La mañana llegó como un puñetazo silencioso. El sol se filtraba por las cortinas cerradas, iluminando los rastros de una noche que jamás podrían borrar. El cuerpo de Camila aún sentía el peso de Julián. La forma en que la había poseído, como si su deseo hubiera esperado años para desatarse… y luego, lo hizo sin piedad.
Él ya no estaba a su lado cuando abrió los ojos.
Solo quedaba el hueco en la cama y el aroma de él en las sábanas.
Camila se sentó con las piernas temblorosas. El entrepierna adolorida, su piel marcada por sus dedos, por su boca, por todo. Se miró en el espejo: ojeras, labios hinchados, el cabello hecho un desastre. No parecía culpable. Parecía viva.
Y sin embargo… el silencio la asfixiaba.
Se duchó rápido, esperando verlo. En la cocina. En el pasillo. En cualquier rincón de la casa.
Pero no apareció.
Durante el desayuno, su padre la miró como siempre. Nada parecía haber cambiado para él. Nadie más sabía. Nadie más sospechaba. Y eso era peor. Porque el secreto ahora pes