América salió corriendo de la sala, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón hecho trizas. La puerta de su habitación se cerró de golpe, dejando detrás el eco de su llanto ahogado.
Oliver la siguió con la mirada, el estómago hecho un nudo. El apetito lo había abandonado desde antes de sentarse a la mesa, pero aun así se obligó a comer unas cuantas frutas. Necesitaba energía; el día que le esperaba en la empresa sería largo, cargado de decisiones difíciles… y ninguna tan importante como la que acababa de tomar.
Frente a él, Bárbara masticaba su comida con la misma tranquilidad con la que leería una revista. Indiferente, cómoda, impasible.
—Bárbara —dijo él, con un tono seco pero contenido. Sus ojos, sin embargo, ardían—. Estás cruzando una línea muy peligrosa. Dejá tus torturas para otros, pero no para mi hermana. Si descubro que la estás forzando a salir con ese viejo... no voy a responder por mí.
Ella alzó la vista con una sonrisa irónica, como si sus palabras le hicieran cosquillas. Iba a replicar, pero Oliver ya estaba de pie, caminando con paso decidido hacia la habitación de América.
Tocó la puerta suavemente antes de entrar.
—¿Hermanita...? —preguntó con voz baja.
América estaba boca abajo, el rostro enterrado en la almohada, ahogando el llanto como podía. Su cuerpo temblaba. Oliver se acercó y se sentó junto a ella. Le acarició la espalda con ternura.
—No llores más... ya tengo una idea. No me gusta, pero... quizás sea la única salida que nos queda.
Ella se giró con lentitud. Tenía los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas. Se secó las lágrimas con la manga del suéter y lo miró con el alma rota.
—¿Qué idea? —susurró—. Lo que sea es mejor que casarme con ese monstruo.
Oliver tomó aire, inseguro de sí mismo. Lo que iba a decir le repugnaba... pero el miedo era más grande que la moral.
—Kelly me sugirió... que vendamos tu virginidad. —Las palabras le supieron a veneno en la lengua—. Al principio me pareció algo cínico, enfermizo incluso... pero si eso nos permite pagarle a Bárbara para que te deje libre, podrías venirte a vivir conmigo.
América no reaccionó de inmediato. Su mirada se perdió en algún punto del techo. Después de unos segundos, murmuró:
—Ya lo había pensado. No creas que no. Pero aunque sea mayor de edad, no estoy emancipada. Bárbara podría ir a buscarme y sacarme de tu casa. La única manera de que no lo haga es... si salgo casada.
Se limpió la nariz con una blusa vieja color rosa, luego volvió a mirarlo con más firmeza.
—Entonces propón eso. Mi virginidad a cambio de dinero… y de un matrimonio. Uno por un año. Prefiero eso mil veces antes que terminar en la cama de Vladimir.
—Te prometo que voy a buscarte un buen tipo. Alguien que, por lo menos, tenga la decencia de tratarte bien —le dijo Oliver, acariciándole el cabello—. Voy a protegerte con todo lo que tenga, América.
Ella asintió, dejando que las lágrimas brotaran otra vez. Se abrazaron en silencio.
—Sabés… siempre he creído que, por más feo o viejo que sea alguien, si tiene buenos modales, si es amable y atento… puede resultar más atractivo que un joven bonito pero vulgar —dijo Oliver, casi para sí mismo.
—Ningún hombre me va a respetar después de comprarme —respondió ella, con un dejo de resignación—. Pero no me importa. Al menos no voy a terminar con ese viejo verde.
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Horas más tarde en la oficina de Oliver
Los papeles sobre su escritorio estaban completamente fuera de foco. Oliver los miraba, pero no los veía. Su mente no estaba ahí. La idea seguía rondándole la cabeza como un buitre hambriento. “Vender la virginidad de mi hermana”… ¿en qué clase de hermano se había convertido?
Pero no era por maldad, ni por ambición. Era por desesperación, pues tenía unos grandes deseos de tenerla cerca.
Recordó que tenía una cena con Nathan, su socio y amigo más cercano. Tal vez, solo tal vez… podría encontrar algo de apoyo.
Se levantó, se ajustó el saco y salió de la empresa.
Nathan ya lo esperaba. Al verlo, se levantó y lo saludó con una sonrisa cálida, dándole un abrazo fraternal y unas palmadas en la espalda.
—Llegás tarde, amigo. Ya pedí la pasta para los dos —le dijo.
—Lo siento. Estoy con la cabeza hecha un caos. Problemas familiares... de los feos —Oliver se dejó caer en la silla con un suspiro.
Un camarero se acercó a servirle vino. Oliver apenas le agradeció.
—Contáme, ¿qué pasa? —preguntó Nathan con sinceridad—. Si está dentro de lo que puedo ayudarte, lo haré.
Oliver lo miró unos segundos. Dudó. Pero al final, lo dijo todo. Sin rodeos. Sin edulcorar.
—Mi madre quiere obligar a mi hermana a casarse con un viejo asqueroso. Y cuando digo “obligar”, es literal.
Nathan se quedó en silencio unos segundos.
—Dios santo... —murmuró, frotándose la barbilla, luego de que Oliver le dijera cada detalle de la historia—. Suena terrible, pero… si lo ves desde otro ángulo, tu hermana terminaría con estabilidad económica. Y si se divorcia, el juez podría obligar al tipo a darle una pensión. Hay chicas que se destrozan con niños que no les dan ni para el pan. Yo pienso así, pero respeto tu visión, claro.
Oliver frunció el ceño. Aunque había lógica en lo que decía, no podía aceptarlo, quizá porque Vladimir no era más que alguien repugnante.
—No puedo permitirlo, Nathan. Ese tipo es repugnante. No hay alma en sus ojos. Solo deseo enfermizo.
Nathan asintió, comprendiendo.
—¿Y entonces? ¿Qué vas a hacer?
Oliver tragó saliva.
—Pensamos en algo que no me enorgullece: vender su virginidad. Pero con una condición: que el comprador también se case con ella durante un año. Así Bárbara no podrá reclamar nada.
Nathan se quedó pensativo.
—Eso es lo complicado. Conseguir a alguien que acepte ambas cosas: acostarse con ella y luego casarse legalmente. No creo que muchos hombres acepten un trato así.
—Lo sé —Oliver apoyó los codos sobre la mesa y se tapó la cara—. Me estoy volviendo loco.
Nathan no dijo nada más en ese momento. Solo sirvió más vino y levantó la copa.
—A las decisiones difíciles —brindó con una sonrisa triste.
Oliver asintió y chocaron sus copas.