Camila tiene 22 años, una mente aguda, una lengua afilada y un cuerpo que aún no ha sido amado con verdadera hambre. Estudia derecho, vive sola y se mantiene enfocada en sus metas, evitando a toda costa distracciones emocionales o aventuras pasajeras. Hasta que aparece Julián: un hombre de 45 años, elegante, seguro, con una mirada que no pide permiso… la toma. Es el mejor amigo de su padre. Un hombre que no debería verla como lo hace. Y, sin embargo, lo hace. Desde el primer instante, Julián la observa como si pudiera desnudarla con la mirada. Como si supiera exactamente qué botones presionar para despertar en ella deseos que siempre había controlado… hasta ahora. Lo que comienza como una tensión silenciosa se transforma en un juego peligroso, donde cada encuentro casual está cargado de insinuaciones, cada palabra tiene un doble sentido, y cada roce accidental enciende el fuego. Camila sabe que está mal. Él es demasiado mayor. Demasiado cercano a su familia. Demasiado prohibido. Pero hay algo en la forma en que él la domina sin tocarla. En cómo la hace temblar solo con una mirada. En cómo la trata como una mujer… no como una niña. Seducida por lo prohibido es una historia de deseo creciente, de límites cruzados, de erotismo sin censura y emociones intensas. Un viaje donde la atracción no pide permiso, y el placer se convierte en una adicción peligrosa. Porque a veces, lo más prohibido… es precisamente lo que más deseas.
Leer másCamila tenía 22 años. Independiente, ambiciosa, estudiante de derecho. No creía en cuentos de hadas ni en romances de novela… hasta que conoció a Julián.
Lo conoció un domingo. Ella fue a visitar a su padre, como cada semana. Desde que vivía sola, trataba de no perder ese hábito. Llegó con una torta de manzana en la mano y el cabello recogido en un moño flojo. Llevaba puesto un vestido negro sencillo, corto, de tirantes delgados. Nada llamativo… o eso pensaba ella. —Camila, ven, quiero presentarte a un gran amigo —dijo su padre desde la terraza—. Julián, esta es mi hija. Ella levantó la vista… y ahí estaba. Alto, con el cabello salpicado de canas, una camisa blanca arremangada, reloj de correa negra, whisky en mano y una mirada de esas que incomodan… pero que no quieres dejar de sentir. —¿Tú debes ser Camila? —preguntó él, sonriendo sin pudor mientras la recorría con la mirada, de forma sutil, pero lo bastante lenta como para que ella lo notara. —Sí. ¿Y tú? ¿El mejor amigo de mi papá? —respondió, alzando una ceja, fingiendo seguridad, aunque sentía las piernas temblarle. Julián tenía 45 años. Canas bien distribuidas, una piel bronceada por el sol, barba de dos días y una voz grave, pausada, como si no tuviera prisa por nada. Era abogado, viudo, sin hijos. Y con una presencia que llenaba la habitación. Durante la comida, Camila se sentó frente a él. Cada tanto, sentía su mirada sobre ella. No era descarada, pero sí firme. Como si no solo la viera, sino que la analizara. Que imaginara. Y ella, para su sorpresa, le respondía con pequeños gestos: una sonrisa de medio lado, una mirada sostenida unos segundos más de la cuenta, un cruce de piernas lento… sin saber muy bien por qué lo hacía. O tal vez sí. Julián despertaba algo que no había sentido con ningún chico de su edad. Él no la buscaba. La desafiaba. Sin decirlo. Después del almuerzo, su padre se quedó dormido viendo un partido en el sillón. Camila fue a la cocina por agua. Abrió el refrigerador, tomó una botella, y al girarse… lo encontró ahí. De pie, en la entrada. Observándola. No dijo nada al principio. Solo la miró. —Tu papá no me dijo que eras tan… brillante —dijo finalmente. No sonaba como un cumplido superficial. Era más bien una afirmación peligrosa. Ella alzó una ceja. —¿Y tú no pareces tan viejo como lo pintan? Julián sonrió, acercándose unos pasos. Cada uno, medido. Intencional. —¿Sabes lo que más me gusta de ti? —preguntó. Camila negó, sin apartar la mirada. —Que no bajas la cabeza. No te asustas fácil. Eso es peligroso… y excitante. Se detuvo frente a ella. Cerca. Tan cerca