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Capítulo 2: El Olor a Colonia Vieja

El Hospital St. Jude's es un monstruo. Mármol pulido, vidrio frío, diseñado para inspirar reverencia. Siento la náusea del resentimiento con cada paso. Cinco años de exilio, de trabajo duro para olvidar, y ahora estoy de vuelta, obligada a caminar por estos pasillos inmaculados. Es una humillación pública.

​Mi nueva oficina: un cubículo. Ni siquiera es una oficina. Es un armario temporal, a dos pisos de su opulenta Jefatura. Las paredes son tan delgadas que escucho el tecleo agresivo de la enfermera del pasillo. Una celda de aislamiento camuflada.

​Dejo caer mi maletín de cuero sobre la mesa metálica con un golpe sordo. Sin fotos, sin plantas, sin el calor de la permanencia. Solo una pila de expedientes sobre el "Proyecto Silencioso" que él me ha asignado. Me acerco a la ventana, observando el tráfico de la ciudad, ajeno a la trampa en la que acabo de caer. Estoy en su territorio, obligada a trabajar para él.

​Un golpe seco en el marco de la puerta. Cassian está allí.

​Viste un traje oscuro de corte impecable. La autoridad le sienta. Ya no es solo un cirujano; es una fuerza corporativa. Su presencia llena el pequeño espacio, absorbiendo el poco aire que queda. Me ahogo.

​—Doctora Vance. Veo que se ha instalado. —Su voz es desprovista de emoción, utilizando la formalidad como una barrera impenetrable.

​—Lo que me ha asignado es un armario, Dr. Rhodes —cruzo los brazos sobre mi bata quirúrgica. No voy a mostrar debilidad. No le voy a dar ese gusto.

​Él ignora mi comentario, deslizando una tablet de alta gama sobre la mesa.

​—Esta es nuestra primera reunión de proyecto. Se te ha asignado formalmente el caso del paciente neurológico raro. Lo he llamado extraoficialmente "Caso Silencioso".

​Siento el aguijón. Él me ha dado el nombre en código. Un juego de poder cruel, recordándome que él controla incluso la nomenclatura de mi miseria.

​—El expediente del paciente coincide con los síntomas del Caso Alpha —vuelvo al lenguaje de la medicina, mi única armadura, para ocultar la rabia.

​—Por eso estás aquí. Fuiste la última en trabajar en él. Tu conocimiento, aunque... interrumpido, sigue siendo valioso.

​La pausa en la palabra interrumpido es un golpe calculado. La humillación. La cancelación de mi beca. La mancha imborrable.

​—Mi conocimiento no está "interrumpido", Dr. Rhodes. Ha madurado a base de trabajo duro lejos de los privilegios —mi voz es apenas un hilo, pero cargado de acero.

​Cassian da un paso más cerca. Me obligo a tensarme. Se inclina sobre el escritorio, y en ese movimiento, el aire se satura. El inconfundible olor a su antigua colonia. Vetiver y sándalo. Lo siento, lo respiro. Yo se lo compré una Navidad. El aroma, ahora mezclado sutilmente con desinfectante, me golpea con la fuerza de un recuerdo. Manos unidas. Ambición compartida. El contraste con la frialdad de su rostro es una tortura sensorial.

​—Bien, Elara —usa mi nombre de pila, solo para este punto, y suena más a reprimenda que a gesto de intimidad—. Si tu conocimiento está "maduro", entonces sabes que el Protocolo Delta 3 es la única defensa contra ese pico invertido.

​—Y tú sabes que ese protocolo es experimental.

​—Y tú sabes que, sin ti, no tengo a nadie en este hospital que pueda ejecutarlo con la precisión necesaria si el paciente recae. Es una alianza forzosa, doctora. Y yo soy el superior.

​Apoya una mano sobre la mesa. Sus dedos, largos y fuertes, con el rastro de la presión del guante quirúrgico aún visible, se acercan al expediente. Tengo que resistir el impulso de alejarme de esa proximidad.

​—El objetivo es estabilizar la condición neurológica del paciente Silencioso y revertir la patología, encontrando la cura definitiva que no pudimos hallar hace cinco años —vuelve a su tono de mando.

​—Requerirá horarios irregulares, reportes diarios solo a mi despacho y absoluta discreción.

​—¿Discreción sobre qué? ¿Sobre el hecho de que el Jefe de Cirugía trabaja con la paria que arruinó su reputación?

​Se endereza. Su mirada es de ira controlada.

​—Discreción sobre la naturaleza de la enfermedad. El Caso Silencioso es una bomba de tiempo. Y si alguien se entera de que existe, tendremos una histeria masiva y una cacería de brujas. Ya sufriste una vez las consecuencias de la atención pública. No repitas el error.

​Me doy cuenta de que no está hablando solo del paciente, sino de su propia traición. La amenaza velada resuena en el ambiente.

​—Entendido, Dr. Rhodes. Mi vida profesional está bajo tu microscopio. ¿Algo más?

​Cassian se acerca a la puerta, su mano sobre el pomo.

​—Sí. Tienes acceso total a todos los recursos de investigación, pero solo a través de mí. Nada de archivos personales y nada de hablar con la prensa. Y por cierto, debes saber que no estás en St. Jude's solo por tus habilidades, sino porque yo lo ordené personalmente. No lo olvides. Tu carrera depende de mí.

​Se marcha. Deja tras de sí un vacío cargado de tensión y el persistente y doloroso rastro de su colonia.

​Me dejo caer en la silla, agotada por la confrontación. Tomo la tablet que ha dejado. En la pantalla de inicio, en lugar de un salvapantallas corporativo, hay una foto personal. Una joven sonriendo, con cabello oscuro y ojos vivaces. La hermana de Cassian.

​Acerco la imagen. Mi corazón da un vuelco. La luz del hospital incide de cierta manera sobre la sien de la chica. Una leve, pero inconfundible, cicatriz quirúrgica.

​No es una cicatriz común.

​Es la marca sutil que se deja tras un procedimiento especializado. El mismo procedimiento para mitigar los síntomas más graves de la patología neurológica que él llamó... Caso Alpha.

​Me quedo sin aliento. El hombre que me destruyó, el hombre que creí que solo se preocupaba por su ambición, ha estado lidiando con el Caso Alpha en su propia familia.

​Aprieto la tablet hasta que me duelen los nudillos.

​Cassian no me ha traído de vuelta solo por mis habilidades. Me ha traído porque el paciente Silencioso es un espejo de su propio miedo. Y la Condición Silenciosa no solo atacaba nervios; también atacaba lealtades.

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