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Capítulo 3: La Cicatriz de la Traición

La cicatriz en la sien de Valeria es un veneno lento en mi mente. Me quema. No ha curado mi odio; lo ha vuelto inestable. Si Cassian actuó por desesperación familiar, su traición muta de ambición pura a un sacrificio horrible. Y esa duda es peor. Una ambición la perdono; un amor que te destruye para salvar a un familiar es una herida que no cerrará.

​Estoy sola en el laboratorio de microcirugía, obligada a revisar la compleja secuencia genética que desencadena el temido pico invertido del Caso Alpha. El aire frío del hospital no logra apagar el calor que me sube por el cuello. Mis dedos, normalmente firmes, juguetean con el cable de un microscopio. No puedo concentrarme.

​Mis ojos caen en un estante. Un pequeño recipiente de vidrio contiene agujas de sutura de oro, casi invisibles. Carísimas. Diseñadas para la neurocirugía más delicada. Solo él usaba ese material, obsesionado con la perfección infinitesimal.

​Toco el vidrio frío. Mis nudillos se ponen blancos. El tacto me transporta. Un latigazo violento.

​No es el frío metálico de un quirófano.

​Es el calor íntimo del viejo apartamento de Cassian, iluminado por la luz ámbar de una lámpara de escritorio. Pasada la medianoche. La ciudad duerme, pero nosotros estamos despiertos. La quietud es nuestra ambición compartida. Estamos hombro con hombro, inclinados sobre una almohadilla de práctica de tejido sintético, ensayando la micro-anastomosis. La técnica que, sabíamos, revolucionaría el futuro.

​Siento su respiración suave y constante sobre mi oído. El fino roce de su barba de tres días contra mi mejilla es la única distracción de mi concentración absoluta.

​—Sujeta más firme, Elara —susurra Cassian. Su voz es ronca, baja. Su mano es cálida y grande, cubriendo la mía sobre el instrumental.

​Siento la presión de sus dedos fuertes, dirigiendo los míos. Es una lección de anatomía íntima: sus huesos, mis músculos, nuestros nervios, aprendiendo el mapa del cuerpo del otro a través de la medicina. En ese momento, nuestras manos no son dos entidades. Son una extensión perfectamente coordinada, moviéndose con la precisión de un reloj suizo.

​—La angulación es clave —murmuro, mi voz apenas un jadeo por el cansancio y la excitación—. Si no logramos la curva exacta, el flujo será errático.

​—Lo lograremos —promete él. Y esa promesa no se refiere solo a la sutura. Se refiere a toda nuestra vida. —Lo lograremos porque trabajamos como una sola mente. Dos bisturís, un corazón.

​Siento un calor inconfundible. Es una mezcla ardiente de orgullo intelectual y profunda intimidad. El olor a sándalo y vetiver, adherido al algodón de su camiseta, es la fragancia de mi futuro. El olor de la excelencia y de una casa que construiremos juntos.

​Alzo la vista. Sus ojos miel se encuentran con los míos. No hay necesidad de diálogo. En ese cruce de miradas está la promesa: sin importar cuán despiadado sea el mundo médico, nosotros dos siempre seremos un equipo. La confianza es una barrera irrompible.

​Cassian retira la mano. Siento la pérdida de su calor de inmediato, pero la precisión de mi trabajo es impecable. Terminé. La técnica perfecta que se convertiría en el precursor del Protocolo Delta 3.

​Cassian sonríe. Es una sonrisa genuina que arruga las esquinas de sus ojos. Se inclina y me besa en la frente. No es un beso tierno, es de propiedad y admiración.

​—Lo tienes. Eres la mejor. Mañana presentaremos la propuesta de beca al comité —dice.

​Asiento, mi corazón latiendo con euforia. Me levanto para recoger mis cosas. Y entonces lo veo.

​En el rincón más alejado del escritorio, bajo una pila de publicaciones, un sobre de manila grueso. No está sellado. Está dirigido, con una letra que reconozco demasiado bien, al Comité de Ética y Credenciales de St. Jude's.

​Una carta de denuncia.

​Mi mano tiembla al acercarme. ¿Una carta de denuncia? ¿A quién? Mi mente se niega a procesarlo.

​¡No toques eso!

​El grito de Cassian me hace retroceder. Es una voz que nunca me había dirigido. Él agarra el sobre con una violencia que me asusta y lo guarda bajo llave en un cajón.

​—¿Qué es eso, Cassian? —pregunto, la euforia reemplazada por un frío terror.

​—Nada. Es trabajo. Documentos de un colega. Olvídalo.

​Pero ya lo vi. La palabra "negligencia" asomaba por una esquina arrugada. La noche se disuelve. La confianza se hace añicos.

​Me veo huyendo de su apartamento, ignorando sus gritos y súplicas. No necesito escuchar más. La carta estaba allí. Lista. La prueba de que mi mentor, mi amante, estaba conspirando contra alguien. Y al día siguiente, mi propio nombre apareció en la lista de investigados.

​Parpadeo. Vuelvo a la luz fluorescente del laboratorio. El bisturí de oro en el recipiente es una burla. Mi palma está empapada en sudor. El flashback es un arma de doble filo: me recordó el deseo puro, solo para hacer más aguda la puñalada de la traición.

​El hombre que tiene la cicatriz de su hermana es el mismo hombre que escondió esa denuncia letal. ¿Una mentira para proteger a su familia? ¿O una máscara para protegerse a sí mismo?

​Me dirijo a mi cubículo. Tengo que salir de aquí.

​Al abrir la puerta metálica de mi casillero, un sobre blanco y barato cae al suelo. No tiene remitente ni destinatario. Solo mi nombre, escrito a mano con una caligrafía áspera.

​Me arrodillo, recogiendo el papel con cautela. Mis instintos de supervivencia se activan por el ambiente paranoico de St. Jude's. Desdoblo la hoja. Las palabras, en tinta negra y fría, me golpean:

​Él no te salvó. Solo retrasó el golpe. Hay un nombre más grande en esta historia, Dra. Vance. Él solo es el guardián de una verdad silenciada.

​Siento que el suelo se hunde bajo mis pies. La respiración se me corta. Esto no viene de Cassian. Viene de alguien que sabe todo lo que pasó hace cinco años. El anónimo invalida el breve momento de empatía que sentí por Valeria.

​Si Cassian solo "retrasó el golpe," él sigue siendo culpable. Pero si hay un "nombre más grande," él es también una víctima controlada.

​Aprieto el papel en mi puño. Ya no hay dos jugadores en este juego, sino tres. Cassian es solo una pieza, poderosa pero controlada. El conflicto ya no es un romance cargado de odio. Es una lucha contra una sombra externa, un poder superior que usó a Cassian para deshacerse de mí.

​Mi objetivo cambia. Ya no lucho solo por limpiar mi nombre; lucho contra la sombra que nos destrozó a ambos. Y para encontrar esa sombra, tendré que confiar en la única persona que ha estado en el centro de la tormenta: Cassian Rhodes. Mi enemigo, mi único aliado. Y el único hombre cuyo tacto aún recuerdo.

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