Mariana Martínez, tenía mucho que demostrarse a sí misma, por lo que decidió dejar atrás todo lo que la caracterizaba, para poder dedicar su vida al servicio de los demás, pero aquella meta personal por desgracia no podría llevarse a cabo en medio de una disputa territorial entre fuerzas armadas. Como medico, su vocación le indica quedarse y auxiliar a los que la necesitan, pero su instinto de supervivencia la hará tropezar con un joven mercenario de origen italiano que fue contratado para hacer de ese pueblo un infierno. Alessandro Benedetti, mejor conocido como Alec. Él, que se enorgullece de ser un hombre frío, calculador, cruel y sin compasión, queda prendido de la sencillez y de la belleza de Mariana, pero ya que la orden es no permitir que nadie en ese lugar salga con vida, Alessandro no tendrá más remedio que romper sus propios principios para salvar su vida, con el riesgo de que puede perder la suya.
Leer másAlessandro no sintió nada cuando vio que el hombre que lo había contratado le había disparado en la cabeza a una joven de dieciséis años después de abusar de ella. Su padre, quien lo había entrenado para aprender su oficio, le había enseñado que debía enfriar sus emociones para ser excepcional en su trabajo y así lo había hecho.
Él ya no podía sentir nada al ver una injusticia, no sentía miedo, y menos compasión por nadie. Su lealtad era de aquel que pudiera pagar por sus servicios, sin importar el tipo de persona que fuese.
Alzo una ceja al ver la sonrisa de satisfacción de ese mal nacido que se había obsesionado con la joven, aquel era un rico hacendado colombiano que había obtenido su número de contacto gracias a un empresario peruano que había sido su cliente dos años atrás. Alessandro aceptaba cualquier trabajo sin importar el lugar, las condiciones o quienes fuesen los afectados mientras sus clientes cumplieran su tarifa establecida y la vida de aquella chica de dieciséis años, había costado un millón de dólares.
Por supuesto que aquella cantidad no era lo que Alessandro acostumbraba a cobrar, en todo caso él prefería euros en vez de dólares y por supuesto, por medio de transferencias electrónicas en vez de efectivo.
Sus clientes habituales solían pagarle con joyas o piezas de arte antiguas, esto con la finalidad de que sus transacciones no fuesen descubiertas, pues era mas fácil venderlas en el mercado negro o incluso subastarlas en galerías haciéndose pasar por un coleccionista. Quizás era un asesino a sueldo, pero su trabajo no lo caracterizaba, él era un hombre culto, elegante y reservado.
Un día podía estar en lo Alpes suizos asesinando a un millonario, pero los fines de semana, gustaba de sentarse a leer un libro con una taza de té al lado, mientras disfrutaba de una tarde lluviosa, pero en esa ocasión había hecho una excepción debido a dos asuntos que le habían obligado a bajar sus montos, como para que un hombre como el que tenía enfrente pudiera costearlos.
La primera era, que el trabajo había sido sencillo para lo que estaba acostumbrado a realizar. Para secuestrar a la joven, solo tuvo que usar su agilidad para burlar a la seguridad que la resguardaba, la golpeo sobre un punto específico del cuello para desmayarla y así poder meterla a su auto, para después llevarla ante aquel miserable infeliz, pero antes de eso se dignó a inyectarle un veneno de araña australiana que él solía usar para ese tipo de trabajos, aquella sustancia era el único acto de benevolencia que una persona como él podía ofrecerle a una víctima inocente.
Su padre le había enseñado que el ser asesino a sueldo, no era motivo para ser cruel con quienes no lo merecían y por ello le había enseñado a utilizar ese veneno. Las víctimas quedaban inconscientes debido a la gravedad de sus componentes, pero no sentían dolor, por lo que no tenían conocimiento de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sin embargo, la letalidad de la toxina era bastante alta, así que si la víctima no recibía un tratamiento en cuestión de una hora, el paro del corazón era inminente.
Y por suerte, la joven llevaba veinte minutos muerta cuando ese desgraciado comenzó a violarla frente a Alessandro. Aquello por supuesto le pareció asqueroso, pero como mercenario y experto, no se atrevió a decir nada, pensó que ese hombre había obtenido lo que merecía por lo poco que le había pagado, un cadáver.
