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Segunda oportunidad
Segunda oportunidad
Por: CELIA LIRIUM
Capítulo 1: La Voz del Hielo

Mi bisturí es una extensión natural de mi voluntad. No pienso, solo ejecuto. Cinco años me ha costado esta certeza, esta maestría. El Hospital Central me adora, y aquí, bajo estas luces estériles, soy invulnerable. La hoja de acero danza sobre el campo, realizando la anastomosis microvascular más delicada que he tocado en meses. El monitor cardíaco marca mi pulso: constante, perfecto.

​—Sutura completada. Presión estable. Maravilloso, Dra. Vance —susurra la anestesióloga.

​Siento esa oleada familiar de triunfo. La redención. Nadie aquí sabe quién fui en St. Jude's, ni el nombre que dejé atrás, ni la traición que me rompió.

​Entonces, sucede. El intercomunicador se activa.

​El sonido grave y autoritario rompe el silencio, cortando mi triunfo como un cristal. No es una pregunta, es una orden, envuelta en la frialdad absoluta que mi cuerpo recuerda antes que mi mente.

​—Dra. Vance. Detenga el cierre de inmediato. Inicie el Protocolo Corazón Congelado, modificación Delta 3.

​Me quedo petrificada. El instrumental suspendido a pocos milímetros del tejido. Delta 3. Solo una persona en este país, solo un demonio, llama a esa técnica por ese nombre en clave.

​—Solicito identificación —Mi voz sale firme, aunque un escalofrío helado recorre mi espalda.

​—Soy el Dr. Rhodes. Jefe de Cirugía. Ahora —La autoridad en su voz no ha mermado con los años—. Inicie Delta 3 o me veré forzado a tomar el control del procedimiento personalmente.

​Cassian. Su nombre es óxido y ceniza en mi garganta. El hombre que me arruinó, el único que amé. Cinco años de exilio para escalar de nuevo, solo para que este fantasma regresara a mi quirófano.

​La puerta de doble batiente se abre con un golpe seco. Cassian Rhodes. No se molestó en vestirse, solo se desliza, su figura alta e imponente dominando el espacio. Lleva el uniforme de St. Jude's impecable, la placa de Jefe de Cirugía es un insulto que brilla bajo la luz.

​Levanto mi mirada por encima de la mascarilla. Nuestros ojos se encuentran. Es un choque. Un relámpago cargado con el peso de promesas rotas y la humillación que me hizo tragar. Sus ojos color miel son fríos, duros, sin un rastro de arrepentimiento. Solo veo determinación gélida.

​—Se lo dije por el intercomunicador, Dra. Vance —dice, acercándose al paciente con una calma alarmante—. Estoy tomando el control de este procedimiento.

​—Estoy al mando, Dr. Rhodes —siseo, usando su título con deliberada indiferencia. Estoy furiosa. El paciente está estable. Su presencia es un abuso de poder innecesario.

​Él no discute. Solo mira fijamente el monitor de signos vitales.

​En ese instante, el metrónomo se rompe. La presión arterial cae en picada. El pitido se vuelve frenético.

​—¡Está en paro, Dra. Vance! —grita la anestesióloga.

​Cassian ya está actuando.

​—No es un paro. Mire el pico del T-Wave —ordena, con el tono de instructor que me exigía la excelencia, no la obediencia.

​Me obligo a apartar la mirada de su rostro para ver el monitor. Y allí está. La irregularidad. El pico invertido. ¡Maldita sea! Es la manifestación no canónica de la patología neurológica que investigamos.

​El Caso Alpha. El mismo anzuelo que hace cinco años terminó con mi carrera y catapultó la suya. El anzuelo que me arranca de nuevo de mi exilio.

​—Elara —Su voz, más baja, contiene una urgencia que me perfora—. Necesito un acceso rápido. Protocolo Delta 3, ahora.

​La rabia hierve bajo mi piel. Lo odio. Odio que tenga razón. Odio que mi instinto, formado por años de colaboración perfecta, me obligue a confiar en su diagnóstico. Odio tener que obedecer al hombre que creí mi verdugo.

​Pero hay una vida en la mesa. Y una verdad: solo él y yo conocemos el Caso Alpha lo suficientemente bien.

​—Preparando el acceso —declaro, y mi voz regresa a ser la de la cirujana impecable.

​Comienza la danza. Cassian se posiciona frente a mí. Nuestros codos se rozan mientras trabajamos. Es una danza tensa de rencor profesional, donde cada movimiento es un recuerdo de nuestro pasado íntimo. Sus manos, que una vez se entrelazaron con las mías fuera del hospital, ahora se mueven en una sincronía técnica letal sobre un desconocido.

​Él ordena, yo ejecuto. Siento el calor de su guante contra mi muñeca cada vez que se inclina para verificar mi trabajo. El ligero y familiar olor a su antigua colonia, mezclado con desinfectante y el metal, inunda mis sentidos. Es un golpe sensorial de traición y anhelo.

​Yo soy la sombra, él el sol. Él, el Jefe de Cirugía; yo, la subordinada forzosa. La humillación se acumula en mi pecho, pero mi enfoque es más fuerte que mi dolor.

​Después de lo que parece una eternidad, el pico invertido se suaviza. El monitor vuelve a un ritmo estable. El peligro ha pasado.

​Cassian se retira, devolviéndome el mando sin una palabra de agradecimiento.

​—Complete el cierre, Dra. Vance —Su voz es hielo puro, profesional.

​Termino el procedimiento con una eficiencia robótica. Me quito la bata y me dirijo a la salida. Quiero desaparecer, volver a mi vida sencilla, lejos de los ojos acusadores de St. Jude's, lejos de él.

​Pero su figura bloquea el marco de la puerta. Está en sus pantalones de tela y camisa, un hombre peligrosamente atractivo y furioso.

​—¿A dónde crees que vas? —Su voz es baja, un rugido contenido.

​—A mi oficina, Dr. Rhodes. Mi turno ha terminado.

​—Tu turno acaba de empezar.

​Él se inclina hacia mí, el gesto nos encierra. Siento su aliento, tenso y frío, sobre mi oreja.

​—Estás bajo mi supervisión, Elara —Su voz es una amenaza sutil, pero cada palabra tiene el peso del granito—. Cada corte, cada punto. Y eso incluye tu vida fuera del quirófano.

​Siento un grito en mi alma. Estoy atrapada. La traición ha regresado, no para destruirme, sino para controlarme.

​—Necesitas mantenerte en forma, doctora —añade, su mirada perforando la mía—. La próxima vez que te encuentres con el Caso Alpha, no quiero que tu mano tiemble o no habrá próxima vez.

​La última frase es un desafío, una orden y una promesa envuelta en papel de lija. Aprieto la mandíbula, sabiendo que la única forma de sobrevivir es recuperar la única cosa que Cassian no puede controlar: la verdad.

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