A Sammy le habían dicho que debía casarse con el heredero del imperio Rivera... ¡Un matrimonio arreglado era el peor de los clichés! Solo que aquel sería diferente, porque lo que ni siquiera se imaginaba, era que ¡QUE FUERAN DOS! Un ángel disfrazado de demonio. Y un demonio sin disfraz. ¿Será capaz de elegir a uno de ellos cuando descubra la verdad? ¿De cuál de los dos podrá realmente enamorarse?
Ler mais—¡Eres una mosca muerta, Sahamara Reyes! ¿¡Es que no soy tu mejor amiga!?—gritó aquella chica dando un portazo en su habitación, y si alguien más hubiera estado allí, se habría sorprendido por la forma en que Sammy se colgaba de su cuello a pesar de lo que acababa de decirle.
Pero cuando Lory la separó de ella, y la miró de arriba abajo, supo que por fin la familia Reyes había conseguido quitarle a su mejor amiga lo más valioso que tenía: su libertad.
—¿No podías avisarme con más tiempo que te ibas a casar? ¿Tengo que enterarme solo unas pocas horas antes, como el resto del mundo? —rezongó.
—¿Qué resto del mundo, Lory? —murmuró Sammy, recogiéndose el vestido de novia y corriendo un poco la cortina de la habitación para que mirara afuera. Había unas pocas personas en el jardín de aquella mansión, y todos eran familia—. Y solo te enteraste tres horas después que yo… ¡Ni siquiera puedo decirte qué demonios está pasando porque todavía estoy aturdida!
Sammy se miró el vestido de novia, que era una belleza, y en contraste ella estaba pálida, ojerosa, y asustada.
—¡Oye, tengo un auto allá afuera! ¡Nos podemos ir ya! —aseguró su amiga y Sammy negó.
—¿Ir a dónde, Lory? —suspiró la muchacha mientras sus ojos se humedecían—. El abuelo acaba de morir, y le prometí que haría esto… que me casaría con ese hombre… ¡Pero no tenía idea de que sería ya, ahora mismo…! ¡Solo lo enterramos hace dos días, por amor de Dios!
Lory la vio sujetarse el estómago y doblarse sobre sí misma, asustada, a punto de vomitar.
—Cálmate, vamos, cálmate. Siéntate —intentó tranquilizarla.
Aquella noticia no le sorprendía en absoluto, siendo la heredera de uno de los conglomerados vinícolas más poderosos del mundo, era lógico que su familia arreglara un matrimonio ventajoso para Sammy, solo que no esperaba que fuera tan pronto, apenas si estaba terminando la universidad.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? ¡Siempre puedes decir que no! —le aseguró, pero Sammy no tardó mucho en negar.
Lory no podía entenderlo, pero la promesa a su abuelo no era lo único que la obligaba a aquel matrimonio. Realmente no le quedaba otra salida si no quería perderlo todo.
—No, Lory… tengo que hacer esto. Realmente es importante. Solo estoy… nerviosa, estoy nerviosa, eso es todo —murmuró secándose las lágrimas.
—Bueno, la única forma en que podemos resolver eso es poniéndote hermosa —sentenció—. Ya conoces mi lema: a la adversidad hay que enfrentarla con la mejor cara. ¡Así que vas a ser la novia apresurada más hermosa que se haya visto! —le aseguró girando la pequeña banqueta en que su amiga estaba sentada y poniéndola frente al espejo—. Y hablando de, permíteme la curiosidad: ¿Y con quién demonios te vas a casar?
Sammy se secó las lágrimas y balbuceó.
—Con Ángel Rivera. Es el nieto del socio del abuelo.
Las manos de Lory, que habían estado peinando su cabello se detuvieron de repente.
—Espera ¿whaaaaaaat? —casi gritó—. ¿Ángel Rivera? ¿De la familia Rivera de California?
—¿Y dónde diablos estamos, Lory? —gruñó Sammy poniendo los ojos en blanco—. ¡Esta es su mansión!
Lory hizo un gesto dramático y se dejó caer en una silla a su lado.