El segundo asunto que lo había obligado a trabajar a bajo costo, era porque deseaba incursionar en el mercado americano, para los grupos más poderosos que prácticamente tenían el control de sus países. Ser mercenario en Europa, ya no era un trabajo viable, había mucha competencia y los trabajos eran escasos, la mafia había dejado de ser un grupo rentable debido al control que los gobiernos ejercían sobre sus productos, en algunos países, muchas sustancias ya eran legales por lo que la competencia era alta, el lavado de dinero era prácticamente imposible gracias a las medidas que habían aplicado las instituciones de cobro de impuestos y en cuanto a las armas. Todo el mundo sabia que las mejores venían de norte América, así que si no provenían de ahí, no tenía caso comprar.
Alessandro había trabajado como mercenario diez años, tenía treinta y tres, pero debido a todo el tiempo que conllevaba reunir sus ganancias para no ser expuesto, ya estaba pensando en jubilarse. Había ahorrado durante todo ese tiempo, tenía bastante dinero acumulado para vivir holgadamente el resto de su vida, pero antes de hacerlo, quería tener un fondo extra y pensó que el mercado americano podía ofrecérselo.
Aquel trabajo, solo significo para él unas cuantas monedas en el bolsillo, pero lo que realmente le interesaba era un trabajo bien remunerado, aunque buscaba, más que nada, algo que lo sacara del aburrimiento en el que estaba sumido.
—Nadie me va a vincular con esto ¿Verdad? —cuestiono el hombre recuperando la razón, sabia que lo que había hecho no solo era una aberración, sino que esa joven era la hija de un funcionario publico importante y por ello había tenido que pagar tanto para tenerla.
—Jamas dejo huella alguna—expresó Alessandro un tanto ofendido con aquella pregunta, nadie nunca había desconfiado de él y de su trabajo, pero supuso que no se podía esperar nada de personas como él—si llegan a descubrir este crimen, sera porque usted no sabe guardar las apariencias.
El hombre torció los labios, ciertamente no era la primera vez que hacia algo semejante, pero las otras mujeres de las que había abusado, habían sido simples chicas de algún pueblucho, aunque en esa ocasión, la joven no era una cualquiera, seguramente iban a matarlo por ese crimen.
—Desaparecela—ordeno el hombre aterrado, se levantó de su sitio y se subió los pantalones, estaba demasiado nervioso y asustado como para pensar con claridad, lo único que pensó fue en sacarla de su propiedad antes de que comenzaran a buscarla.
—No—respondió Alessandro mostrándose inexpresivo. El hombre abrió los ojos impactado por tan descarada respuesta así que no dudo en reclamarle.
—¡Hazlo, te pagué por tus servicios ahora cumple con ello!
—No—volvió a responder—usted me pago por secuestrar a la joven, si quiere que me haga cargo de este asunto, serán dos millones más.
El hombre frunció el ceño enfadado, tomo el arma que descansaba al lado del cadáver de la joven y le apunto a Alessandro con ella.
—Hazlo o te pasará lo mismo que a ella—le advirtió.
—¿También abusará de mí?—se burló Alessandro sin temor y camino en su dirección, con mucha confianza, pues había aprendido a no sentir nada, la vida tal y como era, le parecía una m****a y el hecho de que alguien le disparara y terminara con su vida, era para él más bien un favor.
—Alejate maldito bastardo—el hombre disparo en su contra, pero del cañón del arma no salió ni una bala, el cartucho estaba vació. Él recordó que había sido Alessandro quien le había dado la pistola para dispararle a la joven, pero después de hacerle un hoyo justo en la cabeza no sintió la necesidad de hacer otro disparo y solo hasta ese momento, noto lo cuidadoso que era ese hombre, no dejaba ningún cabo suelto.
—Bien, si no piensa pagarme por ello, entonces no veo la necesidad de quedarme aquí, mi trabajo ya esta hecho—expreso tomando la pistola de las manos de su contratante, no gustaba de que tocaran sus cosas.
El hombre al ver la oscuridad que emanaba de los ojos de Alessandro no opuso resistencia, le habían dicho que ese hombre era demasiado peligroso, que los asesinos seriales, ellos eran simples niños a su lado y que mas valía no hacerlo enojar, porque lo que recibiría a cambio seria una muerte larga y dolorosa.
Alessandro dio media vuelta y comenzó a caminar, no sin antes dar un vistazo sutil al cadáver de la joven, era hermosa y había sido una pena que un cuerpo tan voluminoso terminara bajo la grasa de aquel animal, por supuesto no se sintió culpable y mucho menos sintió lastima por ella, él había hecho lo que le correspondía para que no sufriera tal y como se le había enseñado, así que solo torció levemente los labios en señal de incomodidad, nadie que quisiera seguir viviendo se atrevería a apuntarle con su propia arma.
