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Capítulo 2: El Olor a Colonia Vieja

 

El Hospital St. Jude's era un monstruo de mármol pulido y vidrio frío, diseñado para inspirar reverencia. Para Elara, solo inspiraba la náusea del resentimiento. Cada paso en sus pasillos inmaculados se sentía como una humillación pública. Su traslado forzoso desde el Hospital Central no era una promoción; era una jaula de oro, un puesto sin prestigio en el mismo edificio donde su carrera había implosionado cinco años atrás.

Su nueva oficina era el epítome de su situación: un cubículo temporal, a dos pisos de la opulenta Jefatura de Cirugía de Cassian Rhodes, con paredes tan delgadas que Elara podía escuchar el tecleo agresivo de la enfermera administrativa del pasillo. Era una celda de aislamiento camuflada.

Dejó caer su maletín de cuero sobre la mesa metálica. No había fotos, ni plantas, ni el calor de la permanencia. Solo una pila de expedientes sobre el "Proyecto Silencioso" que Cassian le había asignado. Elara se acercó a la ventana, observando el tráfico de la ciudad que seguía su ritmo, ajeno a la trampa en la que ella acababa de caer. Estaba en el territorio de su enemigo, obligada a trabajar para él.

Un golpe seco en el marco de la puerta la hizo girar. Cassian estaba allí, vestido con un traje oscuro de corte impecable que acentuaba la autoridad que ahora detentaba. No era solo un cirujano; era una fuerza corporativa. Su presencia llenó el pequeño espacio, ahogando el aire.

—Doctora Vance. Veo que se ha instalado —dijo Cassian, su voz desprovista de emoción, utilizando la formalidad como una barrera impenetrable.

—Lo que me ha asignado es un armario, Dr. Rhodes —respondió Elara, cruzando los brazos sobre su bata quirúrgica. No iba a mostrar debilidad.

Cassian ignoró el comentario, deslizando una tablet de alta gama sobre la mesa.

—Esta es nuestra primera reunión de proyecto. Se te ha asignado formalmente el caso del paciente neurológico raro. Lo he llamado extraoficialmente "Caso Silencioso".

Elara sintió el aguijón. Él le había dado el nombre en código, un juego de poder, recordándole que él controlaba incluso la nomenclatura de su miseria.

—El expediente del paciente coincide con los síntomas del Caso Alpha —observó Elara, volviendo al lenguaje de la medicina para ocultar su rabia.

—Por eso estás aquí. Fuiste la última en trabajar en él. Tu conocimiento, aunque... interrumpido, sigue siendo valioso.

La pausa de Cassian sobre la palabra "interrumpido" fue un golpe calculado. Le recordó la humillación, la cancelación de su beca, la mancha en su currículum.

—Mi conocimiento no está "interrumpido", Dr. Rhodes. Ha madurado a base de trabajo duro lejos de los privilegios —replicó Elara, la voz apenas un hilo, pero cargada de acero.

Cassian dio un paso más cerca, obligándola a tensarse. Él se inclinó sobre el escritorio. Elara sintió el inconfundible olor a su antigua colonia. No era un perfume cualquiera, sino una mezcla de vetiver y sándalo que ella había comprado para él una Navidad. El aroma, ahora mezclado sutilmente con el desinfectante quirúrgico, la golpeó con la fuerza de un recuerdo. Un recuerdo de manos unidas sobre libros de texto, de ambición compartida. El contraste con la frialdad de su rostro actual era una tortura sensorial.

—Bien, Elara —dijo Cassian, usando su nombre de pila solo para este punto, haciendo que pareciera más una reprimenda que un gesto de intimidad—. Si tu conocimiento está "maduro", entonces sabes que el Protocolo Delta 3 es la única defensa contra ese pico invertido.

—Y tú sabes que ese protocolo es experimental.

—Y tú sabes que, sin ti, no tengo a nadie en este hospital que pueda ejecutarlo con la precisión necesaria si el paciente recae. Es una alianza forzosa, doctora. Y yo soy el superior.

Cassian apoyó una mano sobre la mesa. Sus dedos, largos y fuertes, con el rastro de la presión del guante quirúrgico todavía visible en la piel, se acercaron al expediente. Elara tuvo que resistir el impulso de alejarse de esa proximidad. Sentir el calor de su guante contra su muñeca en el quirófano había sido una descarga; ahora, su mera presencia era una invasión.

—El objetivo es estabilizar la condición neurológica del paciente Silencioso y revertir la patología, encontrando la cura definitiva que no pudimos hallar hace cinco años —explicó Cassian, volviendo a su tono de mando—. Requerirá horarios irregulares, reportes diarios solo a mi despacho y absoluta discreción.

—¿Discreción sobre qué? ¿Sobre el hecho de que el Jefe de Cirugía trabaja con la paria que arruinó su reputación?

Cassian se enderezó, la mirada llena de ira controlada.

—Discreción sobre la naturaleza de la enfermedad. El Caso Silencioso es una bomba de tiempo. Y si alguien se entera de que existe, tendremos una histeria masiva y una cacería de brujas dentro del hospital. Ya sufriste una vez las consecuencias de la atención pública. No repitas el error.

Elara se dio cuenta de que no solo estaba hablando del paciente, sino de su propia traición. La amenaza velada resonó en el ambiente.

—Entendido, Dr. Rhodes. Mi vida profesional está bajo tu microscopio. ¿Algo más?

Cassian se acercó a la puerta, su mano sobre el pomo.

—Sí. Tienes acceso total a todos los recursos de investigación, pero solo a través de mí. Nada de archivos personales y nada de hablar con la prensa. Y por cierto, debes saber que no estás en St. Jude's solo por tus habilidades, sino porque yo lo ordené personalmente. No lo olvides. Tu carrera depende de mí.

Con esas palabras, se marchó, dejando tras de sí un vacío cargado de tensión y el persistente y doloroso rastro de su colonia.

Elara se dejó caer en la silla, agotada por la confrontación. Cogió la tablet que él había dejado. En la pantalla de inicio, en lugar de un salvapantallas corporativo, había una foto personal. Una joven sonriendo, con cabello oscuro y ojos vivaces. La hermana de Cassian.

Elara acercó la imagen, y su corazón dio un vuelco. La luz del hospital incidía de cierta manera sobre la sien de la chica, revelando una leve pero inconfundible cicatriz quirúrgica. No era una cicatriz común. Era la marca sutil que se dejaba tras un procedimiento menor pero especializado, diseñado para mitigar los síntomas más graves de una rara patología neurológica.

La misma patología del Caso Alpha.

Elara se quedó mirando la foto, con la respiración entrecortada. El hombre que la había destruido, el hombre que creía que solo se preocupaba por su propia ambición, había estado lidiando con el Caso Alpha en su propia familia.

La revelación cambió todo el panorama del odio de Elara. ¿La traición de Cassian fue realmente un acto de egoísmo, o un sacrificio desesperado para proteger a su hermana?

Elara apretó la tablet hasta que le dolieron los nudillos. Estaba claro. Cassian no solo la había traído de vuelta por sus habilidades; la había traído porque el paciente Silencioso era un espejo de su propio miedo. Y la Condición Silenciosa no solo atacaba nervios; también atacaba lealtades.

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