Hacía ya muchos años que su madre había muerto, pasó tanto tiempo de aquella tragedia que apenas lo recordaba y lo único que tenía a su alrededor era a su madre adoptiva, una mujer que la había educado dentro de un sistema dependiente, por lo que pese al maltrato, no sabía cómo salir de ahí, hasta que escuchó que estaba siendo negociada. América escuchaba aquella conversación mientras tragaba grueso, sus manos sudaban, su respiración se agitaba y sus labios temblaban. Por su mente pasó el recuerdo de su madre, aquella que la había amado tanto, pero que murió antes de tiempo; recordó a su padre adoptivo que hacía no tanto había fallecido y que jamás hubiera permitido que se le tratara cómo mercancía; suspiro, encontraría una salida, porque aquella mala mujer que la estaba poniendo en venta, y que desgraciadamente era su madre adoptiva, tenía una hijo, cuyo hijo no permitiría que a ella se le vendiera, así que había una esperanza. América había sido adoptada sin razón aparente por una familia millonaria, pero lejos de encontrar la felicidad, estaba siendo un desastre, puesto que ya era mayor de edad y no sabía cómo ganarse la vida; aquella madre postiza lejos de quererla, solo pensaba en dinero, puesto que su esposo fallecido, no le había dejado ni un centavo, por ello, estaba haciendo el negocio de su vida, vender a la adoptada. Novela debidamente registrada, con todos los derechos reservados, prohibida su copia parcial o completa.
Leer másEse día cumplía diecinueve años, debería estar feliz, pero no podía porque sabía que era cuestión de semanas para que la casaran con Vladimir. Solo con pensarlo sentía asco; las leyes, ni hablar de leyes, ¡eran un asco! No podía presentarse a una comisaría y denunciar, ya era mayor de edad, seguro los oficiales le dirían que busque como trabajar, pero por lógica, para salir al mundo necesitas una red de apoyo o algo de dinero, porqué sino, dónde viviría, en la solicitud de trabajo, que dirección pondría, le era imposible todo, o al menos así lo sentía.
"América, ya no eres una niña, ya eres adulta" —se recordaba a sí misma todo el tiempo y era verdad, ya no era una niña, pero debía repetirlo porque en ese momento se sentía como una cría en cautiverio, porque era una adulta, pero una con muchos problemas, sin dinero y chantajeada por su madre.
Sentía que el mundo estaba de cabezas, que no debía ser posible que una joven se casará con un señor qué cuando ella nació, él ya tenía cincuenta años; sentía que aquello debía ser cuestionado, que no debía ser permitido, pero su lógica no era correcta, puesto que se suponía que una mujer de diecinueve años, ya tenía conciencia y podía decidir si casarse o no.
—Pero, había gente que se amaba de verdad, según tu lógica, no podrían casarse por la diferencia en edad —se habló ella misma, mirándose al espejo—. No, me niego a creer que una mujer joven amaría a un anciano.
Dicho eso, terminó de limpiarse las lágrimas, suspiro profundo y salió de aquel lugar, para acostarse en la cama a seguir llorando, sin saber qué más hacer. Podría irse de aquel lugar, escapar, pero no sabía lavar un plato, a que podía dedicarse y peor aún, su mente no podía pensar mucho, si Bárbara le gritaba una y otra vez que si no se casaba con un hombre rico, terminaría vendiendo su cuerpo en un bar de mala muerte.
—Bonita no eres e inteligente tampoco —recordó que aquella mujer le gritaba a diario y ella lloraba recordando cada palabra.
—Soy Kelly —decía una mujer, mientras tocaba la puerta de aquella habitación.
Era su cuñada, prometida de su hermano adoptivo, hijo de Bárbara.
Una mujer trabajadora, pero se había enamorado tanto que aunque nadie lo dijera y ella misma no lo admitiera, el amor la había vuelto vulnerable y demasiado, ante alguien que aunque parecía perfecto, no se sabía exactamente lo que un hombre podría ser capaz de hacer, con tal de manipular.
—Pasa —gritó América, para que la mujer abriera la puerta por si sola.
América se sentó en el borde de la cama, y comenzó a maquillarse porque abajo, se estaba celebrando una fiesta en su honor, ese día cumplía diecinueve años y también se comprometía oficialmente con el anciano y que por supuesto él había patrocinado aquel evento, puesto que quería mostrarle al mundo su nueva adquisición.
