Elara apenas había logrado volver a su apartamento esa mañana. El expediente de su hermana, ahora escondido bajo las tablas sueltas de su piso, ardía en su mente. La revelación de que Cassian no solo la había protegido, sino que había puesto su carrera en riesgo por la vida de la niña, había pulverizado el resentimiento que la había sostenido durante cinco años. Ahora, el odio había sido reemplazado por una confusión aún más peligrosa: un afecto renuente y la certeza de que su antiguo enemigo era su único aliado.
El Dr. Thorne era la nueva amenaza.
Lo encontró esa tarde, no en las salas comunes, sino en el helado ambiente del Archivo Central, un laberinto de estanterías metálicas al que solo tenían acceso los administradores. Elara estaba allí con el pretexto de revisar los protocolos de seguridad.
Thorne estaba esperando. Se apoyaba casualmente contra una pila de cajas de documentos olvidados, sus manos cruzadas y su rostro inexpresivo.
—Doctora Vance. Qué oportuno. Creí que podríamo