levantas, limpias la cocina y vas al hotel a preparar el salón del evento. No quiero un solo fallo. Salió y cerró la puerta dejando atrás un silencio que sofocaba. Sofía tardó varios segundos en poder respirar. ⸻ La mañana del anuncio de compromiso Sofía se levantó antes del amanecer. Lavó los platos, limpió la encimera, barrió el suelo… cada movimiento más pesado que el anterior. Victoria apareció cuando Sofía terminaba de secarse las manos. —Bien. Ahora vas al salón del hotel. Necesito que organices las mesas, las flores, TODO. No regreses hasta que esté perfecto. —Sí, señora. ⸻ Horas después — el salón del hotel El salón era enorme, iluminado por lámparas de cristal que reflejaban tonos dorados en cada superficie. Sofía pasó horas ordenando flores, ajustando telas, dirigiendo a los empleados del hotel. Ellos la miraban con confusión. Una chica tan joven, tan humilde, organizando un evento que claramente no pertenecía a su mundo. Pero ella se limitó a trabajar. A callar. A existir sin molestar. A media tarde, llegaron los Becker. Melisa fue la primera en entrar. —¡Ay Sofi! —dijo con una sonrisa venenosa—. Qué bien estás quedando como organizadora. Si esto del compromiso no funciona, al menos tienes futuro como decoradora. Stefan rió a carcajadas. -Hermanita, deberías de ir a arreglarte, van a empezar a llegar los invitados y se pensarán que formas parte del personal- comentó Stefan todavía riendo. Sofía sonrió sin responder. Había aprendido que el silencio era su escudo. Un rato después, llegó Eduard. Traje azul oscuro. Expresión fría. Presencia dominante. Sus ojos se encontraron un momento. No dijo nada. Ni una palabra. Ni una señal de haber recordado la conversación del día anterior. El hielo entre ellos se hizo casi físico. —Todo está correcto —dijo Eduard mirando el salón. Sofía solo murmuró un “gracias”. Y entonces empezó a llegar la gente. Socios, empresarios, políticos, amigos de la familia… La sala se llenó de murmullos y cámaras. Victoria subió al pequeño escenario, radiante. —Queridos invitados —dijo con voz alta y dulce—, muchas gracias por acompañarnos esta noche. Tenemos un anuncio muy especial… Sofía sintió el corazón acelerarse. Eduard se colocó a su lado, rígido como una estatua. La música bajó. Los focos los iluminaron. Victoria iba a pronunciar las palabras cuando— Las puertas del salón se abrieron de golpe. El sonido retumbó en toda la sala. Todos se giraron. Un hombre entró. Alto. Elegante. Vestido de negro. Mirada afilada. Su sola presencia detuvo el aire. —¿Es él…? —susurró alguien. —Sí… el señor Robinson… El nombre recorrió el salón como electricidad. Sofía sintió una punzada en el pecho. Eduard se tensó al máximo. Robinson avanzó con paso seguro hacia ellos, sin pedir permiso, como si el lugar le perteneciera. Se plantó frente a Eduard. El silencio era absoluto. —No esperaba verlo aquí —dijo Eduard con voz helada. Robinson sonrió con la calma de un depredador. —Oh, yo sí. Un anuncio tan importante… no podía perdérmelo. Sofía tragó saliva. Había algo en la forma en que él la miraba… como si supiera algo que ella no. Victoria retomó el micrófono, esforzándose por recuperar el control. —Bien… como decía… hoy anunciamos el compromiso entre mi hija Sofía Becker y el heredero del imperio Wood, Eduard Wood. Los aplausos empezaron. Eduard le tomó la mano a Sofía. Su toque era firme… pero frío. Ella sonrió tímidamente. Su corazón latía demasiado fuerte. Robinson observaba. Demasiado fijamente. Eduard inclinó la cabeza hacia ella sin dejar de mirar al hombre. —Espera aquí —susurró—. Necesito hablar con él. Y antes de que Sofía pudiera preguntar nada… Eduard