Se sentía bien. América estaba disfrutando lo que hacía; la excitaba intensamente provocar aquellos gemidos en Gustavo. Saber que era ella quien lo llevaba al borde, inflamaba su pecho de orgullo.
—Para, para —dijo él de pronto, tratando de detenerla.
—¿Qué pasa? ¿Hice algo mal?
—No hiciste nada malo —respondió con voz ronca—. Está delicioso, lo haces muy bien... pero casi me haces acabar, y prefiero hacerlo en otro lugar.
La sujetó con firmeza y la levantó. Luego la acostó boca abajo en la cama, separó sus glúteos y besó su piel, pasando la lengua por aquel rincón oculto. Un gemido lujurioso escapó de los labios de América al sentir uno de los dedos de Gustavo penetrando su ano. Era una sensación distinta a la vaginal, pero igual de placentera, deliciosa en una forma salvajemente nueva.
Él introdujo dos, luego tres dedos, mientras humedecía la zona con saliva. Colocó la punta de su pene en la entrada y comenzó a deslizarse lentamente. América sintió una especie de presión incómoda, c