Caminó con porte y elegancia, para salir de aquella habitación. Trato de controlar su propia respiración para aliviar la ira contenida en su cuerpo. Cuando salio de la casa, saco su teléfono, y marco al numero de emergencias, cuando tomaron su llamada, se aclaro un poco la garganta e imito el acento colombiano.
—Acabo de escuchar gritos en la hacienda san lorenzo, parece ser de una mujer joven—expreso mientras caminaba hacia su auto—me parece que se trataba de la hija del ministro de hacienda, la vi en la televisión esta mañana.
La operadora pidió los datos de aquella hacienda. Se tenía conocimiento que la chica había sido secuestrada la noche anterior mientras volvía a casa después del colegio y que en cierto punto, la camioneta en la que viajaba había sido atacada por un hombre vestido de negro que había conseguido asesinar a su equipo de seguridad y secuestrar a la joven. Así que recibir una llamada tan concreta, alerto a la policía.
Alessandro no solía tomar represalias en contra de sus empleadores, por supuesto mientras los términos de su contrato no fuesen violados, cosa que había ocurrido en aquella ocasión, por lo que decidió que su merecido castigo debía ser otorgado por la familia de la victima, ya que nada en el mundo lo haría ensuciarse las manos con sangre y grasa que no merecía tocar ni siquiera la suela de su zapato. Comenzó a conducir para alejarse del lugar antes de que el lugar se convirtiera en un caos y en cierto punto de la carretera, arrojo el teléfono desechable que había comprado al llegar al pais.
Mientras avanzaba recibió un mensaje de su numero privado, de lo que parecía ser un nuevo trabajo y aunque apenas dio un vistazo a lo que decía en la pantalla del teléfono, se decidió a aceptar el trabajo para hacerse de una reputación de este lado del charco.
Luego de cinco minutos de camino, escucho a lo lejos las sirenas de varias patrullas de policía que patrullaban la zona que pasaron a toda velocidad a su lado. Eso claramente le saco una sonrisa maliciosa, pensando en el trágico final que obtendría ese desgraciado por atreverse a tocar su arma.
Claro que no le preocupaba que ese hombre hablara sobre su existencia. No había ninguna prueba que lo conectara con él, ni siquiera el numero que había utilizado para comunicarse, su padre no había entrenado a un imbécil, sabia bien como borrar toda prueba que lo incriminara e incluso podía plantar esa misma evidencia para que alguien mas pagara por los crímenes que cometía, asi que al menos por esa semana se olvidaría de los bellos paisajes de colombia hasta que la noticia se olvidara y mientras tanto se haría cargo de aquel nuevo trabajo.
Él recordaba que al quitarse el disfraz en el baño y tirarlo a la basura, salió huyendo como todas las personas que pensaban que había algún incendio en el interior, pero aquella mujer peligrosa siguió su pista hasta que encontró su disfraz, por supuesto, no supo exactamente si había sido él.Tomo varias fotografías con su teléfono, no se quedaría con las manos cruzadas, nadie solía escaparse de sus manos, no pudo capturarlo ese día, pero paso más de dos semanas tratando de averiguar quien era el maldito que había conseguido asesinar a su cliente en frente de sus narices y al final de su investigación encontró el rostro de Alec, por supuesto dudo que ese fuese su nombre real, las personas como él usaban muchos nombres, pero lo identifico de esa manera.La unica alma que podia ser merecedora de piedad era un perro mal nutrido que se hallaba encogido sobre una llanta de auto vieja. En aquella colonia donde las casas, si asi se les podia llamar estaban habitadas, en su mayoria por delinc
Para brindarle seguridad de que él regresaría dejo su arma, después de todo su objetivo era ir y regresar sin que nadie lo notara así que no la necesitaría. Se fue sin hacer el más mínimo ruido, abrió la puerta y la cerro con extremo cuidado para no alertar a Mariana, luego bajo las mismas escaleras por las que ella lo había ayudado a subir, pero no se atrevió a irse por la puerta principal, era demasiado peligroso, dio vuelta al bajar hasta seguir por el jardín, paso por la fuente y continuo hasta llegar a un arbol y detrás de este una pared blanca que daba hacia la calle.Subió al arbol sin ningún temor y escalo hasta estar a la altura de la pared, por suerte las ramas ocultaban su figura y gracias a la oscuridad, difícilmente alguien podría notar su presencia. Dio un salto alargado hasta poder caer justo en la anchura que dividía la casa de la calle, por suerte se sentía un poco mejor como para atreverse a realizar tales movimiento, que aunque poco peligrosos para él, de sentirse m
