Mundo ficciónIniciar sesiónNaira, una poderosa mujer loba, es traicionada por su mate y Alfa, Rheon, y su envidiosa rival, Syrah. Pierde a sus gemelos no nacidos y es brutalmente asesinada por su propio clan. Pero para los elegidos de la Luna, la muerte no es el final, sino una segunda oportunidad. Su alma, forjada en el fuego de la venganza, es enviada atrás en el tiempo con una sola misión: salvar a sus cachorros y desatar un infierno sobre quienes la destruyeron. De vuelta en un cuerpo que todos subestiman y armada con el conocimiento de cada traición por venir, Naira sabe que jugar sola es un suicidio. Para desmantelar la red de mentiras de su clan, no puede confiar en nadie de su manada. Su única esperanza reside en las leyendas sobre Ashen, un poderoso exiliado que le dio la espalda a la corrupción de los clanes para vivir bajo sus propias reglas. Buscarlo es un riesgo mortal, pero no hacerlo es una sentencia segura. Atrapada entre la magnética atracción del hombre que la matará y el respeto a regañadientes del paria que podría ser su única salvación, Naira deberá decidir: ¿vino a este pasado a buscar justicia, o a reducirlo todo a cenizas?
Leer másMe desperté con un grito atrapado en la garganta, el eco de una pesadilla que se negaba a abandonarme. El aire de la cabaña era denso y frío, y la oscuridad se pegaba a las paredes como un velo opresivo. No era la primera vez. Durante semanas, el mismo sueño me había golpeado con la fuerza de una visión: una luna del color de la sangre, un bosque convertido en cenizas, y el llanto desgarrador de mis hijos, un sonido que me atravesaba el alma. Y en medio de todo, el fuego… siempre el fuego.
Con las manos temblorosas, acaricié mi vientre, buscando las tres finas líneas que, sabía, ardían allí como un estigma invisible. Eran un recordatorio tangible de que el tiempo se acababa, de que el peligro ya no era una posibilidad, sino una certeza que se arrastraba hacia mí, aunque yo seguía sin saber con exactitud de qué debía tener miedo. Me giré en la cama matrimonial, buscando inconscientemente el calor de mi compañero. Hacía mucho que Rheon, mi mate y el Alfa de nuestro clan, no dormía conmigo. Su frialdad era un abismo que se había abierto entre nosotros, un silencio que gritaba más que cualquier palabra.
Me sentí incapaz de volver a dormir, así que decidí ir a ver a Aneira. La vieja curandera, con su rostro surcado de arrugas como la corteza de un roble, era la única en el clan que me miraba a los ojos sin ver un peligro o una carga, y había sido como una madre para mí desde que me quedé huérfana. Así que, en esos momentos, su sabiduría era mi única esperanza.
Al llegar, la encontré preparando una infusión junto a la chimenea. Al verme entrar, alzó la mirada, claramente preocupada.
—Lo vi —dije sin rodeos, fue algo automático. Mi cerebro no procesaba qué había visto, pero, al parecer, mi cuerpo sabía de qué hablaba, y ella también, porque no preguntó a qué me refería. Me hizo sentar, y comenzó a examinarme en silencio
—Tus bebés siguen latiendo con fuerza —dijo al fin—. Pero hay algo... denso... en el aire. Se agita más de lo normal. El equilibrio del clan está quebrándose. Hay miedo. Y ese miedo está buscando un chivo expiatorio.
—¿Yo? —pregunté con amargura.
Aneira no respondió directamente. En cambio, sus ojos lo hicieron por ella y la advertencia que siguió sólo avivó las llamas de mi miedo.
—Tu madre también confió en las personas equivocadas, niña —me dijo, con los ojos clavados en los míos. —La ambición en este clan es una enfermedad que se hereda. Hay miedo en el aire, y ese miedo está buscando a quién devorar. Recuerda: a veces, la única manera de salvarte... es morder primero.