—¿Es una broma, verdad? ¡Dime que no lo conoces, porque si estás llorando por casarte con ese bombón te juro que te cacheteo! —exclamó la chica y Sammy arrugó el ceño.
—No… no lo conozco. Martín Rivera y mi abuelo empezaron el negocio juntos, pero cuando se expandieron, los Rivera vinieron a los Estados Unidos y nosotros nos quedamos en España —recordó Sammy—. El contacto ha sido comercial pero las familias… no.
Lory se mordió el labio con un suspiro y sacó su celular, googleando inmediatamente al futuro marido de su mejor amiga.
—¡Mataría por estar en tu lugar! —exclamó mostrándole la foto de un hombre de unos treinta años, absurdamente atractivo, con un traje pulcro de diseñador y sonrisa seductora.
—¿Ese es…?
—¡Ese, cariño, es Ángel Rivera! ¡El bombón Rivera, el papacito Rivera, la cosita más rica y apetecible de los Estados Unidos! —dijo Lory derritiéndose.
—¿Y este hombre cómo es que está soltero? —murmuró Sammy, un poco impresionada porque realmente era guapísimo.
—Pues para empezar, según las revistas del corazón, es adicto al trabajo, y para seguir, probablemente le pase lo mismo que a ti, está esperando un matrimonio ventajoso con el que complacer a su familia.
Sammy se cubrió el rostro con las manos y respiró profundamente mientras Lory volvía a arreglarla y maquillarla. Al menos no era un viejo barrigón, calvo y feo.
—¿Qué más debo saber de él? —preguntó sabiendo que con eso daba vía libre a la lengua de su mejor amiga, que era fanática de las revistas de chismes y de la vida de cualquiera que fuera famoso.
—Bueno, la familia Rivera es muy reservada. Solo se les ve en galas importantes y recaudaciones de fondos; aunque viendo esta mansión, ¿quién querría salir de aquí? —dijo Lory mirando alrededor—. Tienen mucha pero mucha influencia en la política del Estado, y por lo que he podido escuchar, casi han conseguido el monopolio de los viñedos de Napa.
—No he conocido a ninguno... —murmuró Sammy.
—Tampoco son muchos —aclaró Lory—. Solo el señor Gael Rivera, su esposa Amaranta y sus hijos.
—¿Sus? —preguntó Sammy ante ese plural.
—Sí, según dicen hay otro hijo en la familia, pero es una cabra loca y no es muy querido. El bueno bueno es Ángel, por eso dirige el conglomerado. Solo imagínate, no llega ni a los treinta y ya es un CEO, sexy, millonario…
—¿Quieres casarte tú con él? —preguntó Sammy y Lory le apuntó con el cepillo.
—¡No me tientes!
Cinco minutos después una de las sirvientas de la casa tocó a la puerta de su habitación y preguntó si ya estaba lista.
Sammy se miró en el espejo, con la ayuda de Lory ya parecía una novia en toda regla, pero aunque seguía estando muy nerviosa, ya no había nada que hacer, solo salir y cumplir la promesa que había hecho.
Afuera, en el jardín, habían adornado una pequeña glorieta blanca y colocado menos de veinte sillas.
—Vaya… ni que fuera una boda secreta —murmuró Lory un poco sorprendida, porque aunque ciertamente era muy apresurada, sabía que habría bastado con que la familia Rivera extendiera invitaciones para que hasta el gobernador se presentara de inmediato.
Cuando Sammy salió al jardín, haciendo acopio de valor, se encontró con un episodio sombrío: el señor Gael Rivera y se esposa Amaranta estaban a la derecha, acompañados del abuelo Martín, que ya estaba muy mayor e iba en silla de ruedas. A la izquierda Sammy vio a su madre, Carmina Reyes y a su padrastro Guillermo Rojas, los dos con sus caras de agraviados porque no podían estar más opuestos a ese matrimonio.
La única que estaba de su lado, la única, era Lory.
El resto eran cinco o seis hombres de traje que seguro solo estaban encargados de hacer aquella boda oficial.
Y contrario a lo que Sammy esperaba, Ángel Rivera no estaba de pie en el improvisado altar, sino en el inicio de la alfombra por la que debían caminar.
