Pasar el día con Gustavo había sido justo lo que América necesitaba. Él tenía esa forma de conversar que la relajaba, que la hacía sentir segura, incluso entre las ruinas de sus emociones. Hablaron durante horas sobre Alemania: costumbres, comidas, paisajes. La idea de vivir sola en una residencia universitaria la emocionaba, pero también la llenaba de temor. Trabajaría en la biblioteca de la Universidad y sabía que estaría bien… pero ¿con quién compartiría sus pensamientos? ¿Quién la escucharía llorar si alguna noche la nostalgia la vencía?
—Estaré sola seis años —confesó, abrazando una taza de té caliente—. Pero si me esfuerzo y me gradúo con honores, quizá pueda quedarme allá, trabajar en Alemania… aunque, no sé. Por alguna razón siento que mi vida está aquí.
Más tarde, en casa de Gustavo, todas sus amigas se reunieron para despedirla. Lo hicieron allí por seguridad, sabiendo que Nathan aún rondaba, obsesivo e impredecible.
—Ven a vivir conmigo, aquí saldremos adelante —propuso Vir