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La resistencia silenciosa

Mientras caminaba por aquella enorme casa, Jader recordó que pocas horas atrás había conocido a Larissa en ese mismo pasillo. Sonrió al recordar que, tras conversar con ella —luego de haber conocido a América—, fue que se enteró de la situación.

—Pero no la pueden obligar, estamos en el siglo XXI —dijo él.

—Es complicado —respondió Larissa—. Al parecer, Bárbara necesita dinero y ese señor se lo dará. América no puede negarse porque aún no cumple veintidós años y no tiene a dónde ir. Y aunque tuviera, Bárbara la buscaría, ya que es su madre. Mi amiga sigue siendo menor de edad legalmente, por el documento que firmaron. Hasta que cumpla veintidós, no estará libre.

"Qué fácil es sacarle información a esta chica", pensó Jader. Así que América es la princesa que necesita ser rescatada. ¡Qué complicado!

—Un martini —pidió Larissa.

—Y para mí, un trago doble de tequila —agregó Jader.

Larissa lo miró con la boca literalmente abierta.

—Te gusta lo fuerte —comentó, y él le sonrió.

—Tu amiga está en problemas por todos lados —añadió él—. ¿No hay algo que se pueda hacer para salvarla?

Parecían buenas las intenciones de Jader, al hablar del tema, lo cierto era que su “super yo”, no lo dejaba ser bueno.

—América te gusta, ¿cierto? —le preguntó Larissa, con una sonrisa pícara.

—Sí —admitió Jader, sonrojándose un poco. Hacía poco había estado coqueteando con Larissa y ahora se interesaba en su amiga. Eso no debía hablar bien de él y lo sabía.

—No te preocupes, me gustás más para ella… o al menos más que ese maldito viejo —tomó un trago de su copa y lo miró a los ojos—. Aquí lo único que podría salvar a mi amiga es que alguien, una persona más indicada para ella, le dé el dinero que Bárbara necesita y se case con ella. Así la liberaría de las garras de esa arpía.

—¿Tiene que haber dinero de por medio? —preguntó Jader, mientras se tomaba el tequila de un solo trago.

—Sí. Aunque América ya es mayor de edad, en el contrato de adopción figura que estará emancipada hasta los veintidós años, o antes, si se casa. Fue una cláusula para garantizar que su familia adoptiva cubriera los estudios universitarios. Así que, si quiere irse, debe estar casada. De lo contrario, Bárbara la buscaría, y le iría peor. —Larissa se terminó su bebida y pidió otra—. Además, para casarse necesita la firma de Bárbara, quien no la dará si no recibe el dinero primero.

—Qué cosas, ¿no? Es increíble que la gente haga este tipo de cosas.

—Bueno, guapo —dijo Larissa—, me voy. Allá está mi amiga y veo que está tomando mucho, así que voy a ver cómo está.

Se despidió de él con un beso en la mejilla y se marchó hacia donde se encontraba América.

Jader se quedó pensando en la conversación. Esto duele, pensó. Es injusto que la obliguen a casarse, y peor aún, con un maldito viejo. Algo se debe hacer… pero definitivamente, no puede casarse con ese tipo.

No soportaba la idea de ver a una mujer tan bella, con ese hombre tan viejo y feo, quizá podría comprarla él.


Después de hablar con su hermano en el cuarto de lavado, América regresó al salón principal para seguir bebiendo. Solo el licor la hacía olvidar lo miserable que era su vida. Si ya estuviera emancipada, probablemente sería alcohólica. Gracias a Dios que el demonio de Bárbara no le permitía tomar con frecuencia. Y allí estaba, de nuevo, tomando como si el licor fuera agua. La fiesta le parecía cada vez más patética y aburrida; sentía unas inmensas ganas de salir corriendo hasta donde le dieran las piernas.

—¿Bailamos, querida prometida? —escuchó la asquerosa voz de Vladimir y pensó que eso era lo último que podría pasarle.

—Claro que sí —respondió, dándose vuelta y tomando la mano que él le ofrecía—. ¿Cómo no bailar con mi futuro esposo?

Entraron a la pista improvisada y comenzaron a moverse al ritmo de Romeo Santos, aunque más que eso, parecía que se movían nada más de un lado a otro.

—Ves, así te mirás más hermosa. Seguís portándote bien y te voy a dar todo lo que merecés.

"¡Maldito viejo asqueroso!", pensó América. Puedo portarme bien… solo para ponerle veneno al caldo, tal vez.

—¿No sentís el rechazo, Vladimir? ¿De verdad pensás que mi comportamiento es genuino? Simplemente ya no me sirve seguir peleando.

Escuchó cómo la música cambiaba a reguetón, y mentalmente le dio gracias a Dios. Dudaba que a ese viejo le gustara ese género.

—La resignación es una buena señal. Vamos a la barra. Quiero tomar algo —dijo él, tomándola de la mano y tratando de llevarla, pero América no se movió.

—Aún no me has comprado. No tengo porqué ir con vos a donde se te antoje —se soltó de su agarre, y él se puso rojo de ira—. Nos vemos luego, querido prometido —dijo, alejándose sin esperar respuesta.

Oliver miro al asqueroso Vladimir sentado en la barra con una cerveza en la mano. Era hora de dejarle unas cuantas cosas claras. Se acercó a él y se sentó a su lado, deseando que le diera un infarto, aunque sabía que la gente mala, como él, tardaba en morir.

—Una cerveza, por favor —pidió a uno de los bartenders, que se la sirvió de inmediato.

—Vladimir, hace rato que quería verte. Para ser exactos, hace poco más de dos semanas —él volteó a verla, molesto.

—Dime, te escucho —dijo, tomando su cerveza y mirándola directo al rostro.

—No puedo impedir que tomés a mi hermana como esposa, pero sí te puedo asegurar que si llego a ver que la maltratás, te denuncio. Y me va a valer una m****a si mi madre se va contigo a la cárcel.

—¿Me estás amenazando? —la interrumpió él, con tono bastardo.

—No. Yo diría que es más bien una advertencia. Pero si lo querés ver como amenaza, por mí está bien —respondió con toda la calma del mundo, cuidando que la gente no escuchara.

—Como te decía —continuó—, América no está sola. Me tiene a mí. Así que nunca se te ocurra ponerle un dedo encima, ni aislarla de sus amistades o de mí. Porque ya te dije que si haces algo así, te denuncio. Aunque sea tu esposa, ella tiene derecho a salir y tener amigos. Ya no estamos en tus tiempos de juventud. Así que más te vale que lo que tenés de feo, no lo tengas de odioso.

Vladimir se mostró aún más molesto, pero intentó calmarse.

—La cuidaré y le daré sus libertades…

—No he terminado —ahora fue él quien lo interrumpió—. Te voy a dar un consejo: tratala bien. Nunca te va a gustar como hombre, pero si la tratás bien, tal vez no te odie más de lo que ya lo hace.

—Lo haré, siempre y cuando me cumpla como mujer —dijo él.

Aquellas palabras le dieron náuseas. Solo imaginar a ese imbécil abusando de su hermana le daban ganas de golpearlo. Se levantó y se fue sin decir una palabra más, pues no aguantaba las ganas de matarlo.

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