—América, niña bella —se sentó a su lado mientras le acariciaba el cabello—. Sabes, por mí no hay problema; cásate con Oliver —sus palabras no tenían sentido, Oliver era su hermano adoptivo y debía decirle mejor que buscaran una solución para salir de aquella casa, en lugar de decirle tal cosa y aunque sus intenciones eran buenas, porque aunque se casará con su hermano, solo sería para salir de las manos de Barbara y tener un soporte económico, jamás consumará el matrimonio con él, aún así no le veía lógica.
—No puedo, porque sé que después de eso la gente no lo va a mirar con buenos ojos y eso le puede afectar a su empresa y negocios —respondió América, mientras se ponía un poco de labial rojo—, estaré bien —le sonrió, pensando en que si Oliver en realidad había hablado de matrimonio con ella, con su novia, para ayudarla, o porque quería tener dos mujeres a su disposición.
Jamás había pensado mal de su hermano, al contrario, era su mejor amigo, pero últimamente sentía que cualquiera la veía como mercancía y al final, suspiro convencida de que si la iban a vender, que así fuera, luego vería como sacarle provecho a cada cosa.
"Si algo tenía claro era de que habían mujeres en peores situaciones y salían adelante".
—Eres fuerte, ya sabes que no estás sola, nos tienes a tu hermano y a mí —Kelly le besó la frente.
—Gracias —sonrió, mientras se acercaba a darle un abrazo a su cuñada.
—Me voy y apúrate que todos están preguntando por ti, además, ya vino esa tú amiga rara, la tatuada, que no sé cómo se llama —informó Kelly disponiéndose a salir.
—Larissa.
—Si esa, apúrate.
En el momento que aquella mujer abandonó la habitación, las fuerzas de América recayendo, quiso llorar nuevamente pero ya era muy noche y debía salir, dar la cara y seguir con su venta, ponérsela difícil a aquel anciano porque no se quedaría siendo sumisa, si él la iba a comprar, sería la peor compra habida y por haber, no estaba dispuesta a que su primera vez fuera con aquel anciano
Estaba dispuesta a demostrar que era más fuerte de lo que parecía y comenzar a jugar ella también.
Con un maquillaje ligero, peinado sencillo que consistía en una trenza, también llevaba puesto un vestido ajustado a su cuerpo. El color rojo le iba muy bien; era llamativo, largo pero con un escote profundo en la espalda. Lo había elegido Bárbara según las palabras de la mujer, era para “mostrar el producto al comprador”.
Se puso sus tacones negros, dispuesta a comerse al mundo; puesta en aquellos tacones, se sentía poderosa cuando se los ponía.
Bajando las escaleras, sonrió al ver a Larissa esperando por ella, pero también coqueteando con un hombre joven y bastante atractivo. Era algo común en su amiga, el coqueteo le salía natural, en cambio a ella, a ella le costaba hablarle a alguien, se ponía nerviosa cuando sentía alguna atracción y eso le complicaba las cosas.
Pensaba que si tal vez ya se le hubiera conocido novio, y se dijera que no es virgen, no la estuvieran vendiendo, pero aquello no era cierto, porque habían muchos hombres adinerados qué con tal de sentirse dueños de una mujer, la comprarían, al final la virginidad solo era valiosa para el anciano con quien la estaban comprometiendo, era el único retrógrado que no se había dado cuenta que la mujer no tenía nada de especial en una vagina por el simple hecho de no haber iniciado una vida sexual.
—¡Amiga, que guapa! —exclamó Larissa, al verle—, eres tan bella —suspiró, mientras ella pensaba en que su amiga era una exagerada—; mira —le señala al joven—, él es Jader, un amigo que acabo de conocer.
—¡Hola! —lo saludo la joven sin pena alguna pues la pena se le daba, solo cuando alguien le gustaba.
El chico se veía simpático, pero no se sentía muy cómoda con la forma en que él la miraba, lo hacía como si quisiera comérsela, como si estuviera mirando un trozo de carne, lo peor según América, era que hacía tan solo unos segundos atrás, estaba coqueteando con su amiga, lo que no habla muy bien de él.
—Hola, soy amigo de tu hermano —informa el tipo, en forma de saludo y presentación.
—América —se apareció aquella mujer a la que América debía llamar “madre” —, te he buscado hasta debajo de las piedras, Vladimir te quiere ver —dicho eso, la tomó de la mano derecha y le condujo hasta el salón principal—. Vladimir —saluda al anciano—, mira quien ha venido a saludarte — señala a la joven, mientras ella hacía una cara de fastidio, puesto que quería dejar claro que sentía asco por aquel hombre, si es que se le podía llamar así.
