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Capítulo 4: La Convocatoria de Medianoche

 

Elara había pasado la tarde en su cubículo improvisado, sintiéndose observada. La nota anónima, arrugada ahora en el fondo de su bolsillo, actuaba como un cristal roto a través del cual veía a Cassian: ya no un villano solitario, sino un peón poderoso, el "guardián de una verdad silenciada." La paranoia se había instalado, obligándola a revisar sus propios expedientes dos veces, buscando huellas de esa "sombra" que había orquestado su caída y, aparentemente, la de Cassian también.

A las once y cincuenta y cinco de la noche, su teléfono de escritorio zumbó, rompiendo la quietud del pasillo vacío. El identificador de llamadas mostraba: Jefatura de Cirugía. Rhodes.

Elara suspiró, recogiendo sus llaves. Era una clara demostración de poder: obligarla a ir a su despacho, en su horario y su espacio, para recordarle quién estaba al mando. La batalla profesional continuaba.

Al llegar al piso ejecutivo, el ambiente era radicalmente diferente. Silencio, alfombras gruesas, y la iluminación tenue de una galería de trofeos médicos. La puerta del despacho de Cassian estaba entreabierta.

Él estaba de pie, mirando por los grandes ventanales la cuadrícula de luces de la ciudad, un perfil de poder inmutable. La oficina era amplia, con detalles en madera oscura y acero pulido; un reflejo de su mente quirúrgica: precisa, cara y fría.

—Dr. Rhodes. Son casi las doce —dijo Elara, deteniéndose en el umbral, manteniendo una distancia prudente.

Cassian se giró lentamente, sus ojos miel atrapando los de ella con una intensidad que la hizo temblar, no por miedo, sino por el recuerdo. Llevaba la corbata aflojada, el único indicio de que había estado trabajando incansablemente.

—Pasa, Elara. Y cierra la puerta. Lo que tengo que decirte no es apto para los oídos de un hospital —ordenó Cassian, la formalidad rota por el uso de su nombre de pila en un contexto tan cargado.

Elara obedeció. El silencio se hizo pesado, roto solo por el murmullo distante del tráfico.

Cassian no ofreció asiento. En su lugar, se dirigió a un archivador lateral y sacó una carpeta delgada, de color crema, que Elara reconoció con un escalofrío inmediato. Era el diseño específico que usaba el comité de admisiones de la Universidad de Bellas Artes.

Cassian la lanzó sobre el imponente escritorio de caoba. La carpeta se deslizó hasta el borde, deteniéndose justo ante los dedos de Elara, un punto de contacto forzado.

—Reconoces esto, ¿verdad? —La voz de Cassian era un tono bajo y peligroso.

Elara miró el nombre impreso en la pestaña: Diana Vance. Su hermana.

—Es... es la solicitud de beca de mi hermana —logró articular Elara, sintiendo un nudo en la garganta. ¿Cómo tenía él esto? Su hermana no había solicitado plaza en St. Jude's, sino en la facultad de arte.

—Correcto. La solicitud que tu hermana presentó el semestre pasado, a pesar de que sus referencias académicas eran mediocres, su portfolio era excelente, y, honestamente, tu cuenta bancaria era el único respaldo real que tenía para su manutención.

Elara se puso tensa, preparada para defender a su familia.

—Yo me hice cargo de Diana. No necesito tu juicio.

Cassian se acercó al escritorio. Se inclinó sobre la superficie pulida, invadiendo su espacio de seguridad, y susurró las palabras con una furia contenida que lo hacía parecer más peligroso que cualquier grito.

Tú la salvaste con tu dinero, Elara —escupió Cassian, sus ojos fijos en los de ella—. Yo la salvé con mi influencia.

Elara sintió un impacto físico.

—¿De qué estás hablando?

—Diana fue rechazada inicialmente. El comité de admisiones de la universidad de artes fue presionado por un donante importante. Ese donante quería que el puesto de tu hermana fuera a parar a su nieta. Tu hermana estaba fuera, humillada. Yo moví los hilos. Hablé con la junta, mencioné donaciones hospitalarias futuras y me aseguré de que esa plaza volviera a tu hermana. Nadie, ni siquiera Diana, lo sabe.

Elara se quedó sin aliento, su mente girando. Cassian, el hombre que ella creía que la había destruido por ambición, había arriesgado su posición para asegurar el futuro de su hermana.

—¿Por qué? —preguntó Elara, la voz llena de una duda que superó su resentimiento—. ¿Para qué?

¿Quién es el verdadero villano, Elara? —La pregunta era el gancho extremo, la falsa elección que la desarmaba—. ¿Yo, el hombre que la protegió silenciosamente mientras tú me odiabas? ¿O el sistema que intenta aplastar a cualquier Vance que intente ascender? Dime, ¿valió la pena mi humillación pública para darle a tu hermana un futuro?

