La imagen de la cicatriz en la sien de la hermana de Cassian era un veneno lento en la mente de Elara. La revelación no había curado su odio, sino que lo había complicado, mutándolo en una mezcla inestable de resentimiento profesional y la insoportable duda emocional. Si Cassian había actuado por desesperación familiar, su traición se transformaba de un acto de ambición pura a un sacrificio desgarrador. Y eso era peor. Una ambición podía perdonarse; un amor que se auto-sacrifica para salvar a un familiar, destruyendo a la mujer que amaba en el proceso, era una herida que jamás sanaría.
Se encontraba sola en el laboratorio de microcirugía asignado al Proyecto Silencioso, forzada a revisar la compleja secuencia genética que desencadenaba el temido pico invertido del Caso Alpha. El aire frío del hospital no lograba apagar el calor que le subía por el cuello. Sus dedos, normalmente firmes, jugueteaban con el cable de un microscopio.
En un estante, un pequeño recipiente de vidrio contenía agujas de sutura de oro, casi invisibles a simple vista. Eran extremadamente caras, diseñadas para la neurocirugía más delicada. Elara sabía por experiencia que solo Cassian usaba ese tipo de material, obsesionado con la perfección infinitesimal.
Al tocar el vidrio frío, sus nudillos se pusieron blancos. El tacto la transportó violentamente cinco años atrás.
No era el frío metálico de un quirófano, sino el calor íntimo del viejo apartamento de Cassian cerca de la universidad, iluminado por la luz ámbar de una lámpara de escritorio. Era pasada la medianoche. La ciudad dormía, pero ellos estaban despiertos, envueltos en la quietud de una ambición compartida. Cassian y ella estaban hombro con hombro, inclinados sobre una almohadilla de práctica de tejido sintético, ensayando la micro-anastomosis que, esperaban, revolucionaría el tratamiento de las condiciones nerviosas raras.
Cassian sostenía el microscopio binocular, su respiración suave y constante sobre su oído. Elara recordaba el fino roce de su barba de tres días contra su mejilla, la única distracción de su concentración absoluta.
—Sujeta más firme, Elara —susurró Cassian, su mano cálida y grande cubriendo la suya sobre el instrumental. No era un gesto de dominio, sino de enseñanza, de guía.
Ella sintió la presión de sus dedos fuertes, dirigiendo el suyo. Era una lección de anatomía íntima: sus huesos, sus músculos, sus nervios, aprendiendo el mapa del cuerpo del otro a través de la medicina. En ese momento, sus manos no eran dos entidades, sino una extensión perfectamente coordinada, moviéndose con la precisión de un reloj suizo.
—La angulación es clave —murmuró ella, su voz ronca por el cansancio y la excitación—. Si no logramos la curva exacta, el flujo será errático.
—Lo lograremos —prometió él, y esa promesa no solo se refería a la sutura, sino a toda su vida profesional conjunta—. Lo lograremos porque trabajamos como una sola mente. Dos bisturís, un corazón.
Elara sintió un calor inconfundible, una mezcla de orgullo intelectual y profunda intimidad. El olor a sándalo y vetiver de su colonia, que se adhería al algodón de su camiseta, era la fragancia de su futuro. Era el olor de la excelencia y de una casa que construirían juntos, paso a paso, sutura a sutura.
Ella alzó la vista, y sus ojos miel se encontraron con los de él. No había necesidad de diálogo. En ese cruce de miradas estaba la promesa de que, sin importar cuán despiadado fuera el mundo médico, ellos dos siempre estarían en el mismo equipo. La confianza era una barrera irrompible.
Cassian retiró la mano, permitiéndole terminar la última puntada sola. Elara sintió la pérdida de su calor de inmediato, pero la precisión de su trabajo era impecable. Había terminado. Era la técnica perfecta que se convertiría en el precursor del Protocolo Delta 3.
Cassian sonrió, una sonrisa genuina que arrugaba las esquinas de sus ojos. En lugar de celebrar el logro médico, se inclinó y la besó en la frente, un beso de propiedad y admiración.
