—¿Te lastimé? Si quieres, puedo parar —dijo Gustavo con preocupación en la voz.
América negó con la cabeza, mientras unas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—No... lloro porque durante mucho tiempo anhelé un orgasmo como este. Eres el primer hombre que me regala uno así —susurró, entrelazando su mirada con la de él.
Gustavo la miró con una ternura que le estremeció el pecho. Mientras reanudaba sus movimientos, besó su frente con dulzura.
—Tendrás muchos, América... todos los que desees. Voy a enseñarte a que tus orgasmos no dependan de nadie más, sino de ti misma —murmuró junto a su oído—. Tienes que tomar el control y buscar tu propio placer, porque si no lo haces, te cruzarás con muchos a quienes simplemente no les importará.
Sus palabras la golpearon suave y certero, como una verdad que había estado enterrada bajo años de silencio. Cuántas veces había estado ahí, fingiendo sentir lo que no sentía, callando por no incomodar, reprimiendo por no perder... y ahora, por primera vez,