Mundo de ficçãoIniciar sessãoLa Dra. Elara Vance es una cirujana brillante, meticulosa, cuya ambición fue brutalmente segada hace cinco años por una traición que la obligó a exiliarse en la periferia de la medicina de élite. Ella creía que el responsable de su caída fue el único hombre al que amó, el Dr. Cassian Rhodes, su antiguo mentor y amante, quien supuestamente la hundió para asegurar su propia ascensión. Ahora, el pasado regresa de forma violenta. Una reestructuración hospitalaria fuerza la transferencia de Elara al prestigioso Hospital St. Jude's, solo para descubrir que su nuevo jefe no es otro que Cassian, quien se ha convertido en el imponente Jefe de Cirugía. Elara jura mantener una distancia helada y puramente profesional, pero el destino tiene otros planes. En su primer día, se ven forzados a trabajar juntos en un proyecto de alto riesgo para salvar a un paciente con una condición neurológica rara, la misma que hace cinco años marcó el final de su carrera y el inicio de su amargo exilio. El quirófano se convierte en el campo de batalla de su amor y odio no resueltos. La tensión explota cuando Elara descubre que Cassian, en lugar de ser el villano, ha estado usando su poder e influencia para proteger a su propia hermana pequeña (que tiene la misma condición), e incluso intercedió silenciosamente para proteger a la familia de Elara. La traición original no fue entre ellos, sino orquestada por una tercera figura oscura y poderosa dentro del hospital, alguien que ahora manipula el caso del paciente actual para desmantelar la reputación de Cassian. Obligados a fingir una alianza profesional mientras luchan por desentrañar una conspiración que amenaza sus carreras y las vidas de sus seres queridos, Elara y Cassian deben confrontar la verdad de su pasado.
Ler maisMi bisturí es una extensión natural de mi voluntad. No pienso, solo ejecuto. Cinco años me ha costado esta certeza, esta maestría. El Hospital Central me adora, y aquí, bajo estas luces estériles, soy invulnerable. La hoja de acero danza sobre el campo, realizando la anastomosis microvascular más delicada que he tocado en meses. El monitor cardíaco marca mi pulso: constante, perfecto.
—Sutura completada. Presión estable. Maravilloso, Dra. Vance —susurra la anestesióloga. Siento esa oleada familiar de triunfo. La redención. Nadie aquí sabe quién fui en St. Jude's, ni el nombre que dejé atrás, ni la traición que me rompió. Entonces, sucede. El intercomunicador se activa. El sonido grave y autoritario rompe el silencio, cortando mi triunfo como un cristal. No es una pregunta, es una orden, envuelta en la frialdad absoluta que mi cuerpo recuerda antes que mi mente. —Dra. Vance. Detenga el cierre de inmediato. Inicie el Protocolo Corazón Congelado, modificación Delta 3. Me quedo petrificada. El instrumental suspendido a pocos milímetros del tejido. Delta 3. Solo una persona en este país, solo un demonio, llama a esa técnica por ese nombre en clave. —Solicito identificación —Mi voz sale firme, aunque un escalofrío helado recorre mi espalda. —Soy el Dr. Rhodes. Jefe de Cirugía. Ahora —La autoridad en su voz no ha mermado con los años—. Inicie Delta 3 o me veré forzado a tomar el control del procedimiento personalmente. Cassian. Su nombre es óxido y ceniza en mi garganta. El hombre que me arruinó, el único que amé. Cinco años de exilio para escalar de nuevo, solo para que este fantasma regresara a mi quirófano. La puerta de doble batiente se abre con un golpe seco. Cassian Rhodes. No se molestó en vestirse, solo se desliza, su figura alta e imponente dominando el espacio. Lleva el uniforme de St. Jude's impecable, la placa de Jefe de Cirugía es un insulto que brilla bajo la luz. Levanto mi mirada por encima de la mascarilla. Nuestros ojos se encuentran. Es un choque. Un relámpago cargado con el peso de promesas rotas y la humillación que me hizo tragar. Sus ojos color miel son fríos, duros, sin un rastro de arrepentimiento. Solo veo determinación gélida. —Se lo dije por el intercomunicador, Dra. Vance —dice, acercándose al paciente con una calma alarmante—. Estoy tomando el control de este procedimiento. —Estoy al mando, Dr. Rhodes —siseo, usando su título con deliberada indiferencia. Estoy furiosa. El paciente está estable. Su presencia es un abuso de poder innecesario. Él no discute. Solo mira fijamente el monitor de signos vitales. En ese instante, el metrónomo se rompe. La presión arterial cae en picada. El pitido se vuelve frenético. —¡Está en paro, Dra. Vance! —grita la anestesióloga. Cassian ya está actuando. —No es un paro. Mire el pico del T-Wave —ordena, con el tono de instructor que