El silencio de la casa contrastaba con el bullicio del cumpleaños de horas antes. La abuela dormía, los primos se habían ido, y el padre de Camila lavaba lentamente las copas en la cocina. Julián había intentado marcharse temprano, pero no pudo. El padre de Camila se lo impidió con una frase seca:
—Quédate un momento. Necesito hablar contigo.
Julián asintió, aunque sintió el peso de esas palabras en el estómago.
Ahora estaban en el porche trasero, apenas iluminado por una farola vieja. El aire olía a tierra húmeda y a tensión. El padre de Camila cruzó los brazos, observándolo fijamente.
—¿Desde cuándo?
Julián fingió no entender.
—¿Desde cuándo qué?
—No te hagas el idiota. ¿Desde cuándo la miras como hombre y no como la hija de tu amigo?
Julián bajó la mirada.
—No pasó nada.
—No te pregunté eso —interrumpió—. Te pregunté desde cuándo.
El silencio respondió por él. El padre de Camila negó con la cabeza y se pasó la mano por el rostro.
—La conoces desde que era una niña, Julián.
—No es u