—Hola, niña linda —tomó su mano y la besó; ella la apartó bruscamente y la limpió delante de sus ojos, siempre dejando claro su asco y eso, por alguna razón le excitaba más a aquel anciano qué ante los ojos de la joven, era más que asqueroso y feo.
—¡Qué asco! —susurró, pero lo suficiente fuerte como para que él la escuchara.
—Que no se te olvide que pronto serás mi esposa —él viejo rió de manera cínica.
Era obeso, muy blanco para el gusto de ella; cabello castaño y usaba lentes; también era bastante bajo de estatura; segun la joven, feo y mucho.
Según la ideología de América, no había nadie que fuera feo, puesto que había tratado ya, con gente con el mismo físico que aquel anciano, pero al ser amables y educados, ella se sentía bien al hablar con ellos, solo que había cambiado de opinión cuando aquel hombre la estaba comprando. Quizá no sabía, pero veía la belleza desde el interior al exterior, por lo que comenzó a ver feo a los hombres desde que uno la estaba comprando.
—¿Cómo se siente comprar a…? —América intentó preguntar, pero su madre la interrumpió.
—¡Cállate!, respeta a tu prometido.
—Déjala, Bárbara —habló el viejo a quien América maldecía—, está potranca, yo la domo, espera que me la monte.
Nunca en su vida había tenido tanto asco, puesto que solo de pensar que ese anciano la besaría, la tocaría; a ella literalmente le daba náuseas. Posiblemente lo peor de todo era que el viejo era alguien vulgar, corriente y abusador, no tenía ni una pizca de amabilidad.
Tantas novelas donde la protagonista era vendida a un hombre millonario, atractivo y donde ambos se terminan enamorando, pero la realidad era otra, y ella lo sabía muy bien. Si tan solo la vendieran a alguien menos asqueroso, quizá ella pudiera sentir un poco de alivio, pero estar con aquel hombre no era más que terrible para ella, pero debía ser consciente de que nadie bueno va a prestarse a comprar a alguien.
—Madre —se dirigió a Bárbara que a pesar de todo, aún le hablaba con una amabilidad llena de hipocresía, puesto que la quería cerca, la quería tener cerca para cuando llegara el tiempo, poder vengarse de todo lo que en ese momento la estaba haciendo pasar—. ¿Me das permiso de tomarme una copa?
—Claro, cariño, pero promete que tratarás mejor a tu futuro esposo.
—Prometido mío, prometo tratarte mejor —se dirigió a Vladímir con una notable falsa amabilidad, él solo sonríe.
—Serás fácil de domar, mi niña —él viejo le tomó del mentón—; si te portas bien, te va a ir bien.
“¡Claro!, me irá bien luego de darle un veneno en la bebida”, —pensó la joven.
—Con permiso —dijo, mientras tomaba la mano del viejo, para alejarla de su rostro.
Se sentía bien. América estaba disfrutando lo que hacía; la excitaba intensamente provocar aquellos gemidos en Gustavo. Saber que era ella quien lo llevaba al borde, inflamaba su pecho de orgullo.—Para, para —dijo él de pronto, tratando de detenerla.—¿Qué pasa? ¿Hice algo mal?—No hiciste nada malo —respondió con voz ronca—. Está delicioso, lo haces muy bien... pero casi me haces acabar, y prefiero hacerlo en otro lugar.La sujetó con firmeza y la levantó. Luego la acostó boca abajo en la cama, separó sus glúteos y besó su piel, pasando la lengua por aquel rincón oculto. Un gemido lujurioso escapó de los labios de América al sentir uno de los dedos de Gustavo penetrando su ano. Era una sensación distinta a la vaginal, pero igual de placentera, deliciosa en una forma salvajemente nueva.Él introdujo dos, luego tres dedos, mientras humedecía la zona con saliva. Colocó la punta de su pene en la entrada y comenzó a deslizarse lentamente. América sintió una especie de presión incómoda, c
—¿Te lastimé? Si quieres, puedo parar —dijo Gustavo con preocupación en la voz.América negó con la cabeza, mientras unas lágrimas resbalaban por sus mejillas.—No... lloro porque durante mucho tiempo anhelé un orgasmo como este. Eres el primer hombre que me regala uno así —susurró, entrelazando su mirada con la de él.Gustavo la miró con una ternura que le estremeció el pecho. Mientras reanudaba sus movimientos, besó su frente con dulzura.—Tendrás muchos, América... todos los que desees. Voy a enseñarte a que tus orgasmos no dependan de nadie más, sino de ti misma —murmuró junto a su oído—. Tienes que tomar el control y buscar tu propio placer, porque si no lo haces, te cruzarás con muchos a quienes simplemente no les importará.Sus palabras la golpearon suave y certero, como una verdad que había estado enterrada bajo años de silencio. Cuántas veces había estado ahí, fingiendo sentir lo que no sentía, callando por no incomodar, reprimiendo por no perder... y ahora, por primera vez,