me exigía la excelencia, no la obediencia. Me obligo a apartar la mirada de su rostro para ver el monitor. Y allí está. La irregularidad. El pico invertido. ¡Maldita sea! Es la manifestación no canónica de la patología neurológica que investigamos. El Caso Alpha. El mismo anzuelo que hace cinco años terminó con mi carrera y catapultó la suya. El anzuelo que me arranca de nuevo de mi exilio. —Elara —Su voz, más baja, contiene una urgencia que me perfora—. Necesito un acceso rápido. Protocolo Delta 3, ahora. La rabia hierve bajo mi piel. Lo odio. Odio que tenga razón. Odio que mi instinto, formado por años de colaboración perfecta, me obligue a confiar en su diagnóstico. Odio tener que obedecer al hombre que creí mi verdugo. Pero hay una vida en la mesa. Y una verdad: solo él y yo conocemos el Caso Alpha lo suficientemente bien. —Preparando el acceso —declaro, y mi voz regresa a ser la de la cirujana impecable. Comienza la danza. Cassian se posiciona frente a mí. Nuestros codos se rozan mientras trabajamos. Es una danza tensa de rencor profesional, donde cada movimiento es un recuerdo de nuestro pasado íntimo. Sus manos, que una vez se entrelazaron con las mías fuera del hospital, ahora se mueven en una sincronía técnica letal sobre un desconocido. Él ordena, yo ejecuto. Siento el calor de su guante contra mi muñeca cada vez que se inclina para verificar mi trabajo. El ligero y familiar olor a su antigua colonia, mezclado con desinfectante y el metal, inunda mis sentidos. Es un golpe sensorial de traición y anhelo. Yo soy la sombra, él el sol. Él, el Jefe de Cirugía; yo, la subordinada forzosa. La humillación se acumula en mi pecho, pero mi enfoque es más fuerte que mi dolor. Después de lo que parece una eternidad, el pico invertido se suaviza. El monitor vuelve a un ritmo estable. El peligro ha pasado. Cassian se retira, devolviéndome el mando sin una palabra de agradecimiento. —Complete el cierre, Dra. Vance —Su voz es hielo puro, profesional. Termino el procedimiento con una eficiencia robótica. Me quito la bata y me dirijo a la salida. Quiero desaparecer, volver a mi vida sencilla, lejos de los ojos acusadores de St. Jude's, lejos de él. Pero su figura bloquea el marco de la puerta. Está en sus pantalones de tela y camisa, un hombre peligrosamente atractivo y furioso. —¿A dónde crees que vas? —Su voz es baja, un rugido contenido. —A mi oficina, Dr. Rhodes. Mi turno ha terminado. —Tu turno acaba de empezar. Él se inclina hacia mí, el gesto nos encierra. Siento su aliento, tenso y frío, sobre mi oreja. —Estás bajo mi supervisión, Elara —Su voz es una amenaza sutil, pero cada palabra tiene el peso del granito—. Cada corte, cada punto. Y eso incluye tu vida fuera del quirófano. Siento un grito en mi alma. Estoy atrapada. La traición ha regresado, no para destruirme, sino para controlarme. —Necesitas mantenerte en forma, doctora —añade, su mirada perforando la mía—. La próxima vez que te encuentres con el Caso Alpha, no quiero que tu mano tiemble o no habrá próxima vez. La última frase es un desafío, una orden y una promesa envuelta en papel de lija. Aprieto la mandíbula, sabiendo que la única forma de sobrevivir es recuperar la única cosa que Cassian no puede controlar: la verdad.Me desperté antes que Alex, lo cual era un milagro. No por el sueño, sino por la paz. La noche anterior, la de la "reunión de socios" falsa, fue surrealista. Había pasado de sentirme como una intrusa acorralada por Cassian y Clara a liderar la conversación sobre la posible fusión de las divisiones de tecnología de Alex. Todo gracias a un beso robado.Me giré, sintiendo el peso de Alex a mi lado. Estaba durmiendo boca abajo, con un brazo doblado bajo la almohada y el otro tendido sobre el colchón. La sutil cicatriz de su hombro, que aún no me había atrevido a preguntar de dónde venía, era visible. Le pasé un dedo por la espalda, sintiendo la tensión liberada en sus músculos. Era mi ancla, mi escudo.Me levanté en silencio, saboreando los minutos de soledad antes de que el mundo corporativo y hospitalario volviera a reclamarnos. Tomé una ducha rápida. El olor a jabón y a hombre en mi piel me recordó la intensidad con la que habíamos terminado la noche, después de que los socios se fuero
