Camila tenía 22 años. Independiente, ambiciosa, estudiante de derecho. No creía en cuentos de hadas ni en romances de novela… hasta que conoció a Julián.
Lo conoció un domingo. Ella fue a visitar a su padre, como cada semana. Desde que vivía sola, trataba de no perder ese hábito. Llegó con una torta de manzana en la mano y el cabello recogido en un moño flojo. Llevaba puesto un vestido negro sencillo, corto, de tirantes delgados. Nada llamativo… o eso pensaba ella. —Camila, ven, quiero presentarte a un gran amigo —dijo su padre desde la terraza—. Julián, esta es mi hija. Ella levantó la vista… y ahí estaba. Alto, con el cabello salpicado de canas, una camisa blanca arremangada, reloj de correa negra, whisky en mano y una mirada de esas que incomodan… pero que no quieres dejar de sentir. —¿Tú debes ser Camila? —preguntó él, sonriendo sin pudor mientras la recorría con la mirada, de forma sutil, pero lo bastante lenta como para que ella lo notara. —Sí. ¿Y tú? ¿El mejor amigo de mi papá? —respondió, alzando una ceja, fingiendo seguridad, aunque sentía las piernas temblarle. Julián tenía 45 años. Canas bien distribuidas, una piel bronceada por el sol, barba de dos días y una voz grave, pausada, como si no tuviera prisa por nada. Era abogado, viudo, sin hijos. Y con una presencia que llenaba la habitación. Durante la comida, Camila se sentó frente a él. Cada tanto, sentía su mirada sobre ella. No era descarada, pero sí firme. Como si no solo la viera, sino que la analizara. Que imaginara. Y ella, para su sorpresa, le respondía con pequeños gestos: una sonrisa de medio lado, una mirada sostenida unos segundos más de la cuenta, un cruce de piernas lento… sin saber muy bien por qué lo hacía. O tal vez sí. Julián despertaba algo que no había sentido con ningún chico de su edad. Él no la buscaba. La desafiaba. Sin decirlo. Después del almuerzo, su padre se quedó dormido viendo un partido en el sillón. Camila fue a la cocina por agua. Abrió el refrigerador, tomó una botella, y al girarse… lo encontró ahí. De pie, en la entrada. Observándola. No dijo nada al principio. Solo la miró. —Tu papá no me dijo que eras tan… brillante —dijo finalmente. No sonaba como un cumplido superficial. Era más bien una afirmación peligrosa. Ella alzó una ceja. —¿Y tú no pareces tan viejo como lo pintan? Julián sonrió, acercándose unos pasos. Cada uno, medido. Intencional. —¿Sabes lo que más me gusta de ti? —preguntó. Camila negó, sin apartar la mirada. —Que no bajas la cabeza. No te asustas fácil. Eso es peligroso… y excitante. Se detuvo frente a ella. Cerca. Tan cerca que podía oler su colonia, sentir el calor de su cuerpo. No la tocó. Pero la miró como si lo estuviera haciendo. —¿Siempre hablas así con las hijas de tus amigos? —preguntó ella, bajando la voz. El tono entre desafiante y rendido. —No. Solo con las que me provocan. —Su respuesta fue un susurro cargado de intención. Camila sintió el pulso latiéndole entre las piernas. No sabía si estaba coqueteando o jugando con fuego. Tal vez las dos. Pero no podía alejarse. —Esto no está bien —murmuró, con un nudo caliente en la garganta. —Exacto —dijo él, antes de inclinarse levemente. Rozó su cabello con los labios, como si lo oliera. No la besó. No la tocó. Solo la envolvió en su presencia… y se fue. La dejó ahí. Temblando. Con las manos aferradas a la botella de agua como si le diera equilibrio. Con las piernas húmedas y una pregunta que no quería hacerse en voz alta: ¿Qué pasaría si cedía? Esa noche, no pudo dormir. Se bañó con agua fría. Se acostó temprano, pero su mente no paraba. Cerraba los ojos y recordaba el tono de su voz, la cercanía, ese calor inexplicable que solo él había sabido provocarle sin siquiera tocarla. Se metió la mano entre las piernas sin culpa. Se tocó despacio, mordiéndose los labios, pensando en Julián. En su voz. En sus manos grandes. En cómo sería tenerlo encima, dentro. No era una fantasía romántica. Era carnal. Urgente. Desesperada. El orgasmo la sorprendió en menos de un minuto. Y aun así, no se sintió aliviada. Al día siguiente, se prometió a sí misma que era una tontería. Que no pasaría de ahí. Que solo había sido una fantasía, una reacción química. Nada más. Pero al abrir su W******p, encontró un mensaje desconocido. "Me alegra saber que no eres tan inocente como aparentas. —J" Su corazón se detuvo un segundo. No le había dado su número. Ni siquiera sabía que él tenía su contacto. Camila tragó saliva. Respondió solo con dos palabras: "¿Y si lo fuera?" Él tardó unos segundos en responder. "Entonces me tomaría mi tiempo para corromperte como mereces." Y ahí, lo supo. Ese juego recién comenzaba. Y ella no tenía ninguna intención de detenerlo.