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El sabor amargo del primer trago

Literalmente sentía asco, y no era una exageración, pero estaba segura de que con un trago se le pasaría, aunque fuera un poco.

Mientras el joven que estaba tras la barra le servía el trago que minutos antes le había pedido, ella lo miraba, quizá de la misma forma en que el buen amigo de Larissa la estuvo mirando a ella. Y es que era innegable que aquel joven moreno era muy atractivo, y no podía pensar en nada que no fuera tener sexo con un hombre así: joven y guapo, antes de que llegara el día de su boda.

No le importaba que su primera vez fuera sin una pizca de amor. Para ella, eso no tenía mucha importancia, más que todo porque la primera vez solo era eso: la primera de muchas. No le veía lo especial. Pero eso no quitaba que deseara un recuerdo no tan malo de su primera experiencia. Que al menos fuera con alguien de su agrado, por si alguien, en algún momento, le preguntaba por aquella vez. Quería recordarlo bien, y no con asco.

—Gracias —dijo, cuando el joven le entregó el trago: una margarita que se tomó como si fuera limonada. Ni siquiera pudo sentir el alcohol que llevaba, pues estaba tan desesperada que el licor perdía efecto en ella.

—Alguien quiere beber hasta perder la conciencia —comentó Larissa, quien se acercó a su amiga hasta quedar a su lado.

Larissa llevaba un vestido bastante corto y ajustado a su figura, tacones de aguja, el cabello suelto y perfectamente alisado. No era la chica más linda que se pudiera ver por la ciudad. Era bastante delgada, demasiado para el estándar de belleza impuesto. Su estatura era digna de una supermodelo. No tenía glúteos ni senos voluptuosos. Solo la adornaban esos ojos rasgados que su padre norcoreano le había heredado. No, no encajaba mucho, pero tenía un “no sé qué”, algo inexplicable. Una vibra, si se le podía llamar así. Un carisma que envolvía. Tenía algo en los ojos que atraía a las personas. Larissa, sin duda, era fácil. Muy fácil de amar.

—Solo quiero olvidar por un rato mi vida de m****a —confesó—. Otra, por favor —pidió al joven.

—Bueno, estás así porque querés. Yo ya te dije —habló Larissa mientras se llevaba a la boca aquella copa de martini—. Escápate de este lugar. No creo que mueras de hambre.

—¿Para dónde voy a ir? Decime. Nunca en mi vida he trabajado. ¿Quién va a querer darme empleo? No sé hacer nada —América se tomó lo que quedaba de su segunda margarita, esperando encontrar una respuesta en el alcohol.

Si en el cielo hubiera un dios, ese sabría que ella ya había buscado empleos, pero nadie le daba. Porque pedían experiencia, y en los que no exigían tal cosa, pagaban tan poco que no podría vivir con ello.

—Perdón, amiga —dijo Larissa, sintiéndose apenada por dar un consejo cuando hablar era fácil, pero la realidad era otra—. No sé qué decirte.

—No digás nada —sugirió—. Estaré bien. Solo tengo que aguantar a ese viejo asqueroso hasta que tenga dinero y me pueda divorciar. Le sacaré dinero. A todo esto, le sacaré provecho.

Llamó al mulato con la mano. Él, de inmediato, se acercó a las jóvenes. América señaló las copas vacías. Al ver ese gesto, él se dispuso a preparar los siguientes tragos, mientras pensaba que aquellas chicas se embriagarían antes de que la noche terminara.

—Hermanita —se escuchó la voz de Oliver, su hermano adoptivo, quien se acercó para abrazarla y besarla—. ¡Te amo, felicidades!

—Yo también te amo —América lo abrazó fuerte. En realidad, lo veía como a un hermano, aunque a veces dudaba del afecto que él le tenía.

—Larissa, te robaré a mi hermana un momento —informó aquel tipo, alejando a la joven de su amiga.

Caminó con Oliver mientras él la conducía hasta el comedor. Pasaron por la cocina, hasta llegar al cuarto de lavado.

—Decime, ¿qué pasa? —preguntó ella.

—Hablé con Kelly sobre…

—Ya lo sé —lo interrumpió—. Mirá, si llegáramos a hacer eso, no sé de qué sería capaz Bárbara. Hablás como si no la conocieras. De todos modos, le sacaré provecho a todo esto. Tampoco soy un ángel. Sé cómo ser mala.

—Tenés razón, y yo no tengo todo el dinero que ella pide. No va a aceptar que le pague en cuotas.

También le molestaba que Oliver hablara como si ella fuera mercancía. A veces sentía que su hermano la amaba; otras, que solo la veía con lástima y no con amor. Aun así, en ese momento América notó que su hermano sentía cierta pena por ella, y que aquellos ojos de macho comenzaban a nublarse, amenazando con llorar.

—Mírame —ella acunó el rostro de él entre sus manos—. Estaré bien. Tengo todo planeado. Solo tengo que soportar a Vladimir un año, no más. Luego me divorciaré, y obviamente le quitaré, como mínimo, la mitad de su dinero.

Al escuchar eso, él solo se acercó a darle un abrazo.

—Yo sabía que eras muy fuerte, pero jamás pensé que fueras tan de acero. Estoy muy orgulloso de vos —se separaron del abrazo y ella le sonrió, mientras notaba que en los ojos del hombre se podía ver un poco de mejoría conforme al asunto.

—En lo que sí necesito tu ayuda —continuó ella—, y tiene que ser antes del matrimonio, es en encontrar un método para no quedar embarazada. No quiero un hijo no deseado con un maldito viejo. Ya que estaré obligada a casarme, no quiero estar obligada a ser madre.

—Ni lo menciones. Le diré a Kelly que te lleve con una ginecóloga.

Mientras América seguía intentando sobrevivir a la fiesta, Jader Smith la veía de lejos. Observaba cada movimiento, risa y palabra que salía de ella.

Había llegado a la fiesta porque Oliver lo invitó, y aunque el hermano de la festejada era mucho mayor que él, ambos sostenían una amistad. No tan cercana como la que su padre tenía con Oliver, pero ahí estaba: distraído, observando a la joven.

Pensó que se la pasaría aburrido, ya que no era amante de las fiestas de cumpleaños, pero estaba valiendo la pena. Al darse cuenta de que la joven se casaría con un anciano, en lo único que pensaba era en la posibilidad de comprarla él.

Aquellos pensamientos no eran nada parecidos a los que su madre le cultivó, pero hacía ya dos años que la mujer había muerto, y el joven rápidamente olvidó lo que ella le aconsejaba.

Se sintió aburrido en la barra, tomando tequila, así que le pareció más útil caminar un poco.

Oliver andaba en amoríos con su novia. No había tenido la delicadeza o amabilidad de presentarle a alguna chica con quien pudiera pasar el rato. Aunque debía admitir que América era lo más hermoso con lo que se pudo haber topado aquella noche. Y lo mejor de todo —y para alimentar su superyó—, América estaba sin uso.

Caminaba por un pasillo, observando lo grande que era esa casa. Tanto, que parecía un castillo de ensueño. Sin duda, una gran mansión que costaba mantener.

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