—Lo tienes. Eres la mejor. Mañana presentaremos la propuesta de beca al comité —dijo él.
Elara asintió, su corazón latiendo con euforia. Se levantó para recoger sus cosas, y entonces lo vio.
En el rincón más alejado del escritorio, debajo de una pila de publicaciones médicas, había un sobre de manila grueso, sin sellar, pero doblado. No era un documento de investigación. Estaba dirigido, con una letra que Elara reconocía demasiado bien, al Comité de Ética y Credenciales del Hospital St. Jude's.
Una carta de denuncia.
Elara se acercó, la mano temblándole mientras rozaba el borde del papel. Su mente se negó a procesarlo. ¿Una carta de denuncia? ¿A quién?
Antes de que pudiera abrirlo, Cassian se puso rígido, su sonrisa se evaporó.
—¡No toques eso! —ordenó con una voz que la hizo retroceder, una voz que nunca le había dirigido. Él agarró el sobre y lo guardó bajo llave en un cajón.
—¿Qué es eso, Cassian? —preguntó ella, la euforia reemplazada por un frío terror.
—Nada. Es trabajo. Documentos de un colega. Olvídalo.
Pero ella ya lo había visto. La palabra "negligencia" asomaba por una esquina arrugada. La noche se disolvió. La confianza se hizo añicos.
Elara se vio a sí misma huyendo del apartamento, ignorando sus gritos y sus súplicas para que escuchara. Ella no necesitó escuchar más. La carta estaba allí, lista para ser enviada, la prueba de que su mentor y amante estaba conspirando contra alguien, utilizando tácticas sucias. O, como descubrió al día siguiente cuando su propio nombre apareció en la lista de investigados, estaba conspirando contra ella.
Elara parpadeó, volviendo violentamente a la luz fluorescente del laboratorio. El bisturí de oro en el recipiente parecía una burla. Su palma estaba empapada en sudor. El flashback era un arma de doble filo: le recordaba el amor puro, solo para hacer más aguda la puñalada de la traición.
El hombre de la cicatriz en la sien de su hermana era el mismo hombre que había escondido una denuncia letal. ¿Una mentira para proteger a su familia? ¿O una máscara para protegerse a sí mismo?
Decidió ir a la cafetería para tomar un café antes de sumergirse de nuevo en los archivos de Cassian. Al cerrar su cubículo, Elara se dirigió a su casillero en la sala de descanso de residentes.
Al abrir la puerta metálica, un sobre blanco y barato cayó al suelo. No tenía remitente ni destinatario. Solo su nombre, escrito a mano con una caligrafía áspera.
Elara se arrodilló, recogiendo el papel con cautela, sus instintos de supervivencia activados por el ambiente paranoico de St. Jude's. Desdobló la hoja, y las palabras, escritas con tinta negra y fría, la golpearon como un puñetazo en el estómago:
Él no te salvó. Solo retrasó el golpe. Hay un nombre más grande en esta historia, Dra. Vance. Él solo es el guardián de una verdad silenciada.
Elara sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. Esta carta no venía de Cassian, sino de alguien que sabía exactamente lo que había pasado hace cinco años. El anónimo invalidaba el breve momento de empatía que había sentido por la hermana de Cassian. Si Cassian solo "retrasó el golpe," significaba que él sí estaba involucrado en su caída, pero no era el autor intelectual.
Conflicto de Identidad/Giro: Elara se dio cuenta de que no había dos jugadores en este juego, sino tres. Cassian era solo una pieza, poderosa pero controlada. El conflicto ya no era solo un romance de segunda oportunidad cargado de odio; era una lucha por su reputación contra una amenaza externa, un poder superior que había usado a Cassian para deshacerse de ella.
Apretó el papel en su puño. Elara Vance ya no estaba luchando solo por limpiar su nombre; estaba luchando contra la sombra que los había destrozado a ambos. Y para encontrar esa sombra, tendría que confiar en la única persona que había estado en el centro de la tormenta: Cassian Rhodes.