—¡¿Qué diablos hiciste!?— le recrimino Mariana cuando su miembro perdió dureza, se alejó de él y giro en su dirección sin importarle que aún estaba desnuda, después de todo ya cogido, de hecho la cogida, la cual habría terminado bien de no ser por su estupidez de correrse dentro.—¿De qué hablas?—expreso Alec un tanto confundido.—¿Cómo de qué?—cuestiono incrédula, no podía creer lo que él estaba diciendo. Señalo su pelvis para darle una pista de su molestia, pero ya que él solo la miro desconcertado, Mariana solo soltó un suspiro—te viniste dentro.—¿Y?— pregunto él sin darle la menor importancia—tomate un anticonceptivo o algo ¿No eras doctora?—Lo soy, pero a lo que me refiero es que te pedí que te detuvieras y no lo hiciste—le reclamo moviéndose en la cama para buscar algo que ponerse—dijiste que lo harías.—No, lo que te dije fue que debías decir la palabra segura para saber que te estabas sintiendo incómoda...—No dije tu estúpida palabra segura, pero te dije que pararas—insisti
La embistió varias veces, al principio controlando su propia fuerza para no lastimarla, pero al ver que ella estaba disfrutando así como soportando cada embestida, aplico más fuerza, toda la que tenía para arremeter una y otra vez, pero no conforme con ello, la tomo subiéndola en sus brazos a horcadas sobre su cintura para penetrarla más profundo. Mariana sintió como su coño envolvía y tallaba hasta tocar el fondo de su sexo, gimió, pero lo hizo sintiendo una mezcla entre placer y dolor, fue entonces que descubrió que por esa razón él utilizaba la dinámica de la palabra segura y al menos hasta ese punto, su instinto le grito que debia usarla en ese momento, porque la presión que sentía en su interior era demasiado para ella, pero Mariana cerro los ojos en un intento para no ceder ante lo que su cuerpo le pedía. No solo era por su propio orgullo, sino también porque quería un poco más, se dijo a sí misma que podía soportarlo y para poder desahogarse, comenzó a gemir con más fuerza.
Alec tomo a Mariana por su blusa, arrugo la tela a tal punto que incluso logro alzar su cuerpo un par de milímetros por encima de la cama y mientras él hacía eso, Mariana no aparto los ojos de los suyos, a pesar de su actitud salvaje, Mariana intuyo que tal vez podía encontrar en él algo más, algo rescatable, pero mientras tanto primero debia averiguar como era su oscuridad. —¿No tienes miedo?—pregunto Alec estrujando la tela hasta que su mano se cerró en un puño y logro alzar más a Mariana para poder acercar sus labios a los suyos. —¿Debería?—cuestiono ella y en sus labios se formó una sonrisa coqueta. Eso fue suficiente para que Alec sintiera una especie de adrenalina combinada con el deseo de poseerla, fluyera por su torrente sanguíneo. —Deberías— respondió él dejando caer su cuerpo sobre la cama para romper su blusa de una vez por todas. Aquel acto impresionó a Mariana, más no logro asustarla. Alec escucho el sonido de la tela siendo desgarrada y después de eso una extraña fue
La lluvia había cesado, los truenos ya habían parado y afuera solo se escuchaba el sonido del aire al transitar por las calles vacías de aquel pueblo.Mariana se comió algunos chocolates con la intención de incitar a su invitado hacer lo mismo, por supuesto, bajo la influencia del alcohol, pero después de comerse cinco y al darse cuenta de que Alec parecía disfrutar más del espectáculo que del chocolate, decidió acercarse a él y colocar en sus labios uno de ellos. Aquel inesperado acto no solo sorprendió a Alec, sino que también, provoco algo en él.Antes de que Mariana se diera la vuelta para volver a su lugar, Alec la tomo de la cintura para sentarla justo en su regazo, ella soltó un par de carcajadas y lo miro sin temor alguno.—¿Acaso no tienes miedo?—le pregunto Alec con cierto tono seductor.—No—se burló Mariana negando con la cabeza y riendo un poco— no tendría por qué tener miedo ¿O si?—No—le aseguro Alec. Casualmente, un mechón del cabello de Mariana cayó justo sobre su rost
Último capítulo