América tomó el teléfono con manos temblorosas. Necesitaba hablar con Larissa, contarle lo que había pasado. El nudo en su garganta apenas le dejaba respirar.
Había pasado a manos de otro comprador.
Era increíble. La estaban tratando como a un objeto. Tanto, que ya comenzaba a sentirse como uno.
«Solo un par de años… después seré libre», se repitió en silencio, como si aquella frase tuviera el poder de sostenerla. Se imaginó trabajando, estudiando, viviendo sola o con una amiga, teniendo un novio que no la comprara. Quería que ese tiempo de tortura pasara ya.
Esperaba a Larissa en su habitación. Su amiga le había dicho que llegaría en media hora, pero la desesperación por contarle todo volvía cada minuto una tortura de plomo fundido.
Observó su cuarto. Era inmenso, del tamaño de una casa de clase media. El vestidor, otra habitación en sí misma. La cama parecía diseñada para diez personas. Tenía todo lo que cualquiera podría desear… excepto libertad.
Era una mascota bien cuidada. Una i