—¿Crees que tiene que ver con el sueño?
—Creo que todo está conectado. Y que debes estar atenta. Algo está por romperse.
Le agradecí en silencio, tragándome el nudo que se me había formado en la garganta. Tenía razón. Pero yo no estaba preparada para lo que ocurriría después. Todo pasó tan rápido que para cuando conseguí reaccionar ya era muy tarde.
Realmente, no estaba preparada para lo rápido que sus palabras se harían realidad.
Horas después, cuando regresaba a mi cabaña, me estaban esperando. Seis o siete lobos del clan emergieron de entre los árboles, con sus rostros torcidos por un desprecio que no se molestaban en ocultar. Reconocí a Kael, un guerrero que siempre había codiciado un puesto en la guardia de Rheon.
—Mira quién aparece... —dijo con sorna—. Nuestra gloriosa Luna. ¿O deberíamos decir "Luna Marchita"?
—¿Aún no se ha ido? Pensé que una verdadera Luna sabría cuándo hacerse a un lado. —espetó una de las hembras, Lyra, cuya envidia siempre había sido un veneno silencioso. —Eres una vergüenza para tu linaje. Una Luna inútil
Me mordí la lengua para no responderles, tratando de ignorar sus ataques.
—¿Cómo se siente saber que el Alfa ya no te quiere?
—Desde que llegaste, el clan se desmorona. Seguro que estás maldita.
Me rodearon sin que pudiera escapar.
—Déjenme en paz —pedí con voz firme, intentando mantener la compostura.
La respuesta fue una carcajada colectiva. Una fruta podrida voló desde la izquierda y me golpeó el hombro, manchando mi ropa. Luego, otra. Y otra.
—¡Basta! —grité, pero ya no escuchaban.
Me lanzaron una bolsa de hierbas. Al reventarse contra mi costado, el ardor fue inmediato. El olor era inconfundible: acónito. El veneno entró a mi piel como hielo líquido, un frío que no quemaba la piel, sino el alma, apagando mi loba interior poco a poco. Comenzó en mis costillas y se extendió por mi pecho, mis extremidades. Mi visión se tornó borrosa. No entendí cómo habían podido esconder el acónito de esa forma y, peor aún, cómo se les permitía andar con algo tan peligroso por las calles del clan.
—¡Mírenla! Ni su loba la protege. ¿Dónde está su linaje ahora?
—¡Basta! ¡Basta ya! —grité, tambaleándome.
Alguien me empujó por detrás y caí de rodillas.
Comenzaron a lanzarme más cosas: ramas, pequeñas piedras, restos de comida. Cada impacto dolía más que el anterior, pero ninguno tanto como las palabras.
—¡Luna de papel! —se burló una joven—. ¡Ni siquiera puedes proteger a tus propios hijos!
Tragué grueso. Cada palabra era una daga. Cada golpe, una traición del clan al que entregué todo. Entonces, mi cuerpo se congeló por el miedo. ¿Sabían que estaba embarazada? Todavía no se notaba mi estado. ¿Cómo podían haberse dado cuenta?
Y entonces, como si el aire mismo cambiara, llegó ella.
Syrah. La loba que yo consideraba mi amiga, mi confidente en un clan que a menudo me daba la espalda. Flanqueada por dos soldados de la guardia personal de Rheon, imponente y segura, se abrió paso entre la multitud. Era como si hubiese sido enviada por los dioses para salvar la escena... o para coronarse en ella. Su entrada fue recibida con respeto y sumisión.
El grupo se apartó como si su presencia fuera una bendición. Algunos inclinaron la cabeza. Otros le sonrieron con devoción.
—La verdadera Luna... —susurró alguien. Me mordí los labios para ocultar mi indignación.
—Deténganse —ordenó Syrah, alzando una mano de forma teatral—. No somos salvajes. No atacamos a los nuestros. No es así como resolvemos nuestras diferencias.