—Porque necesito saber lo que es un orgasmo. Necesito experiencia... No puedo irme a otro país sin saber lo que es una buena ronda de sexo —confesó América, con la voz entre decidida y temblorosa—. Y te juro que no te lo pediría a ti si tuviera a alguien más a quien pedírselo.Gustavo frunció el ceño al oír sus palabras, como si algo dentro de él se tensara, pero enseguida volvió a sonreír, restándole peso a lo que acababa de escuchar.—Me molesta que me lo pidas solo porque soy el único de confianza —le dijo, acercándose más hasta hacerla quedar debajo de él—, pero le sacaré provecho a eso. Eres lo más bello que mis ojos han visto, aunque tú me veas como tu única y última opción —agregó, en un susurro que buscaba aligerar la tensión.América quiso responderle, pero no tuvo oportunidad. Sus labios se encontraron con los de él, y la conversación quedó atrapada entre besos húmedos y profundos. Su lengua buscó la de ella, y la de ella respondió temblorosa, con torpeza y deseo.Él la acar
Pasar el día con Gustavo había sido justo lo que América necesitaba. Él tenía esa forma de conversar que la relajaba, que la hacía sentir segura, incluso entre las ruinas de sus emociones. Hablaron durante horas sobre Alemania: costumbres, comidas, paisajes. La idea de vivir sola en una residencia universitaria la emocionaba, pero también la llenaba de temor. Trabajaría en la biblioteca de la Universidad y sabía que estaría bien… pero ¿con quién compartiría sus pensamientos? ¿Quién la escucharía llorar si alguna noche la nostalgia la vencía?—Estaré sola seis años —confesó, abrazando una taza de té caliente—. Pero si me esfuerzo y me gradúo con honores, quizá pueda quedarme allá, trabajar en Alemania… aunque, no sé. Por alguna razón siento que mi vida está aquí.Más tarde, en casa de Gustavo, todas sus amigas se reunieron para despedirla. Lo hicieron allí por seguridad, sabiendo que Nathan aún rondaba, obsesivo e impredecible.—Ven a vivir conmigo, aquí saldremos adelante —propuso Vir
América se duchaba en uno de los cuartos del apartamento de Gustavo. El agua caliente resbalaba por su espalda como si pudiera arrastrar también el miedo, el dolor y la vergüenza que aún la habitaban. Había llamado a las chicas para contarles lo sucedido, y habían quedado en verse al día siguiente después de clases. Gustavo, atento y solidario, había ofrecido posada tanto a ella como a Anita. A esta última, incluso le había dado trabajo como asistente del hogar, ya que no tenía quien lo ayudara en casa. América, por su parte, todavía no sabía qué hacer con su vida, pero tenía claro que ya no podía seguir huyendo ni pretender que un hombre iba a mejorarle la vida.Pensaba hablar con Virginia; se le había ocurrido que tal vez podrían vivir juntas. Quería seguir trabajando y estudiando, pero antes debía tantear el terreno.Se puso un pantalón tipo chándal y una camiseta de Gustavo. No llevaba ropa interior. Él la esperaba para salir a comprar lo necesario: ropa para ambas, un móvil y una
—¿Por qué soy tan débil? ¿Por qué no puedo golpearlo y soltarme de su agarre? —pensaba América con desesperación, mientras Nathan le arrancaba el vaquero y desgarraba su blusa con brutalidad. El sonido de la tela al romperse le cortó el aliento. Su sostén fue lo siguiente en desaparecer. Nathan la tomó por los pechos y comenzó a devorarlos como si le pertenecieran. Ella gimió, sin poder evitarlo, entre la humillación y una excitación que no comprendía.La alzó sobre el escritorio y, como aquella vez anterior, se limitó a abrir su pantalón sin quitarse la ropa. La penetró con fuerza, con violencia, sin mirar su rostro, sin prestarle atención a su cuerpo tembloroso. A pesar de estar algo húmeda, le ardió. Las estocadas eran rudas, secas, demasiado profundas. El dolor en el vientre no tardó en hacerse insoportable.—Para... —suplicó América, pero Nathan no la escuchó. O no quiso escucharla. Por el contrario, intensificó sus movimientos, ignorando por completo su ruego.Aquello no era sex
Último capítulo