Le tendió la mano a Sammy y ella apretó los labios al tomarla.
—Lamento mucho que nos conozcamos así, Sahamara —dijo él con tono neutro que intentaba ser agradable—. Mi pésame por la muerte de tu abuelo.
A Sammy se le humedecieron los ojos, era la primera persona que se preocupaba realmente por eso.
—Gr-gracias… —respondió.
—Escucha, esta ha sido una verdadera sorpresa para los dos, pero te aseguro que voy a hacer hasta lo imposible porque esto salga bien—. Era cierto que era muy atractivo, mucho más que en las fotos, pero más allá de eso, su voz era amable y genuina, y le provocó a Sammy una confianza instantánea—. Vamos a hacer un acuerdo, sígueme la corriente con esto, y te prometo que voy a ayudarte y protegerte en todo lo que necesites. ¿Está bien?
Sammy pasó saliva, porque los dos sabían a qué se refería, pero se colgó de su brazo y avanzaron juntos hasta quedar frente al juez que iba a casarlos.
A medida que la ceremonia avanzaba, Sammy sentía que su estómago se revolvía más. Tenía náuseas, estaba asustada, y aquel hombre a su lado parecía un dios, frío, distante, ecuánime.
No hubo votos, solo la simple pregunta a la que Ángel Rivera respondió: «Sí, acepto», pero Sammy no pudo despegar los labios.
Ángel se inclinó sobre ella y le acarició el dorso de la mano.
—¿Recuerdas nuestro acuerdo? —preguntó mirándola a los ojos, y ella contuvo el aliento un segundo antes de contestar.
—Sí… acepto.
¿TUYA O MÍA? Un libro de Valeria Adams Bestseller del New York Times Número uno en el ranking de ventas por ocho semanas. La periodista se sentó delante de aquella pantalla y miró la silla vacía a su lado. Valeria debía estar allí. Habían sido grandes amigas por años, y había ayudado a promocionar cada uno de sus libros. Lo normal era que sucediera aquella entrevista chistosa y afable en la que la autora siempre les relataba un poco sobre cómo había sido todo en la vida de sus protagonistas después del maravilloso «felices para siempre». Sin embargo la última vez que alguien había visto a Valeria Adams había sido ocho semanas antes, justo después del lanzamiento de su último libro: ¿Tuya o mía? Salió de sus pensamientos en cuanto el director del programa le hizo una señal de que ya estaban listos para comenzar el programa en vivo, y respiró profundamente antes de enfrentar la cámara. —Queridos televidentes. Sé que esta ha sido noticia de los dos últimos meses, pero cuando una
Seis años después.Sammy sonrió viendo cómo Alejandra saltaba por encima de su padre, agarraba la sillita pequeña que estaba detrás de su mesita del té y le daba con ella.—¡Alejandra! —gritó su madre y la niña se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos, mientras Darío se frotaba la pantorrilla—. ¿Por qué le estás pegando a tu padre con eso?La niña hizo una mueca y luego se encogió de hombros.—¡Pues es cuando papi está en la jaula tú siempre le gritas «dale con la silla»! Y él nunca tiene… pero yo ahora sí tengo —respondió como si eso fuera justificación suficiente.Sammy levantó un dedo y abrió la boca, pero entre la mirada interrogante de la niña y la de su padre, no había argumento posible.—¡Pues o se portan bien, o tú no peleas más —amenazó a Darío—, y tú no vas a ver más a tu padre pelear! —le advirtió a Alejandra.—¿Y si no nos llevas a Ángel y a mí, quién te va a ayudar con las apuestas? —replicó la niña con sorna y Sammy le lanzó a la cara un almohadón que la dejó senta