que podía oler su colonia, sentir el calor de su cuerpo. No la tocó. Pero la miró como si lo estuviera haciendo. —¿Siempre hablas así con las hijas de tus amigos? —preguntó ella, bajando la voz. El tono entre desafiante y rendido. —No. Solo con las que me provocan. —Su respuesta fue un susurro cargado de intención. Camila sintió el pulso latiéndole entre las piernas. No sabía si estaba coqueteando o jugando con fuego. Tal vez las dos. Pero no podía alejarse. —Esto no está bien —murmuró, con un nudo caliente en la garganta. —Exacto —dijo él, antes de inclinarse levemente. Rozó su cabello con los labios, como si lo oliera. No la besó. No la tocó. Solo la envolvió en su presencia… y se fue. La dejó ahí. Temblando. Con las manos aferradas a la botella de agua como si le diera equilibrio. Con las piernas húmedas y una pregunta que no quería hacerse en voz alta: ¿Qué pasaría si cedía? Esa noche, no pudo dormir. Se bañó con agua fría. Se acostó temprano, pero su mente no paraba. Cerraba los ojos y recordaba el tono de su voz, la cercanía, ese calor inexplicable que solo él había sabido provocarle sin siquiera tocarla. Se metió la mano entre las piernas sin culpa. Se tocó despacio, mordiéndose los labios, pensando en Julián. En su voz. En sus manos grandes. En cómo sería tenerlo encima, dentro. No era una fantasía romántica. Era carnal. Urgente. Desesperada. El orgasmo la sorprendió en menos de un minuto. Y aun así, no se sintió aliviada. Al día siguiente, se prometió a sí misma que era una tontería. Que no pasaría de ahí. Que solo había sido una fantasía, una reacción química. Nada más. Pero al abrir su W******p, encontró un mensaje desconocido. "Me alegra saber que no eres tan inocente como aparentas. —J" Su corazón se detuvo un segundo. No le había dado su número. Ni siquiera sabía que él tenía su contacto. Camila tragó saliva. Respondió solo con dos palabras: "¿Y si lo fuera?" Él tardó unos segundos en responder. "Entonces me tomaría mi tiempo para corromperte como mereces." Y ahí, lo supo. Ese juego recién comenzaba. Y ella no tenía ninguna intención de detenerlo.Camila no salió de su habitación durante tres días. Apenas comía. Apenas dormía. Las paredes parecían cerrarse sobre ella. El recuerdo de Julián, de su lengua en su piel, de su cuerpo arrodillado frente a ella, la perseguía en cada rincón. Y sobre todo… el rostro de su padre, partido en dos entre la traición y el dolor.Julián había desaparecido. Se había ido sin decir nada más. Como si nunca hubiera existido entre esas paredes. Como si el fuego que compartieron no hubiera dejado cenizas tras de sí.Pero para Camila, ardía todavía.Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Julián también se refugiaba en el silencio. Había vuelto a su antiguo departamento. Sucio, con cajas a medio desempacar. El aire olía a abandono. Como él.No contestaba llamadas. No revisaba mensajes. Solo bebía. Daba largos paseos en su moto sin rumbo. Hacía todo lo posible por no pensar en ella… y fracasaba cada maldito segundo.Hasta que alguien tocó su puerta.Era Elisa.La había amado años atrás, mucho antes
El día se sintió más largo que de costumbre. Julián apenas la miraba, fingiendo estar ocupado todo el tiempo. Camila lo observaba desde la ventana, con el pecho apretado, tragándose los celos que le ardían como fuego bajo la piel.Había pasado apenas una semana desde la noche en que se entregaron por completo. Y desde entonces, él se había vuelto una sombra: presente, pero lejano. Cada vez que ella se acercaba, él desviaba la mirada, como si nada hubiera pasado. Como si su lengua no la hubiera hecho gritar su nombre, como si no se hubieran fundido hasta el alma.Y lo peor no era el silencio. Lo peor era ver cómo se reía con otras. Cómo le sonreía a la nueva empleada del jardín, una joven de curvas fáciles y voz suave. Camila la detestaba sin razón lógica, solo porque Julián le hablaba sin ese peso de culpa que le reservaba a ella.Esa tarde no aguantó más.Esperó que su padre saliera al pueblo, y cuando la casa quedó en silencio, bajó las escaleras decidida. Julián estaba en el garaje
