Me quedé allí, en medio de mi despacho aséptico, sosteniendo la carpeta como si fuera una serpiente. El cuero negro me quemaba la palma. Cassian se había ido, pero su perfume barato y su asquerosa amenaza se quedaron flotando en el aire.
Co-autora principal. Stanford. Harvard. El camino que me costó diez años construir estaba ahí, envuelto en un lazo de veneno. Y el precio era la paz de Alex.
«Si te niegas, podría terminar muy mal para la credibilidad de la persona que filtró la información...»
Estaba claro. Me estaba chantajeando para que volviera a su órbita, usando lo único que realmente le importaba a Alex O’Connell: su reputación, su control. Sabía que Alex había movido hilos para salvarme el pellejo tras el incidente del laboratorio, y Cassian, el depredador, había encontrado el rastro.
Dejé la carpeta sobre el escritorio con un golpe seco. ¿Qué clase de mujer era yo si cambiaba mi integridad por un puesto en la cumbre? ¿Qué clase de amante sería si exponía a Alex a la prensa y