Camila tenía un secreto. Uno que ni su mejor amiga conocía. Uno que jamás se habría atrevido a confesar en voz alta.
A Julián lo deseaba… desde mucho antes de conocerlo. Todo comenzó con las historias que su padre contaba de él. Siempre hablaba de "Julián", su compañero de universidad, su socio en algunos negocios, su hermano de otra vida. Lo mencionaba con admiración, respeto y hasta un toque de envidia. —Ese cabrón sí que sabe vivir —decía entre risas—. A su edad, todavía tiene a las mujeres a sus pies. Y ni siquiera lo intenta. Es el tipo de hombre que entra a un lugar y todos giran a verlo. Elegante, tranquilo… y con una mirada que te deja desarmado. Camila escuchaba, fingiendo desinterés. Pero algo dentro de ella comenzaba a despertar. Al principio, era simple curiosidad. ¿Quién era ese hombre que parecía tenerlo todo? ¿Qué tipo de aura tenía alguien que no necesitaba esforzarse para ser deseado? Después vino la imaginación. Una noche, sola en su departamento, buscó su nombre en redes sociales. No encontró mucho: solo un perfil privado con una foto de lejos, de espaldas, mirando al mar. Pero aun así… la imagen la hizo morderse el labio. El misterio lo hacía más poderoso. Y entonces, las fantasías comenzaron. Se las permitía en silencio, mientras se duchaba, mientras se tocaba. Imaginaba su voz grave, el roce de sus dedos en su cintura, la presión de su cuerpo maduro contra el de ella. Lo creaba a su gusto en la mente: un hombre que sabía exactamente lo que hacía. Que no pedía permiso, que no vacilaba. Que la tomaba como ningún otro la había tomado. Sabía que estaba mal. Que ni siquiera lo conocía. Pero eso lo hacía más intenso. Por eso, cuando lo vio por primera vez aquel domingo, frente a la terraza de su padre, algo dentro de ella se desordenó. Ya lo había construido mentalmente. Ya lo había sentido. Y sin embargo… la realidad lo superó. Era más alto de lo que esperaba. Más masculino. Sus ojos no eran simplemente oscuros: tenían esa profundidad que te arrastra, que parece saber demasiado. Su manera de hablar, pausada, como si saboreara cada palabra… era exactamente como lo había imaginado. Pero su presencia era más. Más peligrosa. Más envolvente. Durante esa comida familiar, mientras todos conversaban, Camila solo pensaba en lo que pasaría si él la arrinconaba en algún rincón de la casa. Si la empujaba contra la pared, con una mano en su garganta y la otra levantándole el vestido. Si le susurraba al oído que había esperado mucho para probarla. Se sentía sucia por pensarlo. Pero no podía detenerse. Y Julián… parecía notarlo. Era como si él pudiera oler su deseo. Como si cada mirada suya fuera una confirmación: Sé que me deseas. Yo también te deseo. Pero no te lo voy a dar tan fácil. Desde ese día, Camila comenzó a esperarlo. A desear que su padre lo invitara más seguido. A arreglarse un poco más por si acaso. A maquillarse los labios, elegir el perfume correcto, dejarse el escote justo hasta donde insinuaba sin mostrar. Una semana después, volvió a verlo. Esta vez, en un almuerzo con más gente. Pero su atención seguía siendo solo para ella. Y cada vez que sus miradas se cruzaban, era como una descarga eléctrica en la piel. Esa noche, Camila se recostó en su cama con las piernas abiertas y el celular en la mano. Abrió el perfil de Julián y, aunque no tenía más fotos, se quedó mirando la única imagen que había. Se acarició lentamente, con los ojos cerrados, imaginando que era él quien la miraba así, desde atrás, dueño del momento. El orgasmo fue tan fuerte que la dejó sin aliento. Lo deseaba más de lo que deseaba respirar. Pero también quería algo más que sexo. Quería conquistarlo. Quería seducirlo. Quería ser ella quien lo desarmara. Porque, aunque él parecía tener el control, Camila tenía sus propias armas. Decidió escribirle. —Hola, soy Camila. La hija de tu amigo. —Solo eso. Directa. Sin rodeos. Él respondió rápido. —Lo sé. No eres fácil de olvidar. Ella sonrió. —¿Te sorprendí? —Me intrigaste. Y eso es mucho más peligroso. Desde entonces, comenzaron a hablar. A solas. En horarios secretos. Tarde por la noche, cuando todo estaba en silencio. Él no se insinuaba directamente, pero tampoco se ocultaba. Su forma de seducir era lenta, elegante, como una danza. —¿Sabes lo que pensé la primera vez que te vi? —escribió él una noche. —¿Qué? —Que no eras una niña. Que sabías exactamente lo que hacías. Y eso… me volvió loco. Camila se mordió el labio, sintiendo un calor profundo entre las piernas. —¿Y qué pensaste cuando te miré así… como si supiera algo que tú no? Él tardó un momento. Luego escribió: —Que te ibas a convertir en mi debilidad. Ella cerró los ojos. Ya lo era. Lo que no sabía Camila era que Julián también había escuchado de ella antes. Que su padre le hablaba de “mi hija, la que no se deja controlar por nadie, la que tiene carácter de hierro”. Y que desde entonces, Julián sintió curiosidad por conocer a la mujer que había crecido sin miedo a nadie. Ninguno de los dos lo sabía… pero se habían deseado mucho antes del primer contacto. Lo prohibido ya los había elegido. Solo faltaba que uno se atreviera a romper la línea. Y estaban cada vez más cerca de hacerlo.