La mañana llegó como un puñetazo silencioso. El sol se filtraba por las cortinas cerradas, iluminando los rastros de una noche que jamás podrían borrar. El cuerpo de Camila aún sentía el peso de Julián. La forma en que la había poseído, como si su deseo hubiera esperado años para desatarse… y luego, lo hizo sin piedad.Él ya no estaba a su lado cuando abrió los ojos.Solo quedaba el hueco en la cama y el aroma de él en las sábanas.Camila se sentó con las piernas temblorosas. El entrepierna adolorida, su piel marcada por sus dedos, por su boca, por todo. Se miró en el espejo: ojeras, labios hinchados, el cabello hecho un desastre. No parecía culpable. Parecía viva.Y sin embargo… el silencio la asfixiaba.Se duchó rápido, esperando verlo. En la cocina. En el pasillo. En cualquier rincón de la casa.Pero no apareció.Durante el desayuno, su padre la miró como siempre. Nada parecía haber cambiado para él. Nadie más sabía. Nadie más sospechaba. Y eso era peor. Porque el secreto ahora pes
La noche era espesa, húmeda. Las paredes de la vieja casa apenas contenían el calor. Camila esperaba recostada en la cama, solo con una camiseta fina que dejaba ver los pezones endurecidos por la ansiedad. Debajo, nada. Su piel ardía sin que nadie la tocara, porque sabía que esta vez no habría frenos. Ya no más palabras. Ya no más barreras.Julián abrió la puerta sin tocar. Cuando la vio ahí, esperándolo, se quedó de pie unos segundos. Solo respiró. La puerta se cerró tras él con un leve clic. No dijo nada. No hacía falta.—Ciérrale el paso al mundo —le susurró Camila.Y él obedeció.Caminó hasta ella sin prisa, pero con la mirada prendida fuego. Se arrodilló frente a la cama y metió la cabeza entre sus muslos, sin pedir permiso. Su lengua rozó su clítoris como si lo conociera desde siempre. No la besó. La devoró. Como si el sabor de ella fuese la única cosa real.Camila gimió sin contenerse. Se arqueó, hundió los dedos en su cabello, lo empujó contra sí. Julián gemía también, con la
Camila no durmió esa noche.Las palabras retumbaban en su cabeza como un eco molesto: “no soy digno de ella”, “daño”, “una chica más joven”. No había escuchado todo, pero lo suficiente para sentirse confundida, molesta... usada.A la mañana siguiente, mientras el resto de la familia desayunaba entre risas y sobras de pastel, Camila bajó con el corazón en el pecho. Julián estaba ahí, sentado al lado de su padre, fingiendo normalidad. Cuando ella entró en la cocina, sus ojos se encontraron. Y por primera vez... él desvió la mirada.Eso la rompió.Esperó. Aguantó. Pero apenas tuvo oportunidad, lo tomó del brazo con fuerza y lo arrastró fuera, al jardín trasero, donde nadie los viera.—¿Qué escuchaste? —fue lo primero que él dijo, apenas quedaron solos.—Lo suficiente —respondió Camila, cruzada de brazos, la furia contenida en sus pupilas—. Suficiente para saber que no soy la primera chica joven que se cruza en tu camino.—Camila…—¿Qué soy para ti? ¿Un recuerdo? ¿Una repetición? ¿Un erro
El silencio de la casa contrastaba con el bullicio del cumpleaños de horas antes. La abuela dormía, los primos se habían ido, y el padre de Camila lavaba lentamente las copas en la cocina. Julián había intentado marcharse temprano, pero no pudo. El padre de Camila se lo impidió con una frase seca:—Quédate un momento. Necesito hablar contigo.Julián asintió, aunque sintió el peso de esas palabras en el estómago.Ahora estaban en el porche trasero, apenas iluminado por una farola vieja. El aire olía a tierra húmeda y a tensión. El padre de Camila cruzó los brazos, observándolo fijamente.—¿Desde cuándo?Julián fingió no entender.—¿Desde cuándo qué?—No te hagas el idiota. ¿Desde cuándo la miras como hombre y no como la hija de tu amigo?Julián bajó la mirada.—No pasó nada.—No te pregunté eso —interrumpió—. Te pregunté desde cuándo.El silencio respondió por él. El padre de Camila negó con la cabeza y se pasó la mano por el rostro.—La conoces desde que era una niña, Julián.—No es u
Último capítulo