Elara sintió que su narrativa de víctima se desmoronaba. Si él no había sido el ejecutor primario de la traición, sino un cómplice obligado a sacrificarla para asegurar un bien mayor (la seguridad de su propia hermana y, quizás, la de la suya), entonces su odio había estado mal dirigido durante cinco años. Ella había elegido el camino fácil de la venganza silenciosa, mientras él se había cargado el peso de la culpa y la lealtad equivocada.

En ese momento, mientras el aire vibraba con su confesión silenciosa, un recuerdo irrumpió en la mente de Cassian, un refugio breve de la frialdad de su oficina.

Cinco años atrás. Estaban en un viejo parque, lejos de la presión de los hospitales, sentados en un banco a orillas de un lago tranquilo. Era un raro día libre. Elara había estado trazando diagramas complejos sobre la corteza de un árbol con una rama, explicando una teoría sobre la neuroplasticidad. Sus ojos brillaban, iluminados por la luz de una ambición inocente. Cassian no la miraba como una colega, sino como a la luz de su vida. Ella se había girado hacia él, sus dedos manchados de tierra y corteza. “Algún día, Cassian,” había dicho, “vamos a reescribir estos libros. Juntos.” Cassian había reído, tomando sus manos y besándolas, el sabor de la tierra en sus labios. La paz era absoluta, un futuro sin enemigos ni sacrificios. Simplemente, Elara y él, dos mentes unidas.

Cassian parpadeó, volviendo a la medianoche fría de su oficina, donde la paz era imposible. Elara lo miraba con los ojos llenos de confusión y dolor.

El pensamiento de Cassian: Maldición. Quería que esto fuera profesional, quería que me odiara para mantenerme a salvo. Pero si me odia, jamás encontraremos a Sterling. Y si me odia, me obligará a recordarle cuánto la sigo amando, y eso arruinaría todo. Tenía que mostrarle mis cicatrices para que entendiera que la guerra es real, y que él también es una víctima colateral.

Cassian endureció su expresión, usando la rabia profesional como un escudo.

—Ahora que entiendes lo que está en juego: lealtad, sacrificio, el futuro de tu familia... es hora de hablar de negocios.

Se dirigió a una caja fuerte oculta en la pared y sacó un único archivo, más grueso que la carpeta de beca, sellado con un sello de cera rojo.

—Este es un expediente clasificado. Nunca existió. Nunca lo viste. Contiene la verdad no reportada del Caso Alpha. Los datos brutos y la secuencia de negligencia que me obligó a actuar como actué.

Cassian deslizó el expediente hacia ella, el sello de cera crujiendo sobre la madera.

—Tu proyecto principal no es el paciente Silencioso. Tu proyecto es investigar la verdadera causa del 'Caso Alpha'. El paciente Silencioso es la clave. Él está conectado al hombre que orquestó nuestra caída y la crisis en la universidad de tu hermana. Usa el caso actual como fachada para encontrar a la sombra.

Elara se inclinó, tomando el expediente. El papel se sentía frío y pesado en sus manos. Ahora entendía la nota anónima. El guardián de una verdad silenciada no era Cassian, era este expediente.

—¿Quién es la sombra? —preguntó Elara.

—Lo sabrás cuando lo veas. Es el poder detrás del Dr. Thorne. Un nombre más grande, ¿no es así? —Cassian la desafió, como si supiera de la nota.

Elara sintió que el odio se reordenaba en sus venas, transformándose en una determinación helada. Cassian le estaba dando la oportunidad de usar su conocimiento no solo para salvar su carrera, sino para exponer la verdad, el único camino para redimir sus cinco años de exilio.

—Acepto el proyecto —declaró Elara, sin parpadear.

—Bien. Ahora estás oficialmente a bordo. Pero recuerda, Elara, una traición más, y no habrá beca ni carrera que te salven. Estás jugando a mi lado, pero bajo mis reglas.

Elara sostuvo el expediente firmemente, sus ojos fijos en los de él.

—No juego a tus lados, Dr. Rhodes. Solo juego a salvarme a mí misma. Y la única regla es la verdad.

Cassian asintió, una chispa indescifrable en su mirada. Era una mezcla de alivio y una advertencia brutal.

—Ahora vete. Y empieza a leer. Tienes mucho trabajo que hacer antes del amanecer.

Elara se dio la vuelta, el expediente clasificado bajo su brazo, sintiendo el peso de la lealtad equivocada de Cassian y la amenaza de un enemigo invisible. La convocatoria de medianoche había terminado. La guerra silenciosa acababa de empezar, y por primera vez en cinco años, ella y Cassian estaban en la misma trinchera.

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