—¿Por qué soy tan débil? ¿Por qué no puedo golpearlo y soltarme de su agarre? —pensaba América con desesperación, mientras Nathan le arrancaba el vaquero y desgarraba su blusa con brutalidad. El sonido de la tela al romperse le cortó el aliento. Su sostén fue lo siguiente en desaparecer. Nathan la tomó por los pechos y comenzó a devorarlos como si le pertenecieran. Ella gimió, sin poder evitarlo, entre la humillación y una excitación que no comprendía.
La alzó sobre el escritorio y, como aquella vez anterior, se limitó a abrir su pantalón sin quitarse la ropa. La penetró con fuerza, con violencia, sin mirar su rostro, sin prestarle atención a su cuerpo tembloroso. A pesar de estar algo húmeda, le ardió. Las estocadas eran rudas, secas, demasiado profundas. El dolor en el vientre no tardó en hacerse insoportable.
—Para... —suplicó América, pero Nathan no la escuchó. O no quiso escucharla. Por el contrario, intensificó sus movimientos, ignorando por completo su ruego.
Aquello no era sex