El salón de baile del St. Jude's es una jaula de cristal. El aire huele a hipocresía y a perfume caro. Mi simple vestido de seda negro se siente como un cebo. Cassian me trajo aquí como una exhibición, la infame exiliada ahora bajo su protección. La clave, me dijo esa tarde con frialdad despersonalizada, es el aburrimiento. Sonríe, asiente, bebe agua.
Me muevo entre los invitados, sintiendo el peso de sus miradas, de su curiosidad. Busco la llave de su cajón en mi mente, pero en la realidad, busco una pista, un descuido, una conversación.
Cassian está del otro lado del salón. Es un depredador en un esmoquin que acentúa su físico implacable. Se mueve con la confianza de un anfitrión, compartiendo bromas secas con la Junta. Me evita deliberadamente, dándome un asentimiento cortés cuando nuestros caminos se cruzan cerca de la mesa de bebidas, tratándome con la misma distancia que a cualquier becaria. Control. Lo veo. Él me controla.
—Doctora Vance. Veo que se ha unido a nosotros. Es