avanzó hacia Robinson entre la multitud, como un animal que acaba de oler sangre. La gente fingía conversar, pero todos estaban mirando. Sofía también. Y Robinson… Robinson no apartaba los ojos de ella. Cuando Eduard llegó hasta él, la tensión se hizo tan palpable que varios invitados se hicieron a un lado. —¿Qué haces aquí? —escupió Eduard en voz baja, pero cargada de veneno. Robinson arqueó una ceja. —¿A eso llamas educación? ¿Tu madre no te enseñó a respetar a los mayores? El comentario fue una provocación clara. Eduard dio un paso más, casi pecho con pecho. —No es tu lugar aparecer en un evento familiar. No eres bienvenido. —¿Ah, no? —Robinson sonrió, lento, controlado—. Supuse que te alegraría verme. Después de todo… —sus ojos se desviaron hacia Sofía— hay asuntos que tenemos pendientes. Eduard giró la cabeza hacia ella sin querer. Y fue suficiente para que Robinson continuara: —Qué curioso… esa chica tiene una mirada… tan conocida. A Sofía se le heló la sangre. Eduard sintió cómo el estómago se le hundía. —No la mires así —advirtió él, pues el tono de Robinson… era demasiado interesado. Robinson lo ignoró. —Dime, Eduard… —su voz se volvió más baja, como si disfrutara del suspense—. ¿Sabes quién es realmente tu prometida? Eduard frunció el ceño. —Deja de hablar en acertijos. Robinson sonrió. —Tengo información que quizá te… interese. Pero no aquí. No ahora. Eduard perdió la paciencia. —Dilo. —Digamos… —Robinson ladeó la cabeza con una calma enfermiza— que Sofía Becker no es quien tú crees. Que ese apellido… jamás debió pertenecerle. Eduard sintió un frío recorrerle la columna. —¿Qué insinúas? Robinson dio un paso hacia Sofía. De manera lenta. Deliberada. Ella retrocedió un paso. Y él sonrió. —Nos veremos pronto, Sofía. Le hizo una leve inclinación de cabeza… …y salió del salón, escoltado por dos asistentes. La sala entera estalló en murmullos. Sofía sintió las piernas temblarle. Eduard se giró hacia ella. Sus ojos ardían. —¿Qué demonios quiso decir con eso? —preguntó, acercándose, con la mandíbula tensa. Sofía abrió la boca para responder… Pero no pudo. Porque justo en ese instante, el jefe de seguridad del hotel llegó corriendo hacia ellos, pálido, sudando. —Señor Wood… señorita Becker… tienen que… ver esto. Eduard se tensó. —¿Qué sucede? El guardia tragó saliva, nervioso. —Un vehículo… un SUV negro… está estacionado afuera. Lleva veinte minutos allí sin moverse. Las lunas tintadas… Los motores encendidos… Eduard sintió que el pulso le golpeaba en los oídos. —¿Y? —Señor… —la voz del guardia tembló— preguntaron por ella. Señaló a Sofía. Victoria se quedó blanca. Melisa abrió la boca. Los invitados murmuraron. Eduard giró lentamente la cabeza hacia Sofía. —¿Quién diablos te está buscando? —preguntó, con un tono que mezclaba miedo, furia… y algo más. Sofía no dijo nada. Porque tampoco lo sabía. Pero la sensación en su pecho… esa presión fría… Era exactamente la misma que sentiría un animal cuando escucha a un depredador entrar al bosque. El guardia volvió a hablar. —Señor… el SUV acaba de encender las luces delanteras. Parece que quieren que la señorita salga. Eduard dio un paso adelante, poniéndose delante de Sofía como un escudo. —Que nadie se acerque a ese coche —ordenó—. Absolutamente NADIE. Sofía abrió los labios para hablar… Pero en ese mismo segundo, el guardia recibió un mensaje en su radio. Este palideció más. —Señor Wood… —susurró—… el SUV acaba de abrir la puerta trasera. Y alguien… está bajando. Sofía sintió que el corazón se le detuvo. Eduard también. El guardia tragó saliva antes de decir lo último: —Al parecer… esa persona viene directo hacia aquí.






