Camila tenía 22 años. Independiente, ambiciosa, estudiante de derecho. No creía en cuentos de hadas ni en romances de novela… hasta que conoció a Julián.Lo conoció un domingo. Ella fue a visitar a su padre, como cada semana. Desde que vivía sola, trataba de no perder ese hábito. Llegó con una torta de manzana en la mano y el cabello recogido en un moño flojo. Llevaba puesto un vestido negro sencillo, corto, de tirantes delgados. Nada llamativo… o eso pensaba ella.—Camila, ven, quiero presentarte a un gran amigo —dijo su padre desde la terraza—. Julián, esta es mi hija.Ella levantó la vista… y ahí estaba.Alto, con el cabello salpicado de canas, una camisa blanca arremangada, reloj de correa negra, whisky en mano y una mirada de esas que incomodan… pero que no quieres dejar de sentir.—¿Tú debes ser Camila? —preguntó él, sonriendo sin pudor mientras la recorría con la mirada, de forma sutil, pero lo bastante lenta como para que ella lo notara.—Sí. ¿Y tú? ¿El mejor amigo de mi papá?
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