Seis meses después.—Parece que acaba de salir de un tornado —susurró Ángel muy bajito para que Sammy no se despertara. Estaba sentada en uno de los enormes sillones y allí mismo se había quedado dormida, justo detrás de los bebés.—Shshshsshshsh, agarra tu bebé y no provoques al dragón —murmuró Darío en respuesta—. Bastante bien estamos para tener dos nenes pequeños.Ángel se aguantó la risa y levantó a la pequeña Alejandra. Se aseguró de que estaba en perfecto equilibrio y salió de la habitación seguido por su hermano, que llevaba al varoncito.Se sentaron en uno de los salones y el abuelo Martin les acercó los biberones.—Pues te voy a decir algo, tú también te vez bien jodido —se rio Ángel y su hermano puso los ojos en blanco.—Tengo sueño crónico ¿qué esperas? ¡Son dos! —respondió—. Lo beuno es que su tío Ángel ya está aquí y nos va a ayudar a cambiar esos pañales apestosos, ¿verdad mi corazón hermoso? —dijo Darío mirando a su hijo y haciéndole muecas que lo hicieron reír de inme
Siete meses después.Sammy caminaba alrededor de aquella jaula como si estuviera lista para la madre de todas las peleas.—¡Diablo, sube aquí ahora mismo! —gritó con frustración y Darío se puso pálido.—¿Y yo por qué? —rezongó.—¡Porque tú me hiciste esto! —exclamó Sammy señalando su pancita de nueve meses, mientras sus nudillos se ponían lívidos contra la malla de la jaula—. ¡Aaaaaahhhhh!Darío se apresuró a subir y la alcanzó, haciendo un puchero. Tomó sus manos y empezó a respirar frente a ella como la doctora les había enseñado.—Todavía son cada veinte minutos, nena, falta un poquito —murmuró porque las contracciones no era lo suficientemente seguidas como para que fueran al hospital.—¡Pues aceléralo! —gritó Sammy—. ¡O te juro que el primer nockout de tu vida te lo voy a dar yo!—Entonces mejor nos vamos… ¡no me quiero arriesgar! —aseguró Darío y Sammy lo tomó violentamente por la tela de la playera.—¿Ya llamaste a todos?—¡Sí señora!—¿Los bolsos de los bebés?—¡Listos, señora
Sammy protestó tres veces antes de abrir los ojos. Tenía demasiado sueño, aunque ya casi era mediodía. Los dos últimos meses habían sido una completa locura. Islas Midway era mucho mejor de lo que recordaba, en especial porque esta vez iban preparados.Darío la había llevado a incontables paseos alrededor del atolón, habían buceado en los arrecifes, habían hecho el amor como dos conejos en estación y desde hacía una semana Sammy se había declarado cansada.—¡Vamos, princesa, levántate! —la animó Darío—. ¡No tienes idea de la sorpresa que te tengo para hoy!—Diablo, si no viene en forma de hamaca y con almohada, no me interesa —sentenció ella girándose hacia el otro lado en la cama y el Diablo solo la levantó en brazos, así desnuda y envuelta en una sábana, y la llevó a la cocina para prepararle el desayuno.Por suerte la sentó en la encimera, porque ni siquiera había terminado de hacer el café, cuando Sammy hizo una mueca de asco, se inclinó sobre el fregadero y vomitó íntegramente el
La discusión tardó horas, las justas para que cuando Darío llegara al altar con Alonso Fisterra como su padrino, ya estuviera todo organizado y Jacob Lieberman les sacara la lengua a todos los que habían perdido.—¿Tú vas a oficiar mi boda, Lieberman? —preguntó Darío.—¡Pues claro! ¡Me perdí una de las mejores peleas de la historia por buscarte un pedrusco para que le pusieras en el dedo a tu mujer…! —rezongó Jake.—¿O sea que les hiciste chantaje emocional a todos los demás?—¡Eso! —dijo Jake alisándose el traje muy orondo.Darío sonrió porque le daba igual quién oficiara su boda, todos ellos eran buenos amigos, y el Grillo estaba a su lado, inflado como un papá orgulloso.—Por cierto, el avión está listo —murmuró Alonso señalando hacia la pista.Habían decidido hacer la boda en la mansión Rivera porque tenía su propia pista de despegue autorizada, y de ahí saldrían hacia su luna de miel.—Perfecto, va a ser una linda sorpresa para Sammy —sonrió Darío frotándose las manos.—¿Y estás
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