Mundo ficciónIniciar sesiónLa nota anónima, hecha una bola arrugada en el fondo de mi bolsillo, se siente como un cristal roto. He pasado la tarde en el cubículo, sintiéndome observada, una mosca atrapada bajo su microscopio. La "sombra" que menciona la nota me obliga a ver a Cassian no como el villano solitario, sino como el guardián de una verdad silenciada, un peón poderoso. La paranoia es un escalofrío constante.
A las once y cincuenta y cinco de la noche, el teléfono de escritorio zumba, un sonido violento en el pasillo vacío. Jefatura de Cirugía. Rhodes. Aprieto mis llaves. Es una clara demostración de poder: obligarme a subir a su despacho, en su horario y su espacio. Subo la escalera de mármol pulido, sintiendo la humillación de la obediencia en cada peldaño. El piso ejecutivo es silencio. Alfombras gruesas. Iluminación tenue. La puerta del despacho de Cassian está entreabierta. Él está de pie. Mirando por los grandes ventanales, su perfil es una silueta inmutable de poder contra la cuadrícula de luces de la ciudad. La oficina es amplia, madera oscura y acero pulido; un reflejo de su mente quirúrgica: precisa, cara, fría. —Dr. Rhodes. Son casi las doce —Digo, deteniéndome en el umbral. No me muevo más. Cassian se gira. Lento. Sus ojos miel me atrapan con una intensidad que me hace temblar, un temblor que no es miedo, sino el recuerdo físico de su cercanía. Lleva la corbata aflojada, el único indicio de que este hombre ha estado trabajando hasta el agotamiento. —Pasa, Elara. Y cierra la puerta. Lo que tengo que decirte no es apto para los oídos de un hospital. —Me ordena, y el uso de mi nombre de pila en este contexto tan cargado es una intromisión. Obedezco. El silencio se hace pesado, roto solo por el murmullo distante del tráfico. Cassian no ofrece asiento. Se dirige a un archivador lateral y saca una carpeta delgada, color crema. La reconozco con un escalofrío: el diseño del comité de admisiones de la Universidad de Bellas Artes. La lanza sobre el escritorio de caoba. Se desliza hasta detenerse justo ante mis dedos. Un punto de contacto forzado. —Reconoces esto, ¿verdad? —Su voz es un tono bajo, peligroso. Miro la pestaña: Diana Vance. Mi hermana. —Es... es la solicitud de beca de mi hermana —logro articular. ¿Cómo tiene esto? Diana no aplicó aquí. —Correcto. La solicitud que tu hermana presentó el semestre pasado. Sus referencias académicas eran mediocres, pero su portafolio era excelente, y tu cuenta bancaria era el único respaldo real que tenía para su manutención. Me tenso, lista para defender a mi familia. —Yo me hice cargo de Diana. No necesito tu juicio. Cassian se acerca al escritorio. Se inclina sobre la superficie pulida, invadiendo mi espacio de seguridad. El aroma a sándalo me golpea, familiar y doloroso. Susurra las palabras con una furia contenida. —Tú la salvaste con tu dinero, Elara —escupió Cassian, sus ojos fijos en los míos, obligándome a sostener su mirada—. Yo la salvé con mi influencia. Siento el impacto físico de sus palabras. ¿De qué demonios está hablando? —Diana fue rechazada inicialmente. El comité de admisiones de la universidad de artes fue presionado por un donante importante que quería la plaza para su nieta. Tu hermana estaba fuera, humillada. Yo moví los hilos. Hablé con la junta, mencioné donaciones hospitalarias futuras y me aseguré de que esa plaza volviera a tu hermana. Nadie, ni siquiera Diana, lo sabe. Me quedo sin aliento. Mi mente gira, incrédula. Cassian, el hombre que creí que me había destruido por egoísmo, arriesgó su posición para asegurar el futuro de mi hermana. —¿Por qué? —Mi voz está llena de una duda que supera mi resentimiento. —¿Quién es el verdadero villano, Elara? —La pregunta es el gancho, la falsa elección que me desarma—. ¿Yo, el hombre que la protegió silenciosamente mientras tú me odiabas? ¿O el sistema que intenta aplastar a cualquier Vance que intente ascender? Dime, ¿valió la pena mi humillación pública para darle a tu hermana un futuro? Mi narrativa de víctima se desmorona. Si él no fue el ejecutor primario de mi traición, sino un cómplice obligado, entonces mi odio ha estado mal dirigido. En ese momento, mientras el aire vibra con su confesión silenciosa, la memoria irrumpe, una brecha en la frialdad de su oficina. Cinco años atrás. En un viejo parque, lejos de la presión. Sentados en un banco. Yo trazando diagramas complejos sobre la corteza de un árbol con una rama, explicándole mi teoría sobre la neuroplasticidad. Mis ojos brillando de ambición. Me giro hacia él, mis dedos manchados de tierra y corteza. “Algún día, Cassian,” le digo, “vamos a reescribir estos libros. Juntos.” Cassian ríe. Toma mis manos y las besa. El sabor de la tierra en sus labios. La paz es absoluta. El futuro, sin enemigos. Solo él y yo, dos mentes unidas. Parpadeo, volviendo a la medianoche fría. Elara me mira con los ojos llenos de confusión y dolor. Cassian endurece su expresión, como si leyera la duda en mis ojos y supiera que me he ablandado. Usa la rabia profesional como un escudo. —Ahora que entiendes lo que está en juego: lealtad, sacrificio, el futuro de tu familia... es hora de hablar de negocios. Se dirige a una caja fuerte oculta en la pared. Saca un único archivo, más grueso que la carpeta de beca, sellado con cera roja. Un escalofrío me recorre: ese es el sello de la verdad. —Este es un expediente clasificado. Nunca existió. Nunca lo viste. Contiene la verdad no reportada del Caso Alpha. Los datos brutos y la secuencia de negligencia que me obligó a actuar como actué. Cassian desliza el expediente hacia mí. —Tu proyecto principal no es el paciente Silencioso. Tu proyecto es investigar la verdadera causa del 'Caso Alpha'. El paciente Silencioso es la fachada para encontrar a la sombra. Me inclino, tomando el expediente. El papel se siente frío y pesado en mis manos. —¿Quién es la sombra? —pregunto, sintiendo el odio reordenarse en mis venas, transformándose en una determinación helada. —Lo sabrás cuando lo veas. Es el poder detrás del Dr. Thorne. Un nombre más grande, ¿no es así? —Cassian me desafía, como si supiera de la nota anónima. Sostengo el expediente firmemente. Cassian me está dando la oportunidad de exponer la verdad. El único camino para redimir mi exilio de cinco años. —Acepto el proyecto —declaro, sin parpadear. —Bien. Ahora estás oficialmente a bordo. Pero recuerda, Elara, una traición más, y no habrá beca ni carrera que te salven. Estás jugando a mi lado, pero bajo mis reglas. Lo miro fijamente. —No juego a tus lados, Dr. Rhodes. Solo juego a salvarme a mí misma. Y la única regla es la verdad. Cassian asiente, una chispa indescifrable en su mirada. Es una mezcla de alivio y una advertencia brutal. —Ahora vete. Y empieza a leer. Tienes mucho trabajo que hacer antes del amanecer. Doy la vuelta, el expediente clasificado bajo mi brazo, sintiendo el peso de la lealtad equivocada de Cassian y la amenaza de un enemigo invisible. La guerra silenciosa acaba de empezar, y por primera vez en cinco años, él y yo estamos en la misma trinchera.






