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Capitulo 5 Sospechas y promesas no dichas

Camila no podía dejar de pensar en sus dedos. En cómo se movían dentro de ella. En la mirada que le sostenía mientras se rendía en su regazo. Aún sentía el eco de su respiración entrecortada en el oído, la presión de su cuerpo conteniéndose.

Julián no volvió a escribirle desde aquella noche. Y eso, lejos de enfriarla, la calentaba más.

El silencio era una provocación en sí misma.

Una semana después, fue su padre quien le dio la excusa perfecta para volver a verlo.

—Julián necesita ayuda con unos papeles para un viaje. ¿Podrías llevárselos? Estás cerca de su zona.

Ella fingió pensarlo. Luego asintió con una sonrisa inocente.

—Claro. Con gusto.

Cuando Julián abrió la puerta, no dijo nada. Solo la miró. Como si el deseo de la última vez aún estuviera colgado en el aire. Como si el silencio no hubiera sido suficiente para apagar lo que sentía.

—Vengo en misión oficial —dijo ella, levantando el sobre.

Él tomó los papeles sin tocarla, sin invitarla a pasar. Pero ella cruzó el umbral como si fuera suyo.

—No me has escrito.

—Tú tampoco.

—Yo no fui quien huyó después de hacerme venir con los dedos —dijo, sin pudor.

Julián cerró la puerta. Su respiración se tensó.

—No deberías hablar así.

—¿Por qué? ¿Te calienta?

Él la miró fijo. Sus ojos eran fuego contenido. Camila caminó hacia él, despacio, y apoyó sus manos en su pecho. Su corazón latía rápido.

—Dime que no me deseas —susurró.

Él no dijo nada. Solo la besó.

Esta vez no hubo lentitud. Fue un beso hambriento, sin pausas, con las manos recorriéndola como si quisiera memorizar cada curva. Camila se dejó llevar, respondió con la misma intensidad. Sus cuerpos se pegaron, sus bocas se fundieron y su respiración se volvió urgente.

Él la levantó por la cintura y la sentó sobre la mesa del comedor. Sus piernas se abrieron instintivamente. Julián se colocó entre ellas, acariciando sus muslos, subiendo despacio, sintiendo cómo temblaba bajo sus dedos.

La blusa cayó al suelo. Él besó su cuello, bajó por sus clavículas, lamió sus pechos. Ella gemía, enroscando los dedos en su cabello.

—Hazme tuya —susurró—. Ahora.

Y entonces, justo cuando sus pantalones comenzaban a desabrocharse, sonó el timbre.

Un solo sonido. Agudo. Interrumpiéndolo todo.

Ambos se quedaron quietos. Su respiración era lo único que se oía.

—¿Esperas a alguien? —preguntó Camila, con la voz rasposa por el deseo.

—No…

El timbre volvió a sonar.

Camila se bajó de la mesa rápidamente, recogiendo su blusa. Julián le lanzó una mirada cargada de frustración antes de ir hacia la puerta.

Abrió con cautela.

—¿Papá?

Camila se congeló.

—¿Estás ocupado? —preguntó su padre, mirándolo con cejas fruncidas.

—Eh… no, solo estaba… revisando los papeles que me enviaste con Camila.

—¿Está aquí?

Camila salió del pasillo, con la blusa apenas abotonada, el cabello revuelto y el rostro ligeramente enrojecido.

—Hola, papi. Justo me iba.

Él la miró de arriba abajo. Luego a Julián. Su gesto cambió sutilmente. Algo en sus ojos brilló con duda.

—¿Todo bien?

—Sí, claro —dijo Camila, agarrando su bolso—. Solo pasé a dejar los papeles.

—Te acompaño —dijo Julián, rápido.

Caminaron hasta el ascensor sin hablar. Cuando la puerta se cerró y quedaron solos, Julián se apoyó contra la pared metálica.

—Eso fue demasiado cerca.

Camila se giró hacia él, aún con el pulso acelerado.

—¿Crees que sospecha?

—No lo sé… pero tenemos que ser más cuidadosos.

Ella asintió, pero sus ojos tenían esa chispa que él ya conocía.

—¿Eso significa que no quieres volver a tocarme?

Julián la miró. Y se rindió de nuevo.

—Significa que voy a tener que aprender a hacerlo… sin que nadie lo note.

Cuando el ascensor se detuvo, ella se puso de puntillas, le susurró al oído:

—Entonces prepárate, porque no pienso parar de provocarte.

Se marchó con paso firme, dejándolo ahí, solo, con el sabor de su boca y el aroma de su piel aún clavados en la memoria.

Y Julián supo en ese momento que estaba demasiado adentro. Que ya no había vuelta atrás.

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