Me quedé allí, en medio de mi despacho aséptico, sosteniendo la carpeta como si fuera una serpiente. El cuero negro me quemaba la palma. Cassian se había ido, pero su perfume barato y su asquerosa amenaza se quedaron flotando en el aire.Co-autora principal. Stanford. Harvard. El camino que me costó diez años construir estaba ahí, envuelto en un lazo de veneno. Y el precio era la paz de Alex.«Si te niegas, podría terminar muy mal para la credibilidad de la persona que filtró la información...»Estaba claro. Me estaba chantajeando para que volviera a su órbita, usando lo único que realmente le importaba a Alex O’Connell: su reputación, su control. Sabía que Alex había movido hilos para salvarme el pellejo tras el incidente del laboratorio, y Cassian, el depredador, había encontrado el rastro.Dejé la carpeta sobre el escritorio con un golpe seco. ¿Qué clase de mujer era yo si cambiaba mi integridad por un puesto en la cumbre? ¿Qué clase de amante sería si exponía a Alex a la prensa y
El resto de la cena fue corto y cordial, forzado por la cortesía de los socios de Alex, que hicieron preguntas sobre mi trabajo. Respondí con soltura, sintiéndome respaldada, poderosa. La sensación de ser un fraude se había evaporado porque Alex me había validado públicamente, sin dudarlo, sin pestañear.Al salir, Alex no me soltó la mano. Su piel estaba caliente, la mía sudaba un poco, y el contraste era una corriente eléctrica que recorría mi brazo.—Vaya show —susurré, mientras esperábamos el ascensor privado en el lobby glacial.—No fue un show. Fue una delimitación de territorio. Ella necesitaba saber que no estás en venta, ni a la mitad de precio —dijo, sonriendo de lado.—Gracias. Me sentí como si estuviera defendiendo mi tesis doctoral ante un tribunal.—Pues la pasaste con honores, Dra. Smith.En cuanto las puertas del ascensor se cerraron, la tensión se volvió sexual. Había una urgencia en el aire, el reconocimiento mutuo de que habíamos superado una prueba, y ahora tocaba l
El metal frío de la manija de la puerta del St. Jude’s me quemó la palma de la mano, un recordatorio brusco de dónde estaba. El contraste era un golpe: del satén suave y el aire acondicionado filtrado del ático, al olor acre de desinfectante y el rumor constante del hospital. Un solo día en el mundo de Alex había reescrito mi biología. Me sentía ligera, sexy, como si llevara un secreto brillante tatuado en la piel, un secreto que mis batas quirúrgicas no podían ocultar.Fui directamente al puesto de enfermería, revisando el cronograma de cirugías. Mi cerebro, el cerebro de la neurocirujana, estaba en modo on, pero mi corazón seguía en el off, soñando con waffles y miel.Lo primero que hice fue buscar a Cassian. No estaba en su oficina. Su nombre no aparecía en la pizarra de procedimientos, y su auto no estaba en el estacionamiento. Su ausencia me hizo sentir incómoda, casi más que su presencia. No era alivio, era el terror de la calma antes de la tormenta. Cassian no renunciaba. Si no
El sol de la mañana ya se había convertido en la luz perezosa de la tarde, filtrándose suavemente por los ventanales del ático. Después de la dulce locura de la miel y el sexo, nos quedamos en la cama, totalmente entrelazados, escuchando jazz instrumental que Alex había puesto a sonar en algún altavoz invisible.La urgencia había desaparecido, reemplazada por una calma tan profunda que me asustaba. Era la primera vez en años que no sentía la necesidad de hacer nada, ni de revisar un expediente, ni de planificar la cena, ni de preocuparme por el mañana.Alex acariciaba mi espalda con una mano lenta, el ritmo tan constante que era casi hipnótico. Yo dibujaba patrones abstractos en su pecho, sintiendo el latido firme bajo la piel.—¿En qué piensas? —me preguntó, su voz baja y somnolienta.—En nada importante. Solo me pregunto si existes de verdad o si estoy anestesiada y esto es un sueño inducido por estrés —respondí, pegando mi oreja a su corazón.—Soy muy real, Princesa. Y muy de carne
El agua del jacuzzi era tan cálida que me hacía sentir líquida, sin bordes, fundiéndome lentamente en la noche y en Alex. La vista desde el piso de cristal era una locura: miles de luces de la ciudad, un mar de destellos brillantes bajo un cielo teñido de terciopelo. Podías sentir la energía de Nueva York, pero dentro de esta burbuja de vapor y cristal, solo existíamos nosotros.Estábamos abrazados, la cabeza de Alex apoyada en mi hombro, el sonido rítmico de los chorros de agua ahogando nuestros jadeos y risas. La pasión había estallado hacía un rato, intensa, hambrienta, pero ahora era suave, profunda.—¿Estás bien, Princesa? —Su voz era ronca y baja, resonando directamente en mi oído.—Estoy... en el paraíso. Demasiado bien, Alex —respondí, moviendo un poco la cabeza para besar su mandíbula mojada. Olía a jabón de jazmín y a hombre mojado, una mezcla que se estaba convirtiendo en mi perfume favorito.—No me mires así —dijo, levantando la barbilla—. Me miras como si esto fuera a des










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