Se me acercó con expresión compasiva y se agachó frente a mí fingiendo examinarme.
—Naira, querida... ¿te encuentras bien? Esto no debió pasar.
Me ofreció una sonrisa tan cálida como falsa, mientras me rodeaba los hombros con su brazo para levantarme. El contacto me hizo estremecer. Por alguna razón, no me sentía cómoda con ella, pero mi cuerpo apenas respondía. No tenía energía para enfrentarla. Y por un instante, un alivio estúpido me inundó. A pesar de todo, era Syrah, la misma que una vez me trajo una corona de flores silvestres para animarme cuando Rheon se olvidó de nuestro aniversario. Recordé su risa, su complicidad. Confié en ese recuerdo. No tenía elección, los demás lobos seguían mirando y si reaccionaba de mala manera les daría la justificación perfecta para volver a atacarme. Asentí con un leve movimiento..
—Te han tratado injustamente. Ven conmigo. Vamos ante el Consejo. Yo te acompañaré. Te ayudaré a denunciar esta situación.
Algo en mi interior, un instinto primario, me decía que no fuera, que era una trampa. Mi cuerpo ardía por dentro y mi mente estaba nublada. Así que, cuando Syrah me tomó del brazo con su falsa amabilidad y su suavidad forzada, solo me dejé llevar, apoyándome en la misma persona que me estaba conduciendo a mi ejecución.
El tiempo en la cueva se disolvió en un ciclo de oscuridad y temblores. Mi forma de loba era un horno, pero Ashen era un bloque de hielo. Durante horas, me quedé acurrucada a su alrededor, como una manta viviente de pelaje y calor, vertiendo mi propia energía vital en su cuerpo inerte. Su respiración era superficial, un hilo frágil que amenazaba con romperse a cada momento.Pero el calor no era suficiente. Podía olerlo. Debajo del olor metálico de la sangre fresca, había un aroma más dulce y enfermizo: el olor de la infección, el comienzo de la putrefacción. La herida estaba sucia, contaminada por el agua del río y el barro de Encrucijada Gris. A pesar de mi calor, su cuerpo seguía perdiendo la batalla.Fue entonces cuando Nera, mi loba interior, comenzó a agitarse. No con pánico, sino con un instinto profundo y antiguo que mi mente humana apenas podía comprender."Manada", susurró en mi mente, su voz era un gruñido bajo y posesivo. "Herido. Nuestra manada está herida".Mi cabeza se m
El mundo desapareció.En el instante en que mis pies abandonaron el borde del Despeñadero del Mendigo, el sonido de la turba, el rugido del fuego, todo se desvaneció, reemplazado por un único y ensordecedor aullido: el del viento.Caímos.Aferré la mano de Ashen con una fuerza desesperada, mi otro brazo se aferraba a su cintura, uniéndonos en nuestra caída. El abismo nos tragó. No fue una sensación de flotar; fue un tirón violento hacia la nada, una aceleración que me robó el aliento y me revolvió el estómago.Vi el rostro pálido de Ashen frente al mío, sus ojos cerrados por el dolor o la inconsciencia. El viento azotaba mi pelo y mi cuerpo desnudo, una flagelación helada. Mi mente, en una fracción de segundo, se vació de todo miedo. No había pánico. Solo había una extraña y fría aceptación, y un único pensamiento dominante: No lo sueltes.Era la segunda vez que moría. Pero esta vez, no estaba sola.El fondo del cañón se acercó a una velocidad imposible. No era roca sólida, como había
Cada paso era una eternidad de agonía. El callejón olía a orina rancia y a la basura de cien caravanas, pero ahora, sobre todo, olía a nosotros: a mi sudor frío de miedo y esfuerzo, y al olor cobrizo y espeso de la sangre de Ashen.Él era un peso muerto, un gigante que se aferraba a la vida por un hilo. Su brazo estaba sobre mis hombros, y yo rodeaba su cintura con el mío, convirtiéndome en su muleta, su ancla. Su cabeza colgaba, su respiración era un jadeo húmedo y doloroso que me helaba la sangre con cada bocanada.—Solo... un poco más —susurré, más para mí que para él—. Hacia el oeste.Detrás de nosotros, Encrucijada Gris era un infierno desatado. El cielo anaranjado palpitaba con el rugido del fuego y los gritos de una turba enfurecida. Podía oírlos. "¡Busquen al salvaje y a la perra!". "¡Tarek ofrece oro por sus cabezas!". "¡Por aquí, vi sangre!".Nos estaban cazando. Y nosotros dejábamos un rastro que un ciego podría seguir.Nos movimos a través del laberinto, un paso doloroso t
Nos zambullimos en el laberinto de callejones oscuros y Encrucijada Gris se convirtió en un infierno a nuestras espaldas. El rugido del fuego era un monstruo hambriento que devoraba La Última Moneda, y sus gritos eran las alarmas, las campanas y los aullidos de los mercenarios que corrían hacia el caos. El cielo nocturno, antes negro como el carbón, ahora palpitaba con una luz anaranjada y enfermiza que proyectaba nuestras sombras, largas y danzantes, contra las paredes de adobe.Corrí en mi forma de loba, un borrón plateado y ensangrentado. Ashen corría a mi lado, o al menos lo intentaba. Era un milagro de pura voluntad que siguiera en pie. Su mano derecha estaba apretada con fuerza contra la herida de su costado, pero la sangre, oscura y espesa, brotaba entre sus dedos y goteaba por su pierna. Cada zancada era un esfuerzo visible, su rostro, una máscara pálida de dolor y furia.—¡Por aquí! —gruñó, y me guio por un giro brusco a la izquierda, adentrándonos en un pasadizo tan estrecho
El grito de dolor de Ashen fue un cuchillo de hielo en mi columna. No fue un gruñido de batalla, no fue un rugido de desafío. Fue un sonido gutural, ahogado, el sonido inconfundible de un hombre que ha recibido una herida profunda y traicionera. El sonido de un león al que le han clavado una lanza.Mi corazón se detuvo. Todo el plan, todo el riesgo, todo mi mundo se contrajo a ese único sonido. Estaba en la oscuridad helada del sótano, el aire me quemaba los pulmones y olía a escarcha y a las hierbas secas. Había docenas de cajas de madera, apiladas hasta el techo. Demasiadas. Nunca podría llevarme ni una fracción. Pero en ese momento, las cajas no importaban. La misión no importaba. Solo importaba el hombre que estaba sangrando por mí.—¡ASHEEN! —grité, mi voz sonó extraña, delgada y muerta en el espacio confinado.La respuesta fue otro estallido de violencia desde el patio, el sonido de un cuerpo chocando contra la madera, un gruñido furioso de Ashen y los gritos de múltiples hombre
Las palabras de Tarek flotaron en el aire viciado del patio, frías y finales. "Quiero saber exactamente para quién trabajan".En el instante en que la orden salió de sus labios, la comedia se deshizo. El disfraz de Omega rota, la máscara de bestia salvaje, todo se evaporó. Kaelen, el cocinero, soltó una carcajada ronca y arrojó el cuchillo de carnicero sobre un bloque de madera. Se frotó los nudillos con anticipación. Groto, el portero gigante, y el guardia del norte, con su mano ya en el sable curvo, se movieron para flanquearnos, cortando cualquier posible ruta de escape hacia el callejón principal.Nos habían atrapado. Y lo sabían.—Una actuación admirable —dijo Tarek, su voz era un susurro sedoso. Permaneció junto a la puerta de la cocina, a una distancia segura, observando la escena con el interés de un coleccionista que admira a dos insectos raros atrapados bajo un vaso—. Pero la obra ha terminado. Ahora, por favor, acompáñenme. O mis colegas aquí